Al fondo del pasillo se abría una puerta en cuyo centro superior resplandecía una placa que Roberta apenas podía divisar desde su posición en la sala contigua. La oscuridad del pasillo contrastaba con la luminosidad de luz cálida de fluorescente que reinaba en la sala de espera.
Estaba muy nerviosa, apenas acertaba a sujetar la pierna izquierda que, de forma espontánea, comenzaba un baile particular y acompasado. No parecía que hubiera motivos aparentes para tanta alarma, al fin y al cabo era sólo una entrevista más, otra desde que llegó a este país, reflexionó buscando un alivio que no llegaba. Repasó mentalmente las veces que había tenido que pasar por estas evaluaciones. Se ajustó la chaqueta haciendo desaparecer las arrugas que se formaban por la estrechez de la prenda. Tenía un uniforme de americana de rayas, blusa blanca y falta roja y azul para estas ocasiones que le había dado una amiga suya cuando decidió regresar a su país cansada de los vaivenes insalvables que la vida le había puesto.
Nada más pisar Roberta el aeropuerto de esta ciudad extraña, un revoloteo de emociones se ocupó de que la ilusión y la esperanza mantuvieran controlados al cansancio y al sueño de un vuelo de más de doce horas. Había decidido iniciar una nueva vida lejos de su país, y fraguarse un futuro que allí no tenía.
Llevaba un diario con la lista de trabajos desempeñados desde que llegó, hacía ya más de dos años: limpieza de escaleras, amasar pan en una panificadora, cuidado de una señora mayor que la golpeaba… aceptaba cualquier cosa mientras su título de Psicología se terminaba de homologar en la Universidad. Habían sido dos largos años llenos de angustia, desesperanza, y por momentos carencias mínimas.
El repiqueteo de unos tacones que imaginó de aguja, resonaba fuerte por el pasillo. Una mujer se aproximaba con un montón de papeles en la mano, lo que impacientó aún más a Roberta. Comenzaban de nuevo esos pinchazos odiosos en el pecho que le impedían respirar con fluidez. La ansiedad, le dijo su amiga en el aeropuerto, controla esa ansiedad Roberta y no olvides resistirte, amiga. La vio marcharse, sabía que sería la última vez que la vería, desde ese momento se abría una distancia de miles de kilómetros para ambas.
- ¿Francisca Almagro López? –la voz asociada a los tacones de aguja gritaba este nombre sin dueña aparente.
- Repito, ¿Francisca Almagro López? – A Roberta le pareció absurda la repetición. Ninguna de las otras dos personas había respondido y suponía que tampoco lo harían ahora.
La mujer de tacones de aguja hizo una mueca de desagrado con la boca, contrariada con la falta de respuesta. Tomó los papeles de nuevo.
- ¿Natalia Ramos Azul? – Su voz sonó menos enérgica que antes. Esperó unos segundos, emitiendo un pequeño gruñido que podría interpretarse de furia o de cansancio.
- ¿Alguna de ustedes es Natalia Ramos Azul o Francisca Almagro López?
Tampoco esta vez hubo respuesta entres las presentes. Sonaba irónico para Roberta que dos personas hubieran rechazado participar en la selección de un puesto de trabajo que sonaba bastante bien: Incorporación inmediata a una consultora de recursos humanos, sin experiencia previa, sueldo aceptable y jornada partida. Para ella eso sonaba a música celestial. Además de que en menos de un mes al fin tendría su título. Llevaba una fotocopia en el bolso, que pensaba mostrar en la entrevista.
La impaciencia de que continuara con la lista de nombres la atenazaba. Realmente necesitaba ese trabajo, ahora más que nunca. En unos meses tendría más responsabilidades y debía estar preparada. Un nudo seco y fuerte le ahogaba la garganta. No podía llorar ahora, no podía hacerlo en ese lugar. Había descubierto que era fuerte, más de lo que se hubiera imaginado cuando abandonó su aldea sobre un cerro blanco que la vio nacer. De nuevo se ajustó la chaqueta esperando con ansiedad el momento de levantarse. Esperaba no marearse, los últimos días había vomitado bastante al despertarse.
La mujer de los tacones se había retirado entre la oscuridad del pasillo. Roberta echó un vistazo a su alrededor. Una joven rubia se mantenía alerta con las piernas cruzadas. Es guapa pensó Roberta escrutándola con la mirada, sintiendo que esa rival iba a ser inexpugnable para ella. Se sintió derrotada por un minuto. De pronto se repuso, maldiciendo sus pensamientos, qué haces Roberta, ella es guapa, pero tú eres trabajadora, luchadora, con título universitario. Esa era su voz interior que siempre la recuperaba en las caídas.
De nuevo los pasos firmes por el pasillo. La segunda candidata se mantenía absorta con un móvil entre las manos que apenas soltaba si no era para escuchar unos nombres que no eran suyos, volviendo inmediatamente después a su intensa tarea con el aparato negro entre las manos.
- Bueno, vamos a hacerlo de otra forma, díganme sus nombres y acabaremos antes.
Roberta sintió que debía adelantarse a las otras dos: Roberta Changuera Valderrama. Se levantó y se acercó a la señora de los tacones que con la palma de la mano la instó a que no se aproximara a ella.
- Y ustedes son…?
Bien. Llegados aquí les confirmo que el Director de Recursos Humanos no ha podido venir por un tema personal. La entrevista la tendrán con el Jefe de Compras de la empresa. Las llamo en un minuto.
El reloj situado encima de la cabeza de la joven rubia mostraba ya un retraso apreciable sobre la hora prevista de la cita. Roberta tenía hora con su médico de familia. Le iba a confirmar la noticia que ella sospechaba desde hacía dos semanas: un embarazo no deseado. De nuevo el nudo en la garganta, otra vez los pinchazos en pecho y abdomen. Se sintió sola, más sola que nunca, con dos extrañas y una tercera que apenas la miraban. Ahora tenía que luchar más que nunca por lo que tenía dentro porque había decidido tenerlo, sola, sin un padre que la acompañara y una familia a miles de kilómetros.
No había desayunado. La falda comenzaba a arrugarse con la espera. Su tripa se inflaba por las mañanas aumentando su perímetro una talla al menos. Se sentía comprimida, quiso desabrocharla para respirar. Por un momento se preguntó qué hacía allí: si conseguía hacer la entrevista y que la escogieran, en unos meses su embarazo sería tan evidente que pronto estaría fuera de esa empresa. De nuevo su voz interior la mandó pegarse a la silla, erguir la espalda y soportar los cientos de pinchazos del abdomen por hambre y rabia.
Unas voces al fondo del pasillo la sacaron de sus pesares. Eran dos personas que dialogaban afablemente. Risas alborozadas resonaron por el pasillo hasta llegar como un eco fiel hasta la sala de espera. Roberta miró hacia la del móvil; seguía absorta en algo de la pantalla sin moverse ni reaccionar; la rubia había cerrado los ojos y descruzado las piernas.
- Lo siento señoritas, vamos a tener que anular las entrevistas. Ha surgido algo imprevisto para el Director de compras que tampoco podrá atenderlas. Les llamaremos para otro día.
La voz femenina sintió alivió cuando terminó la última frase. Sin dar más explicaciones se dio la vuelta. Roberta miró su espalda alejarse por el pasillo hasta desaparecer completamente.
- ¡Pero esto no puede ser, llevamos esperando más de una hora y ahora nos dicen esto!
Su enfado era evidente e intentaba hacerlo partícipe con sus compañeras de espera. La del móvil la miró un instante indiferente.
- Yo me tengo que marchar, tengo otra cosa.
- Pensándolo bien no era tan buena oferta.
La rubia se había incorporado de su asiento con actitud recta, y se dirigía al suelo mientras tomaba el bolso de la silla contigua.
- Pero nos han dicho que nos volverían a llamar. ¡Ustedes lo oyeron! Nos deben esta entrevista y nuestro tiempo.
- Bueno, sí, pero para entonces yo ya habré encontrado otra cosa en un sitio mejor. ¿Alguna bajáis en ascensor?
La del móvil había preferido adelantarse y comenzaba a descender por la escalera.
De pie en medio de una sala ya vacía Roberta extendió los brazos a lo largo de su cuerpo buscando un alivio que no encontraba. Estaba enfadada, triste, dolorida. Tenía que hacer algo. Miró al fondo, hacía la puerta. No lo pensó dos veces, con paso firme se dirigió hacia ella sin percibir obstáculos, sin esperar límites. En ella se podía leer “Director de Recursos Humanos”. Llamó una vez, dos, a la tercera abrió directamente. Sobre un sillón de cuero negro un hombre de mediana edad levantó la vista sorprendido. La mujer con finos tacones delante de él, rompía sus papeles blancos y los echaba en la papelera
- Antes de que mande a echarme, creo que debe escucharme. Soy Roberta Changuera Valderrama, llevo más de una hora esperando en una sala fría a que me hagan una entrevista de trabajo en la que había puesto parte de mi futuro. Sin explicaciones, sin disculpas, nos echan por temas personales… ¿Quiere que le explique mis temas personales?
El nudo de la garganta ya no podía aguantar más y explotó derramándose sin control.
El hombre no dijo nada, la miró entre asustado y perplejo.
- Pero qué hace usted aquí, les dije que se fueran que ya les llamaríamos… – La voz agria de la señora de tacones, se esparció por todo el despacho.
- Espera, Maite, déjala que termine y luego hablamos. – El hombre se levantó y rebuscó algo entre los papeles de la papelera.
No habían transcurrido más de media hora cuando en el hall principal del edificio, Roberta salía del ascensor izquierdo, enjuagando unas lágrimas ya secas. Su cara mostraba serenidad, su falda infinidad de arrugas y su voz interior no dejaba de recordarle que ella era fuerte y lo había conseguido. Miró el reloj, la cita del médico se había pasado ya. Bueno, el resultado lo conocía, volvería a pedir cita, esta vez por la tarde cuando el horario del nuevo trabajo le permitiera acudir.
Lo primero que le habían encomendado es llamar al resto de candidatas para decirles que el puesto estaba ocupado ya. Tenía que llamar a todas, a las dos que no habían acudido a la cita y a las que estuvieron con ella y decidieron marcharse porque tenían otras ofertas o planes mejores. A lo lejos pudo ver cómo la del móvil estaba sentada en un banco próximo. Casi mejor se acercaría a ella y se lo diría personalmente. Su voz interior le repetía que no había hecho bien en contar toda la verdad sobre su vida. Esta vez no estoy de acuerdo, protestó. ¡He hecho lo que debía hacer, y no me ha salido tan mal!
Montada en el autobús de regreso, repasó una y otra vez la escena vivida. Dos paradas más allá, una mujer se montó en la parada. La reconoció enseguida. Era la guapa rubia que con tanta prepotencia había desechado volver a esa oferta. Al pasar junto a ella la reconoció.
- He conseguido el trabajo, ¿sabes? Y no es tan malo como creías.