“Los años robados”: el pasado dictatorial de Brasil para comprender al país actual de Bolsonaro

Por Horacio Otheguy Riveira

Los años robados, escrita por el diplomático y escritor Edgard Telles Ribeiro, es una excelente novela, retrato de un arribista sin escrúpulos cuyo talento aprovecha la influencia progresista de finales de los 50 (Segunda Posguerra Mundial), para formar su amplia cultura en el mundo de la diplomacia y el Derecho, así como en la posterior reentrada en el poder de la clase dirigente, de la mano de una gran figura de la Iglesia católica.

Este hombre crece en tiempo y espacio, se convierte en personaje imprescindible de los vericuetos más siniestros, o los más encantadores (se casa con una fascinante muchacha, hija de un poderoso banquero que es, a su vez, protector de la cultura más liberal e incluso de izquierdas). A lo largo de sus sinuosos recorridos por las altas esferas se codea con lo más granado y participa activamente de las persecuciones y torturas, delatando gente, actuando en primer plano y en la sombra, según le convenga, con plena actividad en los bárbaros tiempos de la intensa participación en el poder social y político de la oligarquía brasileña, desde mediados de los 60 hasta bien entrados los 70, dejando al final de su recorrido un reguero de crímenes de Estado con moderados castigos y muy bien apañadas protecciones en figuras que, como el protagonista, siguieron participando de la vida política en el papel de hombres íntegros, demócratas limpios, en un simulacro de honestidad a prueba de hemerotecas, ya que sus temibles acciones nunca se hicieron públicas.

Edgard Telles Ribeiro aprovecha su amplio conocimiento de la realidad de la diplomacia brasileña y desarrolla una novela histórica cuyo punto de máximo interés dramático radica en el excelente tratamiento de lo que se dio en llamar Operación Cóndor: el plan de Estados Unidos para derrocar a Allende en Chile y eliminar violentamente toda oposición progresista, cualquier vestigio de izquierda cultural o militante. Con todo lujo de detalles se ve el progresivo asentamiento de dictaduras militares en el cono sur como El Salvador, Guatemala, Argentina y Uruguay…

Los datos que se desarrollan en esta novela, en sí misma apasionante, nada discursiva, son muy útiles para comprender cómo se repite el mismo fenómeno en un contexto diferente. Ahora ya no hay golpes de estado furibundos, hombres de armas al frente del poder, pero se adivinan detrás de la apariencia democrática, a través de elecciones con enorme influencia económica en los medios de comunicación, creando golpes de estado con apoyo de una masa que cree decidir el destino del país. Después de doblegar al Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y Dilma Youssef, que por primera vez en la historia llegó a gobernar, logrando un comienzo de victoria socialista impresionante, cada paso ha sido estudiado con precisión criminal, como si de una obra de Shakespeare se tratase.

Lo que dejan claro Los años robados —publicada en castellano por Alfaguara en 2014— es que el monstruo implacable de la oligarquía y sus aliados despilfarra su poder militar, decae y se organiza bien para mantenerse en la sombra hasta dar el salto con una reaparición más fuerte, más consolidada. Si en aquellos años la Iglesia Católica fue una institución de gran influencia, ahora lo es la Iglesia Evangelista, que en unos 40 años se implantó en todo el subcontinente con mucha fuerza, convirtiéndose en Brasil, como en Estados Unidos, como un bastión de la nueva derecha Biblia en mano y millones de dólares como una fortuna que incrementa su influencia social, y cierta distribución de servicios entre los más pobres.

Jair Bolsonaro acaba de advertir que una vez en el poder desde el 1 de enero 2019: “Vamos a barrer de nuestra tierra a los marginales rojos y a esos terroristas llamados Sin Tierra”. Sus lindezas acompañadas de oraciones propias de un cristianismo medieval son bendecidas por Mr Trump y la ociosa y poderosa burguesía dueña de los más importantes medios de explotación económica y de comunicación.

América Latina, castigada durante todo el siglo XX por dictaduras protegidas por la Iglesia Católica y Estados Unidos (Venezuela, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Brasil…), vuelve a repetir esta imperiosa necesidad de la minoría rica, muy necesitada de restablecer la esclavitud. No le bastan las reformas laborales y la decadencia mundial de la protección de los servicios sociales, su avaricia reclama mucho más. Y es que, tras la última gran crisis, el poder económico de las multinacionales se ha expandido y tocado techo, le urge alcanzar nuevas cotas de poder, por eso Trump/Bolsonaro niegan el perjuicio de la contaminación ambiental y aplauden el crecimiento industrial en el Amazonas. Todos estos temas, junto al renacimiento de la homofobia y el racismo en alarmante diverso grado, permanecieron guardados bajo llave cuando se creía vivir en una auténtica democracia, hasta dar este gran golpe de apariencia democrática, con millones de personas manipuladas emocionalmente a través de informaciones interesadas altamente dramatizadas.

Lo mismo sucede en otros países de los que no se dice nada, como Guatemala, El Salvador, Honduras… falsas democracias con un permanente acoso y derribo a cualquier causa de reforma social.

El futuro inmediato es muy negro. El de largo plazo, esperanzado, pero a costa de mucho sufrimiento y violencia (ya hay vandalismo en barrios brasileños, favorables a la furia del líder de ultra derecha). La corrupción inherente a estos fenómenos sociopolíticos terminan siempre mordiéndose la cola y alimentándose de su propia medicina.

 

Sedes del Ministerio de Asuntos exteriores de Brasil, donde transcurren episodios importantes de los hechos reales en que se basa la novela. Arriba, el Palacio de Itamaray en Río de Janeiro. Abajo, la misma sede trasladada a Brasilia, la nueva capital de Brasil, diseñada por el arquitecto de fama internacional Oscar Niemeyer (comunista exiliado durante muchos años), nacido en Río en 1907 y fallecido en la misma ciudad en 2012, a la edad de 104 años.

 

 

 

 

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (y 43)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Abandonando Santiago

Objeto

Completo

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues  a veces nos tenemos que parar a sentir y escuchar las lecciones que hemos aprendido, sólo luego podremos seguir adelante recibiendo más y así un día sentirnos completos”

Escrito

Finalmente llegó el momento de partir de Santiago. Atrás dejaba de nuevo a grandes amigos que no sólo me habían ayudado a tomar consciencia de aspectos tales como; la Dictadura de Pinochet, la política actual de Piñera, la realidad Mapuche… sino que a través de ellos había acariciado aquellos aspectos más humanos de los cuales muchas veces parece que nos acabamos olvidando. Aquellos aspectos que por suerte aún se mantienen alejados de cualquier fuente informativa ultrajada por la necesidad de dar de comer al capitalismo y que tan sólo florecen a través del propio sentimiento de cada uno de nosotros.

De Barrio Brasil a Providencia, de Plaza Yunkai a Barrio Bellavista, no importaba el sitio, cualquier rincón era bueno para conocer las inquietudes, los miedos, las victorias, las esperanzas de cada uno de nosotros. Cada uno de aquellos que me acompañaban parecían estar de vuelta de todo en cuanto a muchos de los aspectos de la vida que a día de hoy yo me pudiera cuestionar; muchos de ellos ya hacía tiempo que habían tomado su mochila como forma de vida y tan sólo bajo la tenue y humilde insignia de cualquier pueblo de donde fuesen originarios habían viajado con ojos abiertos con la única intención de aprender. Era por ello que ahora me dedicaba a escuchar más que hablar para poder conocer, para poder aprender de cada uno de aquellos mensajes que aparecían en forma de alertas y que podrían ir allanando cualquier impedimento existencial que me pudiera ir encontrando de ahora en adelante.

Las últimas palabras que recuerdo de ese bautizado como “kilómetro 0”, allí en donde sólo sabes cuando entras, pero no cuando sales… fueron que tenía que seguir mi camino en búsqueda de la luz, pero no una luz en sentido transcendental, sino que la luz tomaba forma en concepto de todo el conocimiento que podía ir adquiriendo, pues en este viaje cada vez tomaban más importancia, no los destinos sino las personas que me iba encontrando.

Así que me desprendía de mis anteojeras para agarrar un bus en búsqueda de un nuevo destino, mejor dicho en búsqueda de nuevas “personas”, al momento que mis oídos retomaban canciones de los Jaivas, del Fulano, de los Prisioneros, … las cuales me ayudarían a recuperar viejos mensajes que esos días se habían convertido en bellas lecciones.