La bella y la bestia (1991) Por Luigi De Angelis

Bella y bestia 3

A menudo catalogada como la mejor película animada de la segunda edad de oro de Disney, La bella y la bestia es un film que envejece estupendamente. Con cada visionado revela nuevas capas de excelencia y su inmortalidad está garantizada. Se trata de una obra de incuestionable depuración técnica y elevado valor artístico; arte y entretenimiento en comunión.

Luego de un precioso prólogo inspirado en vitrales de iglesia, la primera escena —Bella caminando hacia la biblioteca del pueblo ante la mirada curiosa de sus vecinos— me cautivó totalmente. Desde aquella primera imagen la cinta muestra un personaje femenino central que rompe el molde de fragilidad e ingenuo romanticismo que predominó en las princesas de la primera edad de oro de Disney. Bella es la primera feminista en la historia del emporio de los sueños, a la que años después seguirían Mulan y Mérida como magníficos modelos a seguir para los jóvenes espectadores.

 

Bella y bestia 1

Ya con mirada de adulto, las variadas referencias cinematográficas del film no dejan de encantarme hasta el día de hoy. Desde un claro homenaje a La novicia rebelde (1965) en el breve canto en la colina, pasando por un guiño a El mago de Oz (1939) y, finalmente, una sombría escena en la que la Bestia me recuerda a Orson Welles en Ciudadano Kane (1941), este clásico animado es también crème brûlée cinéfilo. Pequeños tributos a grandes películas conforman una esplendorosa idea cuando se incorporan con sutileza y elegancia, y en este caso el resultado es inmejorable.

Técnicamente la película es ejemplar. Los interiores y exteriores, así como las texturas y sombras reflejan una calidad de animación avanzada. Se trata del primer film en la historia en el que se utilizaron fondos en 3-D CGI en movimiento integrados a la animación tradicional. Además, al igual que en La bella durmiente (1959), la selección cromática tiene un propósito; por ejemplo, Bella es deliberadamente el único personaje vestido de color azul, una decisión del artista Brian McEntee para acentuar el carácter peculiar del personaje.

La cinta se encuentra musicalizada en todas sus escenas y tanto la partitura como las canciones fluyen con naturalidad al ritmo del desarrollo de la trama. La música del genial Alan Menken y las letras de Tim Rice y Howard Ashman contribuyen a la potencia emocional de las escenas, las mismas que se encuentran revestidas de una estilizada estética de libro ilustrado y de una dinámica esencialmente cinematográfica. Incluso para un espectador poco entusiasta del género musical, las memorables melodías no resultarán chocantes ni empobrecerán su visión general de una obra que posee una robusta factura dramática, acompañada de destellos de comedia basada en slapstick y gags sencillos para el disfrute de los niños.

Bella y bestia 2

  La palabra clave para definir a La bella y la bestia es espectáculo. La nobleza de su mensaje de respeto a la diferencia y de apreciación de la belleza interior se suma a elementos de producción que la ubican en una posición privilegiada en el canon de Disney. No hay una sola escena en todo el film que no haya sido concebida como parte de un espectáculo. La tragedia, el romance, el peligro, el heroísmo y el júbilo son desarrollados a una escala operática maravillosamente “desmedida”. Sin duda se trata de un irrepetible e inolvidable despliegue de energía, brillo, color y talento. ¡Es Disney a lo grande!

Sueños… Por María José Prats

thCreemos que el tiempo tiene respuesta para todo, o casi todo, cuando en realidad lo único que hace es que olvidemos la pregunta.

La soledad nos enseña a sufrir, a vivir en la más pura de las verdades y en el más negro de los silencios. Incluso el amor —que es la mejor de las respuestas—, a veces se torna fatídico haciendo tanto daño que nos deja solos, inmersos en la triste penumbra de la soledad.

De repente, ante tanta incertidumbre de preguntas sin respuesta, de sufrimientos no aliviados o de amores silenciosos, yo, me pregunto: ¿Soy incapaz de olvidar? ¿Incapaz de seguir el camino? ¿Incapaz de reír?

Creo que cuando era niño reía mucho, pero entonces… era inocente. Sólo entonces pensaba en lo que quería ser de mayor y que los años pasaran más deprisa. Y es lo que da la inocencia, la posibilidad de viajar dentro de nuestra propia “galaxia” llamada alma. Mientras tanto todo gira a nuestro alrededor sin pensar que llegará el día en que el niño se hará mayor.

A veces pienso que estoy soñando, que ni siquiera estoy vivo, que estoy ausente, como si alguien me thestuviera soñando. Y hay días en que tengo sueños vividos. Puedo verme caminando bajo la lluvia mirando el pavimento, con la mente en todo y en nada. Y veo que mis pasos se encaminan a la última planta del viejo edificio, donde ni siquiera había ascensor. Y al final llego y abro la puerta, respirando dificultosamente después de subir cuatro pisos, y me encuentro solo en el pequeño cuarto entre paredes medio blancas. Me siento entre las descoloridas flores del sofá y cierro los ojos, pero… no, no puedo pararme. Entonces a pesar de la fatiga vuelvo a la cruel realidad.

Un día en la biblioteca Por María José Prats

pluma--se-comunican_19-127806Hoy me senté a escribir, como suelo hacer a diario. Sabía que debía escribir, pero no venía a mi mente ni una frase con la que empezar una historia. La pluma permanecía inmóvil en la mano y la hoja en blanco. ¿Para qué me habré sentado, pensé? ¿A quién obedecí al sentarme? ¿Acaso, antes no debería saber que no iba a hacer nada? ¿Quién será ese yo, convencido de que escribiría algo?

Me levanté, dejé la libreta y la pluma, y salí a recorrer las calles del pueblo, a ver si me inspiraba algo del paisaje, las gentes o yo qué sé… Estaba en baja forma y mi capacidad de decidir de nada me vale si no estoy realmente concentrada. Así que me dejé llevar por los caprichos de “mis duendes”. Uno de ellos me convenció para que me sentara en un banco del parque y escribiera lo que se me ocurriera. El otro le llevaba la contraria, evitando que naciera en mí cualquier pensamiento o idea. El primero se enfadó y me dejó paralizada en el banco, esperando alguna reacción en mi negada voluntad. El otro, para no reconocer que la cosa no era divertida, insistía en mantener ausentes mis ideas. Hasta que no sé por qué razón los dos me abandonaron, quizás por aburrimiento.

Al cabo de un rato me encontraba en la biblioteca. La huida de mis duendes me llevó hasta allí. Un pequeño edificio de dos plantas casi vacío. Bueno, rectifico, había dos personas. Una de ellas era el bibliotecario, persona ya mayor que —como la tortuga— se movía lentamente, pero de tal forma que transmitía el convencimiento de alcanzar todo lo que se propusiera. La otra era una persona callada y de apariencia enigmática, parecía extranjera, probablemente residiría a las afueras del pueblo.

Decidí curiosear, a ver si encontraba algún libro. Me dirigí a la sección de filosofía, pero acabé en la de botánica, el tema de las plantas siempre me atrajo mucho. Noté que un libro sobresalía del resto y me llamó la atención. Lo cogí y leí su título: “Plantas tropicales venenosas II”. Obviamente, faltaba el tomo primero.

th

Me senté en un rincón de la sala y comencé a hojearlo, y entonces dejé volar mi imaginación.
De pronto me instalé en un lugar desconocido, con la esperanza de que me estuvieran esperando mis duendes. El señor extranjero y misterioso tenía mucho que ver con la ausencia del primer tomo. Seguro que si preguntase al bibliotecario me lo confirmaría. Probablemente me diría:

—Hace más de cinco años que ese libro no se encuentra en la biblioteca. El último que lo vio fue ese señor, es extranjero. Viene cada tarde por aquí. Yo se lo presté, lo recuerdo como si fuera ayer.
Por entonces yo solía pasear todas las mañanas antes de abrir la biblioteca, y pasaba por delante de su finca. Un lugar fácil de reconocer porque tenía un jardín lleno de plantas tropicales. Siempre que pasaba él alzaba la cabeza y yo me preguntaba: —¿A quién se le ocurre plantar plantas tropicales en esta zona?

Era una persona que llegó al pueblo aquel invierno y compró la finca. Nunca hablé con él más de lo estrictamente necesario. Lo conocí porque siempre iba a la misma hora a la biblioteca. Persona de pocas palabras y poco trato, siempre se sentaba en el mismo sitio, de espaldas a la ventana, la de la persiana rota. Si no recuerdo mal, era por mayo cuando debía devolver el libro. Pero no lo hizo. Decía que sí, que ya lo había devuelto, pero yo sabía que no, ¡tengo buena memoria para eso! No sé si lo robó o qué pasó porque en la ficha constaba que sí lo había devuelto. Y puedo asegurar que llevo muchos años en este oficio y sé perfectamente que ese libro faltaba.

Desde ese momento me obsesioné con él. Lo observaba cada vez que venía a la biblioteca. Y cada vez book-549126_640que pasaba por delante de su jardín notaba un cambio en el crecimiento de sus plantas tropicales. Y he de reconocer que lo cuidaba de forma exquisita. Hasta que un día, quizás por un despiste suyo, observé un libro encima de la mesa del jardín. No lo dudé, ese debía de ser el libro.

Fue tal mi empeño que preparé un plan para recuperarlo. Era sábado, día en el que el hombre se ausentó de la casa unas horas, porque le vi coger el auto con dirección a la capital. Salté la valla, con tan mala suerte que caí de bruces y rompí el pantalón, y entré por la puerta de atrás que había dejado abierta. Miré en el salón, en varias estanterías, en el dormitorio, en todas partes, hasta que abandoné la búsqueda cuando sentí el ruido del motor del coche que se aproximaba. Salí corriendo, me encaramé como pude a la valla, que no era nada fácil, y nuevamente volví a caer esta vez encima de una mata de espinos…

A duras penas me incorporé. Sentía el cuerpo dolorido y los espinos se me habían clavado por el cuerpo, pero solo pensaba en escapar de allí a toda prisa para no ser descubierto. Pero sentí una mano que presionaba con fuerza mi brazo:

—¿Se puede saber qué hace usted en mi casa?—me dijo sin soltarme.

No supe reaccionar, entre el dolor de los espinos acribillando mi cuerpo, y aquella mirada amenazante, solo supe decir con voz quebrada…

—Perdone, es que… bueno, la verdad es que venía a… verle, sí…eso. Pero no le encontré y al oír ruido me asusté y…

—¿Y qué es lo que quiere?—me preguntó, con voz regia, mientras soltaba mi brazo.
Entonces le expliqué el motivo de mi presencia con calma, aunque su mirada seguía fija en la mía. Y después de unos minutos se dirigió a la mesa del jardín y regresó con algo en las manos.

—¿Es este el libro?

Efectivamente me había equivocado, aquel no era el libro que yo buscaba. Resignado y malherido volví sobre mis pasos mientras sentía unos ojos amenazantes a mi espalda.

—Por favor, joven, vaya acabando, a las ocho se cierra la biblioteca.

Tan ensimismado estaba con mis pensamientos que no me di cuenta de la hora que era y de la tortuga andante que se acercaba.

—Perdone, ¿sabría decirme si tienen el primer tomo de este libro? —le pregunté.

Lo miró y respondió: —No, el primer tomo se quemó en un gran incendio que hubo en la villa de la marquesa, hace… no sé cuántos años, según me contó el anterior bibliotecario.

Agradecí la explicación y regresé a casa. Mientras caminaba pensaba que nada tenía sentido. ¿Por qué me inventaba aquellas historias sobre el bibliotecario? ¿Por qué le hice tales preguntas? ¿Pretendía acaso obtener tema para escribir? Y… ¿Quién podría ser aquel extraño personaje que, inmóvil, no levantaba la vista de algo que leía?

Al llegar a casa, cené y me tumbé en la terraza mirando el cielo oscuro. Deseaba que esa oscuridad lograramano escribiendo esconderme. Había salido pensando en que mi mente me abriría las puertas de algún tema, y lo que conseguí fue aturdirme aún más. O… tal vez el sinsentido traía respuestas inesperadas…

 

 

Cicatrices en el alma Por María José Prats

Juana se despertó a eso de las cinco de la madrugada. Y como, solía ser habitual, se quedaba media horita más en la cama intentando vencer el sopor y el cansancio del día anterior, y no se levantaba hasta que el pequeño despertador sonaba por segunda vez.

Mientras tanto su marido seguía durmiendo como un niño hasta las seis y media. Entonces le preparaba el desayuno y el almuerzo, así él no tenía otra cosa que hacer más que asearse, tomarse la rica taza de café con leche caliente con tostadas, y salir hacia el trabajo. Cuánto hubiera dado ella porque, de vez en cuando, su marido le sorprendiera preparándole el desayuno. Pero él no era de ese tipo de hombres.

despuesSe lavó la cara y dejó de parecer una sonámbula perdida por la casa. Se tomó su cortado de la mañana y comenzó a sentirse persona. Entró en la cocina y encendió la radio, buscó su emisora favorita, la que más boleros ponía a diario, y al compás de la melodía, empezó a canturrear mientras metía la comida en los táperes: “Bésame, bésame mucho, cómo si fuera esta noche la última vez…” Aquella canción… ¡Cuántos recuerdos! El primer baile, el primer beso.

Braulio se levantó y se dirigió hacia la cocina. Apenas le dedicó un bufido cargado de apatía, y mucho menos un saludo cariñoso. Siempre se levantaba con cara de pocos amigos. No solía ser muy comunicativo, sobre todo a esas horas. Según transcurría el día se volvía más hablador, pero, siempre haciendo gala de su malhumor, en mayor o menor escala, al menos en casa. Luego… fuera era otro asunto, e incluso podía parecer encantador.

Se sentó a la mesa, untó las tostadas con mantequilla y el tazón de café. Juana bajó el volumen de la música y permaneció a su lado observándole. Cuando la canción cesó, apagó la radio y puso la televisión. Solía protestar con voz frágil, cuando el locutor comentaba la noticia de algún incidente desafortunado. Le sorprendía que algunas personas pudieran hacer daño sin el menor remordimiento. Lo comentaba con su marido para ver qué opinaba al respecto, pero era como si se lo dijera al aire, porque ni caso que le hacía.
—Bueno, me voy, adiós.
—Que tengas un buen día.
—¿Un buen día, dices?… Eso sería si me quedara en casa y no tuviera que ir a trabajar, como haces tú —respondió él, sin mirarla.

Para Braulio, él era el único que trabajaba de verdad. Ella sólo se dedicaba a ver la tele, charlar con las vecinas y poco más. Porque fregar, barrer, planchar, coser o hacer la comida… eran trabajos sin importancia, obligaciones de la mujer. No colaboraba en nada, ni recogía sus platos, ni tenía demasiado cuidado de no orinar por fuera de la taza, ni se preocupaba de colocar su abrigo en la percha.
Juana no se sentía valorada. Era una esclava de la casa. Cualquier hora era buena, cualquier tarea insuficiente y cualquier esfuerzo obligatorio. Era una cruz difícil de soportar. ¡Cómo habían cambiado las cosas! Le recordaba de novio, todo un caballero, considerado y cariñoso. Verdad era que siempre había sido algo bruto y chapado a la antigua, pero entonces eso no tenía importancia. Solían pasear los fines de semana, ir al cine, hablar sin parar de miles de cosas. Hacían el amor con frecuencia y disfrutaban el uno del otro.

Pero ahora… no era el mismo, podía pasar de hablarle groseramente por cualquier estupidez, a forzarla 2755463649_edd5dd3c75_zde la peor forma posible.
Se preguntaba cómo había pudo cambiar tanto su forma de ser. Tan insensible, tan poco delicado con la persona con la que se había casado, con la que convivía día tras día. Sólo un “gracias” o un “por favor” le bastaban, no era tan difícil. Pero parecía disfrutar con sus malos modales y hacerla sentir ridícula ante sus amigos. Ella los detestaba, eran unos borrachines despreciables que no hacían otra cosa que regalarle los oídos para conseguir otra ronda en el bar.

Tanta amargura se le quedaba atragantada, hasta que de pronto alguna tarde se sorprendía a sí misma llorando desconsoladamente.
Se recordaba como una chica guapa y divertida. Ahora era triste, apagada y asustada. Las huellas de los insultos, de las palabras despectivas, se clavaban en su alma como cuchillos candentes. Y lo peor de todo era que esas huellas se iban transformando en cicatrices.

Un día, no más regresar del trabajo, le dijo que, por mediación de un amigo, le había conseguido un trabajo de mañana como limpiadora en un centro comercial:
—Te conviene ocuparte de algo útil y así sabrás lo que cuesta ganar el dinero que luego despilfarras tan alegremente.

Juana no supo reaccionar, no lo necesitaban, ni tampoco ella lo deseaba, pero él le obligó a aceptarlo. La discusión se zanjó con coléricos desplantes. Juana se resignó, y aceptó.
Al cabo de una semana se encontraba entre mesas, sillas, cubos y fregonas limpiando las oficinas del centro comercial, con cara desencajada y la sola compañía de las notas musicales que salían de un pequeño transistor que llevaba en el bolsillo. De repente, como si entrara en un pasado lejano, le asaltó la voz de Armando Manzanero: “Somos novios… pues los dos sentimos mutuo amor profundo, y con eso ya ganamos lo más grande de este mundo…” Pensó que se volvía loca, sonriendo de felicidad, bailaba con la fregona mientras las lágrimas corrían por su cara. Se encerró en el aseo hasta que terminó la canción.
Según pasaban los días el agotamiento de la jornada en el trabajo, unido a los quehaceres de la casa, Juana notaba que la relación con su marido parecía estar… más tranquila, pues las palabras y los gestos desagradables debido al carácter inestable de Braulio, eran de forma anecdótica. De vez en cuando surgía alguna situación que generaba un poco de tensión, pero después mostraba atisbo de arrepentimiento, unido a algún tipo de justificación para encubrir su forma de actuar.

MANOS UNIDASDesgraciadamente esos desafortunados momentos puntuales, se fueron repitiendo con mayor frecuencia. Y lo mismo empezó a ocurrir con los desprecios y las expresiones irrespetuosas, volviendo a convertirse de nuevo en algo normal. Y lo que más le fastidiaba a Juana era que, una vez pasado el vendaval de la tormenta emocional, su marido se empeñaba en tratar de hacerle ver que era la culpable de haber provocado la situación.

En medio de una comida, Braulio reaccionó golpeando el plato de judías contra la mesa, amenazándola si volvía a servirle la comida tan caliente. Otro día, la vio conversando con un antiguo amigo al que no veía desde hacía algún tiempo. Por la noche le advirtió que si alguna vez se le ocurría serle infiel le daría una paliza de la que no se recuperaría jamás.

En ambas ocasiones, una vez pasado el furor inicial, hablaba con ella haciéndose la víctima. Entonces le preguntaba por qué se portaba así con él y le hacía perder el control.

Cuando los amigos venían a casa a ver los partidos, o a jugar a las cartas, entonces más se ensañaba. Y ella callaba y aguantaba, estaba acostumbrada a todo, se sentía insensible ante los desaires, ante los desprecios machistas, comentarios humillantes y gestos despectivos. Sentía que no sabía hacer nada bien, que no era suficientemente buena para él ni para ella misma. Que era torpe y poca cosa.

Para colmo, cuando iba a casa de sus suegros, el padre de Braulio siempre acababa sacando el tema de los niños y le preguntaba, mirándola bruscamente: —¿Cuándo piensas quedarte embarazada? Juana torcía el gesto y no sabía que decir.

Desde el principio el hombre no la miró con buenos ojos, no aprobaba esa relación, decía que Braulio necesitaba una mujer de más valía. Y ella, para romper la tensión del momento, ayudaba a su suegra a recoger la mesa, fregaba y colocaba la cocina e incluso le dejaba todo ordenado, dado que la anciana apenas se podía mover. Mientras les oía hablar de forma desdeñosa, desde el salón donde se quedaban tomando unas copas:
—No sé en qué estás pensando, hijo. ¿Es qué no sabéis hacer un niño? Mira que te lo dije antes de casarte: “A las mujeres, cómo a los caballos, hay que enseñarles quién manda y manejar las espuelas para que te obedezcan y se hagan mansas”. Creo que la tratas demasiado bien. Como no la pongas en su sitio… ya verás.

Y resultó que, en una de esas ocasiones familiares, Juana, no aguantó más y le contestó con vehemencia. En ese momento la mano de Braulio cruzó su cara con fuerza. Y el viejo comentó en tono jocoso: —Eso, un poco de jarabe de palo no viene mal, se lo tiene merecido. ¡Mujeres…todas son iguales!
Juana se levantó, y se dirigió a la cocina abochornada llorando de rabia e impotencia. El corazón parecía2755463649_edd5dd3c75_z salirle del pecho. Su suegra, una mujer sumisa y callada, intentó consolarla:
—Hija, tienes que ser paciente, los hombres son así. No le des más importancia e intenta olvidarlo. Tienes que ser valiente y decir que sí a todo, luego haces lo que te dé la gana, sin que se dé cuenta. Te lo dice esta vieja inútil, a la que el tiempo le arrebató las ganas de seguir viviendo.

Pasó el tiempo y Juana empezó a sentir que una fuerza penetrante le oprimía el pecho. Pensó que sería el estrés del trabajo, de la casa. Los nervios continuos se le metían en la boca del estómago, y hasta una punzada le oprimía el corazón. Últimamente no tenía gusto para nada, ni siquiera para arreglarse. Y Braulio parecía disfrutar con ello, haciendo comentarios hirientes sobre su aspecto.

Por eso cuando vio que el nuevo chico del supermercado, tan simpático, y bien parecido, le dedicaba palabras amables siempre que atendía, quedó gratamente sorprendida y desconcertada. No podía creer que aún existieran hombres así. Un hormigueo cálido y gratificante como una caricia, recorría su cuerpo cada vez que le veía. Y aquel casual encuentro se convirtió en fortuitas y agradables casualidades.
El muchacho nunca le insinuó nada fuera de lugar, y era eso precisamente, lo que más le admiraba.

Después de algunos encuentros y cafés, a los que la invitaba cuando salía a algún recado, Juana llegó a pensar que había cierta química entre ambos, algo que no confiesan las palabras, pero que existe. Se encontraban en la calle, en el correo o en alguna tienda… él siempre aparecía por donde menos se lo esperaba. Se sentía halagada pero también le daba un miedo atroz de que alguien les pudiera ver. Hablaban de cosas intrascendentes, del tiempo, de cómo estaban las cosas, de alguna película, de música…

Ella parecía flotar en una nube, era como si el aire fuera más limpio, el cielo más azul y el sol más luminoso.
Pero todo fue muy efímero y bonito mientras duró, porque un día apareció Braulio como un espectro terrorífico, y los encontró hablando distendidamente. Juana no supo cómo reaccionar., una mueca de temor dibujaba su pálido rostro. El estómago se le encogió y las piernas le temblaban. Braulio no reaccionó de forma agresiva, en contra de lo que ella esperaba. Le pidió le presentara al extraño con un cierto toque de sutileza en él. Se hizo un silencio incómodo, una mirada hostil hacia ella. El muchacho veía dibujarse en el ambiente una marcada tensión. Fue una despedida amable.

—¿Qué? ¿De cháchara con el tipo ese de los cojones?
—No, nos vimos por casualidad. Es el nuevo empleado del supermercado. Un chico muy atento con los vecinos, nada más.
—¿Acaso me tomas por tonto o qué?
—Braulio, me estás haciendo daño en el brazo… suéltame.
—¿Daño? Tú no sabes qué es el daño. Daño es el que me haces tú cuando te portas como una vulgar fulana. Dime, ¿quién era ese tío en realidad? ¡Vamos, no me mientas! ¿Qué hacías con él?
—Pero, Braulio, ya te he dicho que…
Juana no pudo terminar la frase. Una bofetada rápida le torció la cara, estando a punto de caer.

—Te juro que no hacía nada malo, sólo hablábamos…
—Llevo un rato observándote. Sabía que te veías con un tío a mis espaldas. Te comportas como una cualquiera de las muchas que hay por el barrio. ¿Acaso no me porto bien contigo? ¿No te doy lo que necesitas? ¿No tienes todo lo que quieres, para que me lo pagues así?

Mientras, la gente que pasaba observaba la escena, pero nadie hacía nada, sólo eran meros espectadores. Braulio la abofeteó de nuevo y esta vez… la hizo caer de rodillas. La cogió del brazo y la levantó obligándola a caminar empujándola.
—Vamos para casa, camina…

Entre lágrimas ve como la gente sigue observando como si de un espectáculo se tratara. Nadie dice nada. Alguien hace muestras de acercarse, pero… no, se retira y sigue observando. Ella camina. Según se acercan a la casa siente un terror inmenso ante la indefensión y el aislamiento entre aquellas malditas paredes que hacía tiempo dejaron de ser su hogar, y teme lo que ahora pueda pasar.

Braulio se recuesta en el sofá y le dice:
—Tráeme una cerveza que tengo sed… y ponte hielo ahí… ¡Tienes una cara!

Transcurrieron varias semanas de monótono sufrimiento hasta que una pequeña chispa provocó un gran incendio

Todo ocurrió el día de la fiesta de Nochebuena. Juana había trabajado hasta las tres de la tarde y después había tenido que recoger la casa, para más tarde ir donde sus suegros a prepararlo todo para la cena familiar.
Esa noche, serían unas veinte personas, entre familiares de uno y otro.
Juana se encargó de prepararlo todo: arregló la mesa, preparó la carne, los entremeses, las bandejas de polvorones y demás dulces navideños. Todo el mundo comía y bebía tranquilamente. Pero ella estaba muy agotada, ni siquiera tenía apetito. Estaba pendiente de que a nadie le faltara de nada. Notaba la hipocresía que flotaba en el ambiente, observaba a los demás que reían y gritaban contando estupideces, como si fueran una familia unida, o bailando al son de la música.

Braulio se dirigió a ella con su habitual rol de mando para que recogiera su plato y le sirviera un vaso de licor. Juana le oyó como si de una voz lejana se tratara. Se sentía aturdida por el bullicio, en su cabeza merodeaba la idea de lo amable que era con el resto de las mujeres, y lo insoportable que era con ella. De nuevo Braulio trató de sacarla del trance, agarrándola por el antebrazo, pero ella sintió una repulsión atroz, y se soltó con un gesto brusco.
—¿Qué pasa, mujer? Vamos, llévate esto de una vez, y sírveme una copa de licor, de ese que tú sabes.
—¡Déjame en paz! —Dijo ella, con voz ahogada.

Se hizo el silencio en la sala. Todos parecían haberse puesto de acuerdo para ver el espectáculo que iba a ocurrir. Las miradas se clavaron en ella. Y los ojos de su suegro se hundieron de forma contrariada en su hijo. La tensión se podía cortar con un cuchillo.

—¡Sí, déjame en paz! ¡Ya estoy harta de todo! ¡De ti y de todo esto! ¡Sólo soy tu esclava! ¡Vamos… recoge esto, ponme la comida, dame la cerveza, lávame los pantalones…! ¡Estoy harta de ser la que obedece y calla, la que no vale para nada! ¿Me oyes? Me voy, sí, me voy, no quiero saber nada de ti…
—¿Adónde crees que puedes ir? ¿Qué quieres, dejarme en ridículo ante mi familia, eh, zorra? Le dijo al tiempo que la zarandeaba violentamente. —Tú no vas a ningún sitio. Así que recoge mi plato ahora mismo y cállate, estúpida.

Entonces Juana se amedrentó, se sentía vencida en aquella dolorosa situación. Lo que al principio había sido un subidón de rabia e indignación contenida, segundos después se transformaron en miedo y desaliento. Bajó la cabeza y rompió a llorar, viendo los rostros impasibles de los demás, en especial la cara de satisfacción de su suegro, y se sintió una mierda. Tal vez la locura, o la angustia guardada en su corazón, le habían hecho reaccionar de aquella forma. Pero no se sentía con fuerzas para seguir doblegada otra vez, así que insistió:
—¡Recoge tu plato y sírvete tu licor! Desde luego yo no lo voy a hacer, ni siquiera quiero ser tu mujer. Voy a…

No le dio tiempo a más. Su marido le había lanzado una certera bofetada que la había lanzado hacia atrás, cayendo en el suelo. Sintió un intenso dolor en la nuca, apenas podía distinguir nada, tenía los ojos nublados, y el cuerpo casi paralizado, horrorizada, quiso incorporarse pero… no pudo.

thTodo ocurrió muy rápido a partir de entonces. Juana no sintió nada, tan solo una especie de desmayo que hizo que la realidad se fuese difuminando en cientos de fulgores abstractos que se apagaron tan súbitamente como aparecieron. Se hizo el vacío, se hizo la nada, la oscuridad…

Y en medio del silencio, llegaron hasta su mente dormida las notas de una de sus canciones preferidas de juventud: “Si tú me dices ven, lo dejo todo… Si tú me dices ven, será todo para ti… Mis momentos más ocultos también te los daré…”

La buena fortuna Por Paula Alfonso

 catarsis-copyEntró en su cuarto, cerró dando un portazo y se tiró en la cama ocultando la cabeza bajo la almohada, pero fue inútil, los gritos le llegaban en perfecto estereofónico.
Ya te decía yo que con ésta no sacábamos nada, pero tú venga y venga a mimarla, a darle todos los caprichos que pedía.
Sí, claro, ahora va a resultar que la culpa es mía, ¿y tú qué? ¿Hablas con ella alguna vez?, ¿sabes con qué amistades anda?, ¿cuál es su horario de clases?, ¿qué asignaturas arrastra del año pasado? ¿A que no? No tienes ni idea, y ¿sabes por qué? porque nunca estás en casa, porque no te interesa, porque lo dejas todo para mí.
Estoy trabajando, ¿te enteras? ¿o cómo crees que llega el dinero a esta familia?
Pero, serás rastrero, ¿me estás echando en cara que no trabaje? Me despidieron por culpa de aquel maldito ere, ¿lo recuerdas? Desde luego, Adolfo, nunca pensé que llegaras a ser tan mezquino.
Sí, y ahora vienen tus lloriqueos, tus lamentaciones, lo desgraciada que eres, lo sola que te sientes. Siempre la misma representación, ¿te has planteado alguna vez improvisar, hacer algo nuevo? Resultas tan aburrida y patética. Eso, ahora enciérrate en el cuarto de baño para llorar tranquila. Pero aun así me vas a escuchar, gritaré cuanto haga falta para que las dos, tu hija y tú, sepáis cómo me siento, al menos dejadme con este derecho. Mirad, me deslomo cada día en el trabajo, aguanto mil cabronadas solo por vosotras, para que no os falte de nada, para daros todos los caprichos, todo lo que me pedís, que la señora necesita ir de compras una vez al mes porque si no se deprime, pues venga, aquí está mi tarjeta, que en verano la niña quiere viajar con sus amigas a Inglaterra para practicar inglés o lo que sea, pues ahí estás tú convenciéndome, que quiere lucir piernas sin un solo pelo y lo de las cuchillas, que es lo que se ha hecho toda la vida, está ya caduco, pues nada, el cabrón de su padre pagará los 700 euros que cuesta la fotodepilación, que todas sus amigas utilizan móvil 4G de última generación excepto ella, pobre, a ver si se nos va a traumatizar, a la semana ya tenía el más caro del mercado que no me atrevo a llevar ni yo. Y todo esto para qué, qué recibo a cambio, además de malas caras, contestaciones que no merezco, cabreos o notas del colegio como la que me ha llegado esta tarde, mira por donde os la leeré otra vez para refrescaros la memoria.

A causa de las calificaciones obtenidas por su hija en los exámenes parciales ponemos en su conocimiento que de no superar el final nos veremos obligados a rechazar su traslado al instituto. Firmado: la directora.

¿Os habéis parado a pensar alguna de las dos lo que esto significa? ¿Lo habéis meditado, aunque solo haya sido durante unos segundos? Pues os lo diré, otro año más de pagar matrícula en ese puto colegio, perdón, ¿cómo se me ocurre llamarle así? “Exclusivo colegio” le llamas tú ante tus amigas, otro año más de abonar la ruta, las clases extraescolares, que por lo que se ve no sirven de nada, pagar también el comedor, porque claro, la niña seguirá queriendo quedarse a comer allí con sus amigas en vez de venir a casa y ahorrarle un dinero a su padre, otro año más de regalos, de estúpidas fiestas de cumpleaños, en Eurosresumen un año más de chorreo de dinero cuando podía estar ya en el instituto y no costarnos ni un euro… ¿Me estáis oyendo? Qué fácil es para vosotras cerraros tras una puerta y lloriquear, ya me gustaría hacerlo a mi también, pero no puedo y ¿sabéis por qué?, pues porque soy el que cada mes va al banco a negociar con el director el cobro de las letras, y una vez allí tengo que aguantar sus miradas altaneras y escuchar eso de que “tal vez estén viviendo ustedes por encima de sus posibilidades”; pues sí, me dan ganas de gritarle, efectivamente, el dinero que gano no me da porque en casa tengo un par de gilipollas que se lo pulen y que cualquier día las voy a coger a las dos y… Mirad, será mejor que me vaya antes de que haga una locura.

La puerta de la calle retumbó de tal modo que hasta los bolígrafos que había encima de su mesa se agitaron, después solo silencio, y el contraste fue tal que hasta dolía.

Pero qué asco de viejos, de verdad, la una lamentándose todo el día por los rincones y el otro un tirano, un déspota que vive como si el tiempo no hubiera pasado. Cualquier día, y esto lo digo en serio, cualquier día llamo al teléfono ese del menor y les denuncio por malos tratos. A ver si se mueren y me dejan tranquila. Si al menos tuviera un hermano para compartir la carga, pero no, solo me tuvieron a mí, estos han debido de follar menos que un pingüino en el desierto. Pero qué par de imbéciles.
bla-bla-blaLentamente se levantó de la cama, sacudió su corta falda plisada y se acercó al espejo.
Qué mal me sientan estos cabreos, se dijo, mientras con sus dedos palpaba una pequeña protuberancia sonrosada que le había empezado a salir en la mejilla.
Seguro que mañana se habrá convertido en un grano de cabeza purulenta y seré la risión de toda la clase.
Examinó también el cerco de sus ojos, últimamente era su mayor preocupación, no quería parecerse a la imbécil de su madre con aquellas horribles bolsas, y —como había visto hacer en un video de Youtube— con la yema de sus dedos comenzó a aplicarse ligeros golpecitos tanto en los párpados de arriba como en los de abajo.
A mí no me van a salir, lo juro por Snoopy, haré lo que sea por evitarlo y si no recurriré a la cirugía que por lo visto da muy buenos resultados.

Dio unos pasos hacia atrás para verse entera, ahuecó con sus manos la rizada melena, estiró el mechón que le caía por la frente hasta dejarlo prácticamente apoyado en las pestañas, se puso de un perfil, del otro, de nuevo de frente, movió sus caderas, se palpó los glúteos y concluyó lanzándose un rotundo y satisfactorio beso. Buscó en la mochila su Mp3, se acopló los auriculares y salió al balcón. La tarde amenazaba lluvia, qué fuerte, lo mismo se suspendía la quedada del botellón, ya le comeré la oreja a Reme para que aun así nos acerquemos, va a estar guay y además estreno mi chupa que es molona del todo.
Una ligera vibración en su pierna le avisó que tenía una llamada en su móvil, lo sacó del bolsillo, activó la pantalla y enseguida apareció la imagen de Elsa.

¡Tía! ¿Han flipado mucho tus viejos con la nota? ¿Qué te han dicho?

La nota. Bueno, sí, el pifostio ha sido del quince, pero yo paso, tía, me fastidia un montón cuando mis viejos empiezan con sus voces y sus gritos, he acabado dejándoles y si quieren despellejarse que lo hagan, a mí me la pela.

¿Y piensas estudiar para el examen de pasado mañana?

Tú flipas, tía. Me la suda el examen, y me la suda todo, si tengo que repetir repito, ¿qué pasa? Bueno, repetimos porque al menos estaremos juntas otra vez el año que viene.

A mí el profesor particular acaba de decirme que con suerte puedo aprobar.

¿Se te va la olla o qué?, no me puedes hacer eso, somos amigas, amigas para todo, ¿lo recuerdas? Tú no puedes pasar, si tú apruebas y yo me quedo me suicido, te lo juro tía no me hagas eso.

Uf, lo siento, tía, tengo que dejarte, me llaman.

La conversación se cortó pero la chica continuó hablando ante la pantalla apagada de su móvil —Cabrona, cabrona, cabrona, hija de puta, mala amiga, mereces que te hostie—.

¿Estás un poco enfadada, o solo me lo parece?

Aquella voz que no esperaba la hizo reaccionar, ocultó de nuevo el teléfono en su bolsillo y respondió sin apenas mirar.

A ti que te importa.

Bueno, es que llevas una tarde golosa. Primero bronca de tus padres, ahora la pelea con tu amiga.

¿Y tú no tienes otra cosa mejor que hacer que espiar a tus vecinos?

Efectivamente, era el inquilino que desde hacía unos meses ocupaba la casa inmediata a la suya. Habíancelulares-baratos-samsung-galaxy-s-iii-s3-3g-quadcore-14ghz_MLM-F-3068573124_082012 coincidido alguna vez en la escalera y no le gustó, la miraba con la misma expresión de gilipollas que ponían todos los viejos cuando ella pasaba por delante. Sin embargo, aquella intromisión en su intimidad, en su vida, era demasiado. ¿Con qué derecho?

¡Que te den! Dijo en voz bien alta, mientras con gesto de desprecio se giró para entrar de nuevo en su habitación.

La verdad es que tu padre se ha pasado tres pueblos, entiendo que las cosas que te ha dicho hayan resultado muy dolorosas para ti, pero, mira, tienes que disculparle, a veces los mayores no os entendemos y sin querer metemos la pata. ¿Qué te ha pasado? ¿Problemas con los estudios?

Aquel nuevo tono en su voz, tan comprensivo, tan amigable la hizo vacilar y en el último momento lo pensó mejor y decidió volver apoyándose de nuevo en la barandilla.celulares-baratos-samsung-galaxy-s-iii-s3-3g-quadcore-14ghz_MLM-F-3068573124_082012

Sí —le respondió lacónicamente—.

¿Con qué asignatura estás? A lo mejor yo puedo ayudarte.

Matemáticas, matemáticas de 4º de la ESO

¿Y a qué colegio vas?

Al Dulce nombre de María.

Pero bueno, no me lo puedo creer. Verás, al final… ¿Cómo se llama tu profe?

Antonio Rivas, le respondió expectante.

Pero si es Toni, mi amigo Toni, ¡qué casualidad!, dijo entre grandes risotadas. Le conozco desde que éramos pequeños, pues no hemos corrido batallas él y yo juntos. Joder, con el bueno de Toni. ¿Y es con él con el que tienes problemas?

Sí, pasado mañana nos pone un examen y si no lo apruebo tendré que repetir curso.celulares-baratos-samsung-galaxy-s-iii-s3-3g-quadcore-14ghz_MLM-F-3068573124_082012
Ya, pues va a ser verdad que lo tienes jodido. Mira, me caes bien, voy a ayudarte. Le llamaré, hace ya tiempo que no hablamos, quedaré con él esta noche y veré qué puedo sacarle. Pero mejor no hablemos de esto aquí. –Dijo, bajando la voz y señalando el resto de balcones.

Lo haremos a través del chat. ¿Te parece?, mi correo es pabloruiz@hotmail.com.

La chica no podía dar crédito a su buena suerte.

No, si al final aprobaba y todo, verás qué cara se le va a quedar a Elsa.th
Está bien, muchas gracias de verdad, si lo consigues me habrás salvado la vida, te lo juro.
Bueno, bueno, no será para tanto. Venga, vamos dentro. Por cierto, ¿tienes cámara en tu ordenador, verdad?

Winter’s Bone (2010) Por Luigi De Angelis

Winter's Bone 4

Una película bien realizada es capaz de conferir autenticidad e interés al mundo que evoca, una película extraordinaria captura el alma producto de la sinergia entre éste y sus habitantes. Winter’s Bone, de la directora Debra Granik, es una obra extraordinaria que documenta el espíritu del grisáceo y frío paisaje rural de las montañas de Missouri, una zona donde todos los pobladores tienen ancestros en común y el crimen pulula en un ambiente dominado por la pobreza y el olvido.

El guión, dentro de la tradición del cine independiente norteamericano, se enfoca en mostrar con dureza y realismo la problemática de personajes usualmente marginados por el cine comercial. En este drama la protagonista es Ree Dolly, una chica de 17 años que debe velar por su madre enferma y sus dos hermanos pequeños. Con valor, se embarca en la peligrosa búsqueda de su padre, vivo o muerto, con el fin de evitar que la casa en la que viven ella y su familia sea embargada por el alguacil local.

Granik hace cine social a la americana y con su sello personal, pero con la misma humanidad y fuerza de los grandes maestros de este género de la Italia de la posguerra, tales como Pier Paolo Pasolini, Vittorio De Sica y Luchino Visconti. La narrativa acoge con fluidez la tensión propia de la novela, lo cual no es motivo de sorpresa dado que la película está basada en el libro homónimo de Daniel Woodrell. Adicionalmente, la paleta de grises, azules y blanco es capturada con maestría a través de la fotografía de Michael McDonough, mientras la acertada banda sonora del film recoge una buena dosis del patrimonio local y de esta forma complementa el retrato de un núcleo social particular.

Winter's Bone 3La cinta se beneficia de una interpretación enorme por parte de Jennifer Lawrence en el papel central. Su personaje está construido sobre la base de los caracteres espirituales de una heroína de tragedia griega. La valentía, sentido del deber e integridad, a pesar de las circunstancias adversas, son las cualidades que la dimensionan. El rostro redondo, los ojos expresivos y el aspecto poco estilizado de la actriz, así como su facilidad para ser dura y vulnerable simultáneamente, contribuyen a que la credibilidad de la interpretación y la simpatía por el personaje se erijan como propulsores del drama en el que se encuentra inmersa. Lawrence tiene una excelente compañía en el reparto, pues John Hawkes y Dale Dickey en sus intensas apariciones secundarias brindan ricas, precisas e incisivas caracterizaciones que expanden la Winter's Bonefuerza del relato en sus escenas.

Winter’s Bone representa lo mejor que el cine independiente norteamericano ofrece. Excelente narrativa, interpretaciones naturales, escenarios realistas y comentario social pertinente. Con una potente atmósfera de drama social y destellos de espeluznante film noir, lo más devastador de esta preciosa película es su compasión y humanidad.

La tienda en la calle mayor (1965) Por Luigi De Angelis

 

La tienda en la calle mayor

Con un humor seco y ligeramente oscuro, el cine de los checos y eslovacos ha producido historias que se han tejido con sangre y lágrimas de su sombrío pasado. Mucho antes de La vida es bella (1998, de Roberto Benigni), con temática similar pero tono diferente, Ján Kadár y Elmar Klos dirigieron La tienda en la calle mayor, una de las películas más potentes sobre la dominación nazi y sus nefastos efectos en los aspectos íntimos de las vidas de quienes la sufrieron.

La improbable amistad que se forja entre Tono (Josef Kroner), un carpintero eslovaco, y la señora Lautmann (Ida Kaminská), la anciana judía dueña de un bazar, es el núcleo argumental. Cuando a Tono le ofrecen el puesto de interventor ario de la tienda de la señora Lautmann se desencadena una compleja historia cuyas implicaciones radican en la encrucijada propia de tiempos violentos y absurdos. ¿Cómo vivir éticamente en circunstancias de tal degradación moral?, ¿qué es “lo correcto”?

La tienda en la calle mayor 2

El guión de la película es inteligente y evade el sentimentalismo, esto contribuye a que el trabajo de Josef Kroner e Ida Kaminská sea más auténtico. Kroner está perfecto en su personificación de la encrucijada moral que conecta claramente con el espectador; por su parte, Kaminská está esplendorosa en una interpretación que irradia calidez y claridad, dando vida, paradójicamente, a un personaje que vive en un sueño senil durante todo el metraje. Juntos crean un retrato inolvidable de la amistad que surge en el peor de los escenarios para llegar a una de las secuencias finales mejor logradas en la historia del cine.

Una jornada particular (1977) Por Luigi De Angelis

Una jornada particular

El cine italiano de la posguerra se nutrió por un largo período de la visión artística y del compromiso social de diversos autores, entre ellos Ettore Scola. Nacido en 1931, Scola vivió su niñez durante la Segunda Guerra Mundial y experimentó directamente los efectos del fascismo en su país. En consecuencia, el drama Una jornada particular no sólo refleja su habilidad para dar vida a un guión muy bien construido, sino también su profunda sensibilidad para reflexionar en torno a la nefasta influencia fascista en las realidades individuales de los ciudadanos comunes.

JOR22

En el contexto de la histórica visita de Hitler a Mussolini en el año 1938, Scola no enfoca la atención en los dictadores, sino que hábilmente los utiliza como marco referencial para centrar su interés en Antonieta (Sophia Loren), un ama de casa subyugada por su marido fascista y madre de seis hijos, y Gabriel (Marcello Mastroianni), un radiodifusor homosexual a punto de ser deportado a Cerdeña. La vida adquiere un nuevo color para ambos personajes cuando se conocen y forjan una amistad llena de comprensión, ternura e intimidad en medio de una Italia consumida por el terror y el abuso.

El compromiso de Sophia y Marcello, posiblemente mi pareja cinematográfica favorita de todos los tiempos, es absoluto. Destaco en especial su capacidad para brindar a dúo el equivalente actoral de una triste e inolvidable balada que permanece en mi memoria como un recuerdo del poder revitalizador de las relaciones humanas en épocas bárbaras. Juntos son el fuego y la fuente de vida de una película irrepetible, elemento que se suma a un guión profundo, una dirección innovadora y un final implacable.

ssunajornadaparticular5

El árbol de los sueños (1976) Por Luigi De Angelis

La Unión Soviética agrupó a varias generaciones de cineastas formados para la excelencia. A pesar de trabajar en un clima político que restringía su libertad, muchos de estos excelentes directores provocaron a la audiencia a partir de ricas experiencias visuales. Tal es el caso de Tengiz Abuladze, realizador emblemático de la república de Georgia, cuya obra El árbol de los sueños es una película especial que rebosa vida con su cadencia armoniosa e imágenes poderosas.

Situada a principios del siglo XX en un pueblo georgiano estancado en la práctica de costumbres medievales, el argumento se desarrolla en torno a sus habitantes, ocupando el centro del drama la pareja conformada por Marita (Lika Kavjaradze) y Gedya (Soso Jachvliani). Una mujer excéntrica, una abuela cariñosa y un campesino idealista que anuncia la llegada de la revolución son los personajes que redondean este retablo en el que la iglesia, poderosa y corrupta, y la tradición amenazan con destruir todo sueño de amor, belleza y libertad.

Fotografiada con ingenio, actuada con sensibilidad, dirigida con dominio del contexto cultural y narrada a un ritmo que permite absorber cada elemento, la película de Abuladze es un invaluable documento etnográfico, pieza de poesía y detallada descripción de un pueblo pequeño y olvidado. Finalmente, la preciosa obra trasciende como una crítica a la perversidad de las instituciones humanas y como un canto que honra al amor verdadero y a quienes se aferran a él con valentía y sacrificio.

Ojalá no amanezcas Por Elisa Pérez

th

Al volver la cara desde la barra, pudo observar el local lleno de gente. En el cartel amarillo de la puerta de entrada, con cristal negro biselado imitando hojas de acanto grandes, se podía leer “Completo”.

Mientras, Samantha se vestía en su camerino. Primero las medias de cristal de color negro con una línea espesa recorriendo la delgada y formidable pierna; por último el vestido rojo, muy ceñido. Se miró en el espejo, faltaba algo. Se subió la prenda para colocarse el liguero negro de raso que se adaptaba perfectamente a sus caderas. Era tarde, tenía que darse prisa. Le encantaba ese liguero, se relamió entredientes. ¡Qué preciosidad!. Con puntillas negras muy finas alrededor, se ajustaba a la cintura y descendía por la cadera unido a las medias con un clip que acariciaba la pierna. Le encantaba la línea curva que trazaba al final del abdomen, cerca de la entrepierna. Para él suponía el culmen del placer desabrocharlo lentamente, con cierto protocolo colocaba un dedo sobre la piel de Samantha y otro por encima de la media negra. Ella ansiaba que acabara la operación, excitada por la calma infinita que gastaba en hacerlo.
Esos pensamientos se mezclaban en su mente con otros más recientes y mas dolorosos.

– ¡Vamos, vamos, cinco minutos para salir!

La voz grave desde el otro lado, le impuso la urgencia. No repasó más su indumentaria. No se había cambiado del sujetador de color negro que usó la noche anterior. Le pareció que, aunque manoseado, era lo suficientemente provocador como para acompañar al resto del conjunto.

Sólo repasó el maquillaje con un toque rojo pasión sobre los labios. Se había puesto doble color en las mejillas y dos sombras ahumadas en los ojos que daban profundidad a su mirada. Las pestañas postizas resaltaban aún más los ojos redondos de la mujer. Apenas se percibía bajo la capa de maquillaje, la incertidumbre surgida con la nota de la noche anterior.
“Ojalá no amanezcas”, eso era todo. No había nada más escrito. En la caja de marfil, doblada con sumo cuidado, en cuatro partes, alguien había escrito esa frase con una letra redonda y clara. No le sonaba, desde luego no la reconocía en ninguno de sus presuntos admiradores.
– ¡A escena, muñeca!- una palmadita en el culo acompañó la frase de Héctor que se había acercado a la puerta de Samantha para acelerar la salida de la mujer.

Avanzando por el pasillo seguía inmersa en sus pensamientos. Parecía absorta, indecisa pensó en un instante. Nada era igual esa noche, todo había sido diferente ese día.

Piernas1

Desde el final del pasillo podría escuchar de actuaciones previas, las risas o por el contrario, la ausencia de ellas. Por un minuto recordó su primera vez con los detalles que se recuerdan del primer amor o de la primera cita. Un escalofrío de nervios recorriendo todo el cuerpo, los pelos del brazo erizados, el estómago encogido y las manos sudorosas. Un conjunto de sensaciones encontradas.

En el camino hacía el escenario, tenía que pasar por delante de tres puertas. Todas permanecían cerradas, inmóviles ante las llamadas de Héctor que insistía en la urgencia de que salieran. El tiempo apremiaba.

– ¡Vamos, chicas, vamos! – los gritos atronadores de su bramido no daban los frutos deseados.

Samantha empujó la segunda puerta, esperando encontrar a su amiga Linda, preparada y lista para la actuación. Estaba cerrada por dentro. Nadie respondió a su llamada con los nudillos.

– Esto es increíble. Linda, ¿quieres abrir de una vez? – Faltaba poco para que comenzara a salir humo por todos los orificios del cuerpo de Héctor, dispuesto a romper la puerta.

Samantha continuó perpleja. Parecía que el corto camino tantas veces recorrido, se hubiera duplicado. Al doblar a la derecha había un cúmulo de cajas de cartón. Entre ellas, doblada y algo rasgada, la recibida la tarde anterior. Era blanca, de tamaño considerable, le fue entregada sin remitente. Toda una sorpresa, alguien se había acordado de ella con un regalo. No recordaba el último recibido. Diferente era cuando él le compraba ropa interior sexy de regreso de sus viajes. Abrió ansiosa. Dentro sólo otra más pequeña que aumentó su recelo, a la vez que su incertidumbre. Abrió esta segunda caja que también era blanca pero con una pequeña cenefa de color rojo alrededor que la hacía más hermosa que la anterior. La tomó entre sus manos y la sacudió buscando una pista o algo exótico, elucubró emocionada. Con cierta decepción observó que no había nada, salvo un tercer paquete, atado fuertemente en un lazo de color azul. El tamaño de esta tercera caja le hizo pensar que quizás una joya podría estar dentro. “Nunca me han regalado una joya”, concluyó convencida.

Un cuarto paquete surgió del interior, aumentando las dudas de Samantha que lejos de emocionarse con el juego del que era objeto, se sentía decepcionada. Esta vez sí parecía haber algo dentro.

– Pero bueno, no me lo puedo creer, ¿dónde te habías metido, mema?
– ¡Eh! no me pagas para insultarme. He tenido necesidad de ir al baño, vale… – Ya voy, ya voy, no empujes.
Hola Samantha, chica deberías haberte puesto un poco más de
antiojeras.¡Qué mala cara tienes!
– Sí, no ha sido mi mejor día. Venga Linda, date prisa, que Héctor está muy enfadado.

La música fluía rítmica y divertida. Los espectadores, en su mayoría hombres de edad media, observaban con comentarios entre risas y licores en la mano, los movimientos de las mujeres en el escenario.

Samantha mantenía el compás tantas veces ensayado y reproducido, sin concentrarse. Desde la nota no había sido la misma. En otro tiempo hubiera pensado en una broma de él pero no le veía tan inteligente como para ingeniar algo así. Y, sobre todo, como diría:¿para que, nena?.

Por un instante, sintió el anhelo de unos brazos fuertes rodeándola hasta que llegara el momento de la obligada marcha.

Movía la pierna, giraba la cintura, estiraba el brazo derecho primero y luego el izquierdo y terminaba con una vuelta sobre sí misma. Al girar la cabeza se fijó en una mirada fría y sutil que seguía sus movimientos con detenimiento. Era la primera vez que le veía.

-Pero chica, ¿qué te pasa? Parecías un fantasma en el escenario. Venga ¡no me digas! tienes problemas con el Rafa. Pues me alegro, es un mequetrefe, ¡hala! Con corpiños, bragas y….
– ¡Linda!
– Todo ganado ¿verdad?, le has echado, muy bien, lo tendrias que haber hecho antes
-¡ Linda!
– Dame un abrazo, ¡huy! Vamos a celebrarlo después….
– ¡Linda! Escucha, ni me ha dejado el Rafa, ni lo voy a hacer yo. Es otra cosa. Luego te cuento. ¡Date prisa!

La cara de desolación de la chica, dudaba si más por la interrupción en su monólogo que por no haber sabido toda la verdad de su amiga, se quedó mirando cómo Samantha entraba en el camerino dejando atrás su verborrea imparable.
Con el paquete entre las manos, Samantha no podía creer que aquello se repitiera. Otra sorpresa, otra beautiful-legscaja, más juegos absurdos. Rompió el precinto que mantenía férreamente unidas las tapas de la caja de cartón blanco. “Al menos esta vez no había bromas” pensó con cierto alivio, porque dentro sólo estaba una caja de marfil blanca pequeña. Dudó antes de abrir el papel en el que se podía leer escrito con la misma letra redonda y clara:

Siguiendo el amanecer sin tus brazos
Sirvo bandejas de amor frío
Siento sonidos de silencios mudos
Atesoro tu recuerdo sin la imagen cerca
Solo deseo que a mi lado permanezcas
¡Ojalá no amanezcas sin mí!

Definitivamente no entendía nada y menos un poema que terminaba con una frase tan lapidaria. Pero al mismo tiempo le parecía muy excitante que alguien se molestara en escribirle. Como si fuera una vedette, una estrella con un camerino lleno de flores…
– Pero ¿adónde vas, Samantha, adónde vas? Si no vienes aquí inmediatamente, vete despidiendo del trabajo. -Héctor dio una patada en la puerta antes de cerrarla de un portazo.

El pánico le impidió recoger la indumentaria de trabajo. ¡Ya lo haría mañana, si es que había un mañana en ese local para ella!
Ahora sólo deseba buscar a Rafa, refugiarse en sus brazos. Ni siquiera Linda sería la mejor consejera en un momento así, hablaría sin parar culpando a ese hombre que, aunque rudo, superficial y casado, la acariciaba y la protegía como ningún otro. Se frustró al pensar en la distancia que la separaba de ese hombre añorado.
No podía esperar a que el semáforo cambiara, el charco no podía ser impedimento en su huida. Tenía que pasar al otro lado de la calle. La luz del local de alterne se difuminaba cada vez más en el horizonte pero todavía lo notaba demasiado cerca. Tomaría un taxi en la parada. De pronto un coche azul metalizado se paró a sus pies:

– ¿Te llevo a algún sitio, Samantha?

Fue una voz tan cautivante que no tardó un segundo en decirse a sí misma que esta aventura podría resultar más interesante que todo lo vivido hasta ahora.

En el interior del confortable automóvil, la chica con el maquillaje corrido y la tira del sujetador manoseado se acomodó en el asiento trasero y cruzó sus hermosas piernas desnudas, mientras un hombre a su lado le entregaba una nueva caja de marfil.

Mientras el extraño la acariciaba dulcemente con la mirada, Samantha palpaba el paquete recibido de ese hombre al que parecía conocer desde hacía mucho tiempo. Pensó que quizás al abrirlo se encontraría con una preciosa joya…