Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (5)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Perú: De Miraflores a la ciudad de los Muertos, del smog al sentido de la vida

Objeto

Cruz andina

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“La cruz andina unía el mundo TERRENAL con el mundo de los DIOSES y el mundo de los MUERTOS; ahora seguimos pensando en llevar el cielo a la tierra a partir del momento en que nos damos cuenta que NO HAY VIDA SIN MUERTE”

Escrito

El smog era visible desde cada una de aquellas partes de la ciudad que me prestaban asiento; desde los largos parques verdes de Miraflores que tomaban descanso allí en Larcomar hasta las nostálgicas estancias de tiempos pasados que tomaban como insignia la diversidad cultural y humana allí en Barranco. Desde las zonas verdes con virgen por compañía en Surco hasta allí en donde el comunismo de consumo o tal vez el socialismo de mercado tomaba el nombre de Starbucks Coffee. Desde el céntrico Cordano, en donde recuperaba el placer de tomar un buen café después del almuerzo hasta…

Así que sin tolerar la espera del “nada”, me fui a la búsqueda de aquellos barrios en donde los llamados más pudientes compraban al mendigo su tranquilidad espiritual o bien su título de generosidad; pues tal vez allí el cielo tomaría el reflejo de la realidad humana, pues tal vez allí el cielo recuperaría su luz.

Tras acudir al salto de diversas combis capitaneadas por voceadores, pasaron frente de mi San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo y Nueva Esperanza; eran zonas habitadas por aquellos que en la búsqueda de nuevas oportunidades, tuvieron que dejar las tierras que los vieron nacer.

Ahora en Nueva Esperanza, con cielo despegado, la gente al salir de sus casas divisaba el segundo cementerio más grande del mundo. Era el cementerio de la Virgen de Lourdes, un cementerio cubierto por una tierra árida alejada del verde urbano visitado durante esos días, una tierra en donde las infraestructuras parecían llegar con retraso; pero una tierra que más que nunca era consciente que no hay vida sin muerte.

Tal vez por eso me encontraba tan bien allí; yo no era más que un nuevo inmigrante en búsqueda de nuevas oportunidades, yo no era más que un inmigrante que sentía la necesidad de vivir al máximo la vida, allí en donde el destino me recibiera…

 

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (4)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Perú: Huacachina  – Un oasis cerca de Ica (Pisco para dos)

Objeto

Copas de Pisco

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Porque un oasis sólo es real cuando no existe un espejismo creado por la SOLEDAD; porque la FELICIDAD sólo es real cuando SE COMPARTE”

Escrito

Fina arena se cuela entre mis ojos, al momento que el frío cubre mis espaldas y los hombros se estremecen hasta sentir la fuerza de mis costillas como presionan pidiendo aire. Allí abajo se encuentra un oasis lleno de luz, lleno de luz artificial hecha para aquellos que tras un vaso de bebida ebria, emulan una puesta de sol para recuerdo de aquellos que violaran sus fotos.

A mi izquierda se encuentra aquel oasis de tierra firme y labios resecos, de aquel que se apartó en la búsqueda de la soledad o tal vez de aquel que sin buscarla un día se encontró en ella. Realmente es allí donde me gustaría ir en estos momentos, no por buscar la soledad, sino por la paz que me seduce. Mientras pienso esto, de nuevo se estremece mi cuerpo que lidia entre una tierra frágil y suave y el cemento áspero de las codicias.

Ahora aquí arriba ya me encuentro sólo y tras resistirme un rato, emprendo mi viaje hacia la luz artificial, eso sí, echando una mirada hacia atrás. No por volver allí donde me encontraba, sino por coger de la mano a aquel que se encontraba solo y abrirle los ojos a una vida que tal vez nunca conoció, porque siempre hay alguien que nos quiere, porque siempre hay alguien que nos espera; porque aunque nos corten todas las flores de amor, siempre llegará una nueva primavera…

Porque el espíritu del hombre se alimenta de nuevas experiencias, pero como escribió Christopher McCandless en sus últimos suspiros, después de más de dos años buscando su propia esencia, la felicidad es real sólo cuando esta se comparte…

Que tu muerte sirva para abrir los ojos a todos aquellos introvertidos/extravertidos que luchan sólo consigo mismos…

Into the wild… no más palabras para hoy…

 

La avería Por Ana Riera

 

—Acabo de hablar con el técnico de la calefacción. Dice que tienen muchísimo trabajo, que lo siente mucho, pero que como muy pronto podría pasarse mañana domingo por la tarde. Pero no me lo asegura. Que en esta época ya se sabe—dijo disgustado Manuel.

—Vaya por Dios. Pues yo aquí con este frío no me quedo. Estoy heladita—respondió Rosa, su esposa—. Para eso prefiero regresar a la ciudad. Ya sabes que yo me resfrío con mucha facilidad y luego lo paso fatal.

—Podríamos encender la chimenea.

—Pero si no queda ni un triste trozo de madera. Te lo dije la semana pasada. Cuando no se puede, no se puede. Esta casa sin calefacción no tiene condiciones.

—Está bien, como quieras—suspiró resignado—. Recógelo todo y nos vamos. Podemos cenar algo donde Marcial. Así de paso le digo que mañana avise a Juan y los demás, para que no me esperen para el aperitivo.

Durante la escasa hora que separaba su casa de la sierra de su piso de la ciudad, Rosa le dio vueltas a cómo iba a quedar con el de la calefacción. Tendría que llamar el lunes temprano e intentar quedar con él para el siguiente sábado a primera hora, para que diera tiempo a que la casa se calentara una vez arreglada.

Manuel, por su parte, pensó que necesitaba esos fines de semana. Escapar del agobio de la ciudad, levantarse por la mañana y salir a dar un paseo por el campo, desayunar sin prisas en la terraza leyendo el periódico, bajar donde Marcial y encontrarse con los amigos, charlar de fútbol y de toros, a veces incluso de política. Y luego, el domingo por la tarde, de camino a Madrid, escuchar el Carrusel Deportivo en la radio.

—Ves, ya me he resfriado. Me pica la garganta. Y cuando a mí me pica la garganta, mala señal.

—Pero si nos hemos ido en seguida. No ha dado tiempo a que te resfríes, Rosa. No digas tonterías—contestó Manuel mientras entraban en el piso—. Anda, deja las bolsas aquí y métete en la cama. Ya me ocupo yo.

—Sí, será lo mejor—añadió ella dirigiéndose al dormitorio.

—Anda, pasa. ¿Quieres que te traiga un ibuprofeno?

—Sí, gracias.

—¿Dónde los guardas?

—En nuestro baño, en el armarito. En la balda de arriba.

Manuel iba a salir del dormitorio cuando se oyó un ruido.

—¿Has oído eso, Manuel?

—Será la niña. Voy a decirle que estamos aquí.

—No, Laura no está. Hablé con ella esta mañana y me dijo que por la tarde había quedado en ir a casa de su amiga María. Que se iba a quedar a dormir allí y volvería por la mañana temprano para seguir estudiando.

Se oyeron ruidos de nuevo.

—Otra vez. Parece que viene de la cocina.

Manuel se dirigió con paso seguro hacia la cómoda. Abrió el tercer cajón y sacó un bulto envuelto en una toalla vieja. Era su arma reglamentaria.

—Manuel, por Dios, ten mucho cuidado.

—Tranquila, mujer. Es solo por precaución, por ir protegido. Tú quédate aquí. Ahora vuelvo.

Apenas había transcurrido un minuto cuando un disparo retumbó por toda la casa.

 

 

Laura abrió los ojos de inmediato. Se había quedado dormida con una sonrisa en los labios. Le llevó un par de segundos recordar que estaba  en su casa, en su cama, donde acababa de hacer el amor con Juanjo. Sabía que con su larga melena a sus padres no les gustaría nada, pero a ella la tenía loca. De golpe, recuperando plenamente la conciencia, un pensamiento le sacudió el cerebro. ¿Dios mío, eso ha sido un disparo? Instintivamente miró a su lado. No había nadie. Impulsada por un resorte invisible saltó de la cama y se precipitó por el pasillo en dirección a la cocina. A pesar de su carrera desesperada, cuando llegó ya era demasiado tarde. Su chico yacía en el suelo con su hermosa cabellera desparramada por las baldosas. Tenía un agujero en la camiseta de Metallica y había un enorme charco de sangre. Su padre, a un metro escaso, todavía empuñaba el arma.

 

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (3)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

 

 

Título

Perú: Líneas de Nazca – Dos estacas “unidas” por un cordel roto

Objeto

Estaca

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“A veces necesitamos tirar líneas rectas para marcar nuevos destinos; a veces necesitamos romper con lo que nos ata para sentir que aún tenemos la LIBERTAD de descubrir las cosas por nosotros mismos”

Escrito

La araña, el mono, el colibrí, the dog, the parrot,… al cabo de media hora; Aero certifica que el Sr. Abel Farré ha sobrevolado las Líneas de Nazca (Perú), Patrimonio Cultural de la Humanidad, el día 19 de febrero de 2013, a bordo de nuestra aeronave. Yo, sinceramente, me quedaba con el recuerdo de ir moviendo la cabeza de izquierda a derecha mientras el niño de atrás inhalaba toallitas húmedas de limón para no evacuar el último desayuno continental ingerido. Asimismo me llevaba el recuerdo de mi rostro con sonrisa estúpida apoyado en una avioneta esperando a Kelly McGillis.

Así que cabezón de mí, y tras unos días leyendo sobre los enigmas que se escondían tras esas imágenes, me dispuse a buscar nuevas alternativas que satisficieran las esperanzas que había depositado en aquel entorno. Una vez en tierra me dirigí a la estación de autobuses; según parece existía un mirador metálico en medio de la Panamericana Sur en donde podría ver a unos pocos metros de altura la imagen del Árbol y de la Manos. El conductor de autobús me comentó que me dejaría allí y que cada media hora pasaba un bus de vuelta a Nazca que, mediante levantamiento de brazo, procedería a mi rescate. Oh yeah me dije!!! (Exclamación estúpida que utilizas cuando llevas de nuevo unos días en un Hostel).

Sin haber llegado aún al mirador, me di cuenta de que a través de esa autopista hacia el infinito realmente todo estaba cambiando; viento, arena, piedras, laberintos de zanjas, matojos polvorientos, montañas rojizas. Y finalmente llegó el momento; salté del autobús, cruce rápidamente la autopista esquivando los pesados camiones y subí corriendo esas escaleras metálicas al momento que lanzaba dos nuevo soles al buen hombre que bajo temperaturas amargas custodiaba la zona.

Realmente allí arriba cambiaba el tema, eran poco más de las dos del mediodía y la plataforma estaba vacía; así que pude restar durante media hora sentado observando aquello sobre lo que había leído días atrás. Posiblemente no eran imágenes tan grandes como esperaba, pero la situación, el momento, el viento, el silencio… le daban una fuerza que satisficieron claramente mis necesidades. De nuevo con auriculares en las orejas todo era mejor, hoy sonaba MYM, felicidades M (21 de febrero).

Como fin de fiesta y de vuelta a Nazca, el Cerro Blanco, la duna más grande del mundo, aparecía frente a mí para darme la enhorabuena, y yo con total satisfacción llegaba al Hostel y decía; Heyguys, seeyouonanother place!!!

 

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (2)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

 

Título

Perú: Valle del Colca – Del hombre a la naturaleza y de la naturaleza al hombre

Objeto

Tablilla

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Así como esas tablillas deformaban los rostros de los Collaguas para diferenciarse de los Cabanas; ahora seguimos siendo HUÉRFANOS DE PALABRAS PARA EXPRESAR LO QUE SOMOS”

Escrito

Tras la búsqueda del cóndor allí en donde la cruz toma su propio nombre, nos desplazamos hasta Chivay, la capital de la región del Valle del Colca. Había sido un duro camino guiado por la verticalidad de aquellas piedras que veneraban a los Apus Incas y por las verdes terrazas escarpadas sobre rocosas montañas sagradas que emergían a lo largo del cañón más profundo nunca visto.

A pocos kilómetros de allí nos encontrábamos con los baños termales de “La Calera”, los cuáles podrían ahuyentar un cansancio acrecentado por los problemas de altura, pues nos encontrábamos a más de 4.900 metros; pero como cautivado por la atmósfera de ese pueblo, opté por quedarme en tierra para conocer qué escondía esa cultura.

Eran días de carnaval y por las calles la gente vestía con atuendos tradicionales cargados de colorido. Pero era un colorido que parecía mantener un dualismo con unos rostros silenciosos llenos de identidad propia que parecían restar importancia a la concepción del tiempo. Unos rostros que enriquecían su pensar con la mera observación de todo aquello que parecía no ser visible por mí mismo. Yo, avergonzado del sonido de mis propios pasos, opté por sentarme en una de aquellas aceras sombreadas, esperando entender algo; como aquel que inmerso en la oscuridad no absoluta espera la llegada de una imagen que le dé sentido al espacio que ocupa.

Tras permanecer en silencio, todo aquello que me rodeaba empezó a tomar vida poco a poco; la misma mujer que cerca de mí vendía su propia cosecha se interesaba con cortas preguntas y tímida sonrisa, acerca de mi procedencia, de mi viaje… pero, curiosamente, aquella ausencia de palabras que hacía unos momentos echaba en falta, ahora me desbordaba, pues sentía como si mis respuestas fueran banales frente a la sabiduría de una gente que había aprendido a hablar sin abrir la boca con unos dioses que venían representados por la propia naturaleza.

Con todo aquello aprendí que no es necesario hablar para sentirte que estas presente, sino que con la mera expresión que recibimos de la interacción no sólo con los humanos sino con la naturaleza, muchas veces es más gratificante que la espera de palabras sin sentido que intentan ocupar el tiempo y el espacio.

No por ello dejé de hablar con esas ya tres mujeres, pues aún me encontraba lejos de poder expresar en silencio todo aquello que pudiera llevar dentro de mí.

-… sí, de Barcelona…

-… sí, llevo más de dos meses viajando…

– … sí, visité Arequipa; fui cruzando por cada una de aquellas calles de sillar blanco que iluminaban la atmósfera nublada coronada por las fumarolas del volcán Misti. Tal vez con catálogo plastificado en mano recordaré la arquitectura religiosa y colonial que me ofreció.

Las recordaré a ustedes, así como a toda la gente que me acompañó durante estos días… Esto no sé si lo dije, pero espero que lo expresara…

 

Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (1)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Perú: Lima. Pensando en días atrás y mirando de nuevo de frente

Objeto

Balcón limeño

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me sentí identificado en el momento de escribir la postal:

La INOCENCIA de aquel que mira a través de varillas de cedro entrecruzadas, la INOCENCIA a la que uno se atrapa soñando con la ETERNA JUVENTUD.

Narración

Allí se encontraba el último reducto de aquel crucero que se vio aclamado por la Perla de Pacífico; un reducto que bajo camisa de seda hoy hacía llorar cada una de aquellas notas de piano que rememoraban viejas historias del ayer, al momento que nublaba su vista con una cuzqueña por compañía, que parecía representar el único nexo de unión con cada una de aquellas maderas por tabla que nos acompañaban. Tal vez era esa misma niebla característica de Lima, con la que yo me había levantado esa mañana, la única forma de escapismo que parecía ahuyentar sus viejos fantasmas del pasado, la misma que le ayudaba a vislumbrar los indecisos perfiles que se escapaban de peligros y abismos; tal vez por ello se regocijaba en esa taberna horas y horas sin pensar en un tiempo que corría sin pensar en él.

Yo tal vez me había visto inmerso por esa misma niebla que cubría la ciudad, allí arriba en el Cerro de San Cristóbal, en donde la luz sólo parecía percibirse a través de las ofrendas de aquellos que rememoraban vidas perdidas por el camino; pero era consciente que esa neblina había sido pasajera, pues tras esa cortina se escondía una nueva ciudad llena de luz que discurría entre edificaciones coloniales que partían de más allá de la Plaza San Martín o de la propia Plaza de Armas. Una ciudad donde el hollín marcaba los rasgos enmarañados de un río llamado Rimac, el cual bajaba con la misma fuerza con la que los niños a día de hoy corrían a la búsqueda de esos cuadernos que anunciaban la llegada de un nuevo curso escolar, unos niños que con ojos abiertos esperaban la llegada del reencuentro inocente con cada uno de aquellos compañeros con quien compartir ese verano que llegaba a su fin.

Pero mientras pensaba esto, las notas de aquel piano seguían golpeando con fuerza, al momento que repetían; Yesterday, all my… ese niño ya se había hecho grande y ya no compartía su inocencia con aquellos que le rodeaban, sino que dejaba escurrir sus sentimientos sólo a través de la música, a escondidas… al igual que lo hacían aquellas damas tapadas que años atrás, tras esos balcones de madera que acompañaban la ciudad, fustigaban sus calores pensando con aquel gentil hombre que sin sangre azul veían alejarse de las previsiones paternales. Yo sí pensaba con el ayer, recordaba los dos últimos días pasados en Paracas, en donde lejos de conocer la fauna autóctona, había dedicado el tiempo a no pensar en nada más que en cómo situar mi toalla para poder entablar conversación con aquel que desde lo alto nos iluminaba el día. Yo, si pensaba en hoy, veía una nueva ciudad para conocer…

Tal vez me preguntaría si aún era un niño, tal vez me preguntaría si aún no había crecido; tal vez no tenía sentido preguntarse nada y mejor seguir pensando que era un inocente o tal vez un ignorante de la vida…