Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (40)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

Título

De los recuerdos del pasado a Coriñanco

Objeto

Anzuelo agarrado a un pez

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues a veces las nuevas aventuras te sucumben a la NOSTALGIA; pues los recuerdos aparecen para mostrarnos que NOS DEJAMOS UNA LECCIÓN POR APRENDER”

Escrito

La imágenes fueron pasando a través de una ventana que se encargaba de sucumbirme hacia un retorno al pasado; posiblemente tan sólo se trataba de uno de esos anhelos de nostalgia del cual uno quiere ser partícipe, para poder revivir esos bonitos momentos que muchos buenos días nos dio vida. Pero ello no significaba que estuviera intentando escapar de lo que estaba viviendo en esos momentos, pues era consciente que sólo sabiendo dónde me encontraba y qué era lo que estaba respirando, era la única manera de saber hasta dónde podría llegar.

Así que no me asusté cuando Niebla, Los Molinos o Coriñanco tomaron el nombre de mi siempre fiel Mataró, mi querida Caldetas o mi vivida Sant Pol de Mar; es más, si dirigía mi mirada a lo largo de ese mapa, veía como se acercaba la Costa Brava… así que un nuevo respiro de proximidad se apoderaba de mí al mismo momento que medio anonadado por ese impulso me puse en pie para revivir esos momentos, pero eso sí, sin intentar rendir cuenta a un pasado.

Ahora ya no se trataría de un recuerdo de Sant Pol de Mar, sino que Coriñanco tenía nombre propio y por ello ya era suma razón como para ofrecerle humildemente mi total respeto al dejarme poder participar de todo aquello que me ofreciera.

Así que nueva carpa extendida bajo  tapiz verde; un tapiz equilibrado por el hambre de aquel animal que un día perdió cierta consagración cuando partió de la India, se preparaba de nuevo para recibir un nuevo atardecer. Un atardecer que no significaría el fin de nada, pues seguiría manteniendo los recuerdos del pasado al mismo momento que conseguiría que el presente se volviera recuerdo; para poder así seguir disfrutando nuevamente de cualquier imagen animada o no que me permitiera llevar mi conciencia al pensamiento de lo vivido.

El mar, la arena, los olores, el aire, todas las sensaciones se encargarían de volver allí, cuando yo no lo necesitara. Podría pensar que el tiempo no rehace lo que perdemos; pero la eternidad lo guarda para la gloria; así que en ese momento cerré los ojos y el “repeat” se encargó de volver a hacer sonar “Calgary” de Bon Iver, ello me permitió revivir, o vivir tal vez, cada una de las palabras que había escrito a través de “esa” ventana.

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (39)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Acampados a orillas del Pacífico; Chiloé

Objeto

Trompo

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues siempre necesitamos sentirnos ATADOS A ALGO; ya que si no volamos y volamos bajo la soledad SIN ESCUCHAR LA REALIDAD”

Escrito

De buena mañana nos dirigimos a Cucao, a la búsqueda de aquellas leyendas que la noche anterior habían estado fabuladas por cada uno de los singulares personajes que nos habíamos ido encontrando por Castro. Según parece, allí a orillas del Pacífico, existían regiones donde residían indígenas, los llamados Huilliches, los cuales se resignaban a seguir siendo conquistados por aquella gente que parecía no conocer más allá del significado de aquello que estaba escrito.

Tras pisar esa  zona virgen, estacamos nuestras carpas usurpadoras entre dunas y nalcas que con sus hojas de papel de estraza nos ayudarían a cubrir del viento y del más que inevitable frío que nos acecharía por la noche.

Una vez acampados, andamos y andamos a través de un bosque selvático donde los rayos de sol sólo aparecerían de forma tímida por miedo a romper con aquella naturaleza que había forjado su presente sin entender de pasados y futuros.

Fue tras ese largo paseo, cuando el tiempo acabó perdiendo su sentido y cada uno de nosotros corrió a la búsqueda de aquello que uno no sabe ni si existe; el atardecer parecía anunciar la soledad necesaria que cada uno de nosotros necesitamos. Un yo alejado, ahora sólo podía escuchar los gritos de unos solitarios que no esperaban respuestas, eran los gritos de aquellos que momentos atrás habíamos compartido ese paso selvático; ahora ellos al igual que yo nos encontrábamos en la búsqueda de esa ausencia necesaria para sentir que teníamos sentido por nosotros mismos.

Al cabo de un rato, sin medir ese espacio ritualizado y sin previo aviso, volvimos andando cada uno de sus espacios glorificados para reencontrarnos exactamente allí, donde la naturaleza muerta nos daba una nueva lección de solidaridad. La naturaleza muerta revivía con dolor su existencia para podernos dar calor a nuestras vidas sin importarle el sufrimiento. Esos trozos de leña nos daban calor sin nada a cambio y con ellos cocinamos una polenta que mientras compartimos escuchábamos el sonido de unas carpas serpenteadas por el viento, de unos pájaros que no dejaban espacio al sueño y de un océano que seguía rugiendo.

En ese momento aparecía de nuevo en mi mente Bob Dylan, ahora con su “The man in me” y me iba repitiendo a mí mismo él -“la la la lala….”-. Mientras, pensaba en lo que había pasado ese día en que el mar había unido a cuatro solitarios, ese fuego había transformado a cuatro solitarios y esos cuatro solitarios seguirían con la búsqueda de ese aire que siempre se escapaba para acabar desapareciendo frente suyo.

Yo ahora me retiraría para poder seguir soñando en poder alcanzarlo, aunque sabía que el despertar de la realidad nunca sería un fracaso, ya que el Pacífico nos esperaría al día siguiente para unirnos de nuevo, mientras correteáramos entre unos solitarias olas que en algún momento darían paso a un nuevo “atardecer”.

El hombre del traje gris Por Horacio Otheguy Riveira

No dormía. Permanecía con los ojos abiertos mirando el techo donde proyectaba la película más gozosa de su vida de la que no recordaba nada, pero imaginaba con una sonrisa. Noche larga que disfrutaba sin alteraciones de ningún tipo. Cuando aún de noche sonaba el despertador y se levantaba ansioso por afrontar un nuevo día.

Tras el aseo, un té con un pan del día anterior a la plancha con algo de aceite. Luego de cepillarse los dientes y perfumarse, se metía lentamente en su traje gris: el pantalón debajo del colchón sin una sola arruga y la chaqueta en el galán de noche con la camisa blanca y la corbata azul.

De lunes a sábado salía con su portafolios. Y cumplía con la misma ruta de cuando estaba verdaderamente ocupado, bien empleado, gozosamente resultón tras los mostradores de una gran sastrería desaparecida desde hacía un año. Se las fue apañando con ahorros y un subsidio que le ingresaban los días 10 de cada mes, pero las cuentas ya no le cuadraban y su deterioro era evidente. Aunque él consideraba que todo seguía igual, se le veía demacrado, la ropa deteriorada, sin palabras que llevarse a la boca, sólo con algunos lugares comunes que se desplazaban por la saliva sin ganas. Y carecía de amigos y familiares que le alertaran de los peligros de su extraña rutina.

Diariamente cumplía con el simulacro de seguir yendo a la oficina de donde casi siempre partía para múltiples gestiones, de manera que recorría las mismas calles, los mismos bares, los mismos parques de alrededores que antes no tenía tiempo de visitar en calma. Al fin podía descansar y dar de comer a las palomas y se imaginaba excitantes escondrijos con algunas de las criadas o madres con niños, día a día más encantadoras y apetecibles a las que, sin embargo, jamás se atrevió a dirigirles la palabra, ni siquiera a saludarlas. Se conformaba imaginando sus andares en la cocina, proporcionando nutritivos platos con aromas exquisitos. Y al caer la noche, una copa con marcas de pintalabios, el humo del cigarrillo, y los primeros botones desprendidos con delicadeza hasta asomar pechos deliciosos.

Volvía a casa a la misma hora y se enfrascaba en dos novelas rusas de las que nunca se despegaba, saltando de los capítulos de una a los de la otra, y siempre después de tomar uno que otro bocado cada vez más escaso, ya sin otra cosa que agua, pues el último vino barato era tan malo que le sentó fatal.

Se acostaba pronto y rezaba algunas oraciones, vivamente asustado por su creciente pobreza y angustiosa soledad. Una pobreza y una soledad que le asaltaban entresueños, de manera que evitaba dormir, sustituyendo ese reposo convencional por uno ensoñado al observar en el techo la vida plena, la vida justa y mansa en la que le gustaría haber vivido. No más despertar saltaba de la cama con energía: su rutina en el vacío del día con su traje gris le permitía creer que todo continuaba como en los mejores tiempos. Aquellos dulces tiempos de empleado donde sus conocimientos se consideraban necesarios y recibía el respeto de propios y ajenos.

 

Así fue hasta que vio al hombre del traje gris en la acera de enfrente, junto a la casa vieja abandonada. Era tan parecido a él que cuando se saludaron con la cabeza fue como estar ante un espejo. Le impactó agradablemente. Disfrutaba con sólo pensar que volvería a verle al regresar a casa. Y así fue: nuevo saludo con el sombrero. Los dos únicos del barrio que lo llevaban: traje gris, sombrero y portafolios negro, y una discreta sonrisa por bandera. El extraño salía temprano del caserón a la misma hora y entraba más tarde, poco más o menos.

En el hipermercado le encontró comprando las mismas cosas, haciendo los mismos gestos, pero añadiendo productos femeninos que le llamaron la atención. Le vio comprar bastantes cosas de perfumería y ropa interior. Y entonces le siguió a considerable distancia. Y también le espió una vez que entró en la casona. A través de las ventanas le vio deambular por grandes espacios con arañas de caireles, entre pesados cortinajes de terciopelo y muebles viejos desvencijados donde estaba atada una muchacha que liberaba no más llegar, le refrescaba la cara con una toalla, le daba a beber agua mineral y se dejaba enlazar por sus frágiles brazos, pues la joven le recibía alborozada, plena, encantada de ser su prisionera.

Después de semejante espectáculo quedó tan afectado que no pudo continuar imaginando en el techo una vida plena. Ni siquiera siguió espiando, entre otras cosas porque la extraña pareja se perdió en una habitación a la que su mirada no tenía acceso. Pasó dos días postrado en la cama con los ojos abiertos, mirando el techo, ya sin trazas de felicidad imaginada. Aquella chica felizmente cautiva de un hombre idéntico a él le había hechizado.

El hambre le hizo reaccionar. Olfateaba en el aire pestilente de su habitación y encontraba el aroma de un bocadillo de salchichón con tomate que salió a buscar en el bar más lejano. Odiaba que le reconocieran y preguntaran “Cómo va la cosa”. Masticó muy despacio saboreando sus próximos pasos, dispuesto a buscar a la cautiva, así, con nombre antiguo de novela de aventuras. Y lo hizo tal y como se encontraba, en mal estado y tambaleándose, esperó pacientemente la llegada de su doble, y sucedió como siempre, al atardecer cuando se disponía a entrar. Se saludaron con la cabeza. El hombre del traje gris continuaba con su aspecto impecable, pero él no, ya no, estaba tocado por la desgracia. Su vivienda carecía de electricidad y ya ni se ocupaba de ninguna otra cosa fuera de la obsesión por lo que sucedía en la casona de enfrente donde unos brazos femeninos enlazaban con ilusión a un hombre, otro hombre, uno que parecía él mismo.

Volvió a presenciar el recibimiento de la preciosa joven, esta vez menos vestida, más atrevida, podría decir que provocativa, como si fuera la más deseable criatura del mundo, y de pronto, al rodear con los brazos desnudos a su carcelero, le mordió en el hombro y le arañó la cara con una garra inesperada. Fuera de toda sumisión adquirió de pronto una fuerza increíble, asistida por una cólera sobrehumana, más allá del bien y del mal castigando duramente a quien había simulado amar.

La palabra amar le quedó grabada. No podía quitársela de la cabeza. Más días con sus noches en vela. En el abandono total de suciedad y falta de sueño, ahogado en la absoluta soledad en que vivía, pero más pendiente que nunca de ese extraño ser, mezcla rara de encantadora y temible, débil y fuerte en todo caso siempre fascinante.

No volvió a encontrar al hombre del traje gris, pero cuando se internó en la casona ahí estaba ella esperándole, atada como de costumbre, exhibiéndose como una diosa de exuberante belleza y sensualidad.

Se quitó la chaqueta y se dispuso a sorprenderla con algún rico bocado antes de liberarla; recorrió la casa buscando manjares que no encontró, pues no halló más que partes de un cadáver, restos de un hombre sin sonrisa que llevarse a la boca ni canción desesperada que compartir con un amor tan intenso.

Le pareció bien. Se relamió imaginando un plan perfecto a solas con la bella y sorprendente joven. Ni siquiera le importó el nauseabundo olor que invadía el caserón, como si todo él estuviese lleno de muertos en descomposición; sólo registró lo más importante: los labios húmedos y carnosos de la bellísima criatura con cuyos besos agradecía la libertad que le otorgó al desatarla; frotó sus muñecas con una pomada, le refrescó la cara, besó sus lágrimas, acarició su piel, enamoró sus pechos, coronó de gloria sus caderas… y recibió con alegría sus afilados colmillos y las garras que abrían estupendos surcos por su cuerpo, al fin abandonado gozosamente en un bosque de sangre con su laguna y su mirada y su renovada sonrisa.

Completamente embelesado, confiando aún en volver a tentar aquellos labios, su turbia mirada se encontró con un vacío angustioso desde la ventana de su apartamento, frente al caserón de enfrente de donde salía el hombre del traje gris.

Turbado, mareado, con náuseas, fue a abrir la puerta y la encontró cerrada con candado, luego intentó en vano romper la ventana protegida por barrotes. Dio tumbos por las paredes en un grado de desesperación tal que pronto le redujeron dos enfermeros. Le pusieron un chaleco de fuerza y le inyectaron un calmante con el que durmió plácidamente.

En el sueño sonreía bajo los labios de la desconocida. Ella le besaba largo y le adoraba con la lengua. La lengua, su propia lengua un manjar sorprendente que consigue morder con ímpetu sin gritos ni alharaca con simple fuerza y deseo formal y serio, formalmente serio, seriamente formal de reconocer en la sangre un final definitivo, sin estridencias.

Ahora tiene la lengua cosida y los brazos sujetos a la cama. Le alimentan con suero. Le sedan con inyectables. Y sólo recibe dos visitas diariamente: un hombre vestido de gris con portafolios negro y sombrero que nunca se quita, y una joven con falda corta y labios carnosos. Los dos sonríen y le aseguran que pronto le llevarán a su casa antigua donde le enseñarán a desaparecer de victoria en victoria, de triunfo en triunfo, de sonrisa en sonrisa, beso a beso, mordisco a mordisco, muerte a muerte. Y él se deja invitar, ensoñado, feliz de volver a tener ilusiones.

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (38)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

A la búsqueda del Sol de la Isla Grande de Chiloe

Objeto

Copihue

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues aunque suene a tópico no siempre hay que mirar el LADO OSCURO de las cosas; pues una pizca de COLOR siempre aparece EN LA PEOR DE LAS SITUACIONES”

Escrito

La aventura por la carretera austral se estaba complicando por momentos, las comunicaciones parecían mantener un letargo continuo con el presente; al mismo momento yo estaba algo cabizbajo, al ver cómo se estaban escapando mis ansias de reencontrarme con el sol.

Fue en ese momento cuando me vi sorprendido por la imágenes del video de “Subterranean Homesick Blues” de Bob Dylan; todo aquello me dio la idea de intentar aprender a disfrutar el viaje de otra manera, así que decidí que a partir de ahora un viejo cartón iría marcando el camino a mis nuevos destinos.

Esa nueva vivencia me ayudó a aprender que la sensación del tiempo es esquiva con la espera, me ayudó a aprender a aguardar mi turno, me ayudó a aguantar el frío, la lluvia…; al tiempo que caras de consentimiento se encargaban de darme fuerza para seguir escribiendo encima de ese viejo cartón.

En un par de días, con la ayuda de buses compartidos, con la ayuda de coches con nombre propio y  con la ayuda del que aún piensa con los demás, conseguí llegar a Chaitén.

Chaitén, ese pueblo desolado donde años atrás un volcán se había encargado de cubrir de cenizas las esperanzas de muchas familias. Unas familias que ahora se encargaban de convertir su dolor en hospitalidad mientras abrían las puertas de sus casas con afán de compartir sus pensamientos.

Fue en casa de una de esas familias que había sobrevivido a esa debacle natural, donde pude degustar las sopaipillas acompañadas de un té caliente, al mismo momento que intentaba reducir mi ignorancia en torno a la historia chilena. Personajes como Salvador Allende y su cuestionado suicidio, el americanizado Augusto Pinochet o el propio Víctor Jara empezaron a tomar significado para mí. Asimismo yo intentaba transmitir qué era aquello de la crisis española, que ahora estaba tan de moda en los medios de comunicación.

Tras un buen rato dialogando, llegó el momento de agarrar un último Ferry que me acompañaría a ese reencuentro preciado con la luz; el destino era la Isla Grande de Chiloe y allí en la ciudad de Castro me separaría para siempre del año vivido.

Título

A la búsqueda del Sol de la Isla Grande de Chiloe

Objeto

Copihue

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues aunque suene a tópico no siempre hay que mirar el LADO OSCURO de las cosas; pues una pizca de COLOR siempre aparece EN LA PEOR DE LAS SITUACIONES”

Escrito

La aventura por la carretera austral se estaba complicando por momentos, las comunicaciones parecían mantener un letargo continuo con el presente; al mismo momento yo estaba algo cabizbajo, al ver cómo se estaban escapando mis ansias de reencontrarme con el sol.

Fue en ese momento cuando me vi sorprendido por la imágenes del video de “Subterranean Homesick Blues” de Bob Dylan; todo aquello me dio la idea de intentar aprender a disfrutar el viaje de otra manera, así que decidí que a partir de ahora un viejo cartón iría marcando el camino a mis nuevos destinos.

Esa nueva vivencia me ayudó a aprender que la sensación del tiempo es esquiva con la espera, me ayudó a aprender a aguardar mi turno, me ayudó a aguantar el frío, la lluvia…; al tiempo que caras de consentimiento se encargaban de darme fuerza para seguir escribiendo encima de ese viejo cartón.

En un par de días, con la ayuda de buses compartidos, con la ayuda de coches con nombre propio y  con la ayuda del que aún piensa con los demás, conseguí llegar a Chaitén.

Chaitén, ese pueblo desolado donde años atrás un volcán se había encargado de cubrir de cenizas las esperanzas de muchas familias. Unas familias que ahora se encargaban de convertir su dolor en hospitalidad mientras abrían las puertas de sus casas con afán de compartir sus pensamientos.

Fue en casa de una de esas familias que había sobrevivido a esa debacle natural, donde pude degustar las sopaipillas acompañadas de un té caliente, al mismo momento que intentaba reducir mi ignorancia en torno a la historia chilena. Personajes como Salvador Allende y su cuestionado suicidio, el americanizado Augusto Pinochet o el propio Víctor Jara empezaron a tomar significado para mí. Asimismo yo intentaba transmitir qué era aquello de la crisis española, que ahora estaba tan de moda en los medios de comunicación.

Tras un buen rato dialogando, llegó el momento de agarrar un último Ferry que me acompañaría a ese reencuentro preciado con la luz; el destino era la Isla Grande de Chiloe y allí en la ciudad de Castro me separaría para siempre del año vivido.

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (37)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Entre ríos y lagos. De Valdivia a Osorno

Objeto

Piñón Araucano

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues llega el día en que nos damos cuenta de que hay que dar VALOR a todo, cosas GRANDES y PEQUEÑAS; porque cada una de las cosas es importante por algo en esta VIDA”

Escrito

Después de unos días cargados de actividades deportivas en lugares donde el idioma oficial parecía estar lejos del país de residencia en el que me encontraba, sentí la necesidad de intentar integrarme con la gente autóctona y para ello me desplacé a aquellas capitales de región que posiblemente no gocen de tanto reclamo turístico por sí solas, pero que en cambio ofrecen la posibilidad, no tan sólo de sentir más como vive la gente, sino que te permiten trasladarte a tu día a día a muchos kilómetros de Barcelona.

Así que de repente me vi por ejemplo “paseando” por un supermercado, con la única razón de ir comparando el tipo de productos que se ofrecían en cada uno de los lineales del mismo. Como si fuese un estudioso del merchandising, me veía analizando la forma de colocar los productos, la forma de presentar las ofertas, la manera en que estaban distribuidas las diferentes secciones, que tipos de productos adquiría la gente, etc., fue uno de esos momentos en que te preguntas – ¿Por qué llenamos nuestra cámara de fotos de paisajes bucólicos revendidos por la oficina de turismo de la esquina y en cambio cuando vemos que la bollería comparte lineal con los productos de la limpieza lo pasamos por alto? Pues la verdad es que no lo tengo muy claro. Así que con la intención de innovar saqué mi cámara, pero sinceramente no hice mucho más; según parece después de estar más de dos horas en el supermercado mi sombra se había unido a la del agente de seguridad del establecimiento… pues, nada, una sonrisa y a seguir paseando.

La verdad es que repetí este ejercicio con varios establecimientos, hasta que llegó un momento en que me dije – “No hace falta Abel” – Así que me dirigí al Hostel y como un niño me pasé buena parte de la tarde escribiendo con eso que llaman Facebook; momento en que ahora me decís: no tienes que conectarte, ya que así no disfrutas tanto del viaje… ¡Tonterías! ¡Qué mejor, aunque sea por unos momentos, que poder disfrutar de la gente que quieres y que ahora se encuentran lejos de ti!

Así que como veis, han sido unos días cotidianos, pero ello no significa que hayan sido poco interesantes, todo depende de ti mismo y del valor que le des a los cosas. Pues no se vende todo lo que valoramos ni todo lo que nos venden tiene valor, si no daros una vuelta por el supermercado.

Bueno, os dejo que tengo una cosa muy importante que hacer ahora, voy a escribir una postal por no sentirme mal por haber utilizado el Facebook, bueno y en realidad por muchas otras cosas más…

Buenos días María Teresa, …