¿En qué momento los meses se han convertido en semanas, las semanas en días, los días en horas y las horas en minutos? ¿Quién estableció que el tiempo amontonara a su antojo de forma veloz e implacable los segundos a los que tengo derecho?
Mira, ya son las seis y no he hecho nada. Caramba, otra vez no, no puedo pensar en eso, ¿de dónde he sacado esos pensamientos?, si me oyera mi madre, ¿si me oyera, digo? Pero si está sorda como una tapia, pobrecilla, me dan unas ganas… Sí, un día de estos me van a dar unas ganas de… Pero bueno, ten más cuidado mequetrefe, mira por donde vas, que me atropellas. Ahora les ha dado por andar en esos aparatos; por Dios, si yo me subiera a uno de esos, seguro que volaba, seguro que podría sentirme libre, viva. Para qué quiero sentirme más viva, ahora, sí justamente ahora, necesito estar libre y fuerte. Huy qué bonito vestido, no puedo, no debo pararme, tengo que llegar a mi hora, tengo que conseguirlo. Mira, ya están los adornos de Navidad, otra vez, otra vez, qué angustia! ¡Cómo pasa el tiempo! Si parece que fue ayer y ya han pasado veinticinco años, veinticinco, veinticinco, qué horror, ¿pero qué dices mujer? Si han sido maravillosos, sí, claro, eso es lo que dice mi amiga Rosa, pero cómo se han ido, qué pronto desaparecieron ¿hacia dónde? Hala, otro loco, mírale, éste en bicicleta. Huy, pero bueno… ¡ay, si es que voy por el carril bici, no me extraña que me piten! Estoy bien, voy rápido, pero estoy bien, me siento bien, tengo que acelerar más, tengo que llegar a casa. Me están esperando, ¿quién me espera? Qué hermoso atardecer anaranjado, azulado dando paso elegantemente a la oscuridad. Tengo que llegar antes de que anochezca. ¿Por qué me habré alejado tanto? Pues sí que me he animado yo, empecé cinco minutos, luego quince y ahora, no sé, no sé, me he quitado el reloj. No me gusta, menos ése, es de él, de su madre, si hubiera sido de otra manera, pero cómo puedo pensar eso, se hace de noche, va oscureciendo, la sombra se hace cada más tenue, desaparece, se fulmina como todo a mi alrededor.
Voy a pararme a descansar un momento, he acelerado mucho y encima estas zapatillas nuevas, por qué haría caso a Rosa, “son lo último, te ayudan a adelgazar, pero tú no lo necesitas”, quiso arreglarlo al final. No importa, ahora nada importa, ahora me siento cansada, ninguna zapatilla soportará mi peso, poco, mucho, poco, mucho, me paro, estoy cansada. Pero no, no me doy la vuelta, voy a seguir imparable como el tiempo, sin parar, sin volver, sin recordar. ¿Me esperará o no? ¿Cómo pudo hacerme eso? No pienses, Mercedes, no pienses, es lo mejor que debo hacer, ¿pero cómo evitarlo? ¿Andando con estas zapatillas que me matan los pies? Las domaré, conseguiré hacerlo, como creí que hacía con él, que me atropellas, loco. Debo volverme, mira qué bonito atardecer, hasta se ve la sierra al fondo. Maldita montaña. Está bien, estoy caminando no me detengo, debo seguir, ¿hacia donde? ¿Un cambio de qué? ¿de vida? ¿de casa? ¿de cuerpo? De qué, ¿qué quiso decir con eso? No. Ya es Navidad, cómo me gustan, horror, no me gustan, ahora no, no puedo vivir con ese recuerdo. Cuando compré el árbol nos reímos, nos miramos, cómplices de nuestras vidas. Estoy exhausta debo bajar el ritmo, me ahogo. Qué bonito atardecer. ¿Vuelvo ya? No, aún es pronto, pero si no llevo reloj, ah, sí, en el bolsillo, el móvil. Qué suave es, siempre localizada, me dijo. Eso es lo que quería, localizarme, ¿para qué? No me quiero angustiar, no me quiero dejar, el tiempo se agolpa aún más, no hay espacio para pensar, debo decidir. Sí, vuelvo, regreso y espero, seguro que alguien me espera. No quiero que sea alguien, quiero que sea él. No llores Mercedes, no puedes llorar. Oxigena, camina deprisa, me dijo el médico, qué horror, estoy agotada, prefiero el trabajo, mil horas de pie, aguantar a las clientas con sonrisa de almíbar, prefiero eso, caminar ¿para qué? ¿Hacia dónde? Bonita ocasión buscó para decírmelo. Yo tan contenta, iba a dejar el trabajo, sí, sí, estaba convencida, decidida, ya eran muchos años aguantando, pues a tener que seguir, ¿hasta cuándo así? Todo era perfecto, no había un no. Lo hubiera preferido, sí y no estas zapatillas, ahora tengo que usarlas, ojalá las pudiera devolver, en su caja de cartón azul, con su envoltorio. Toma Rosa, para ti, a mí me hacen daño, no en el pie, en el alma, le diría. Debo seguir, pobrecilla, me quiere cuidar, así desde jovencitas. Estoy agotada, no veo ya la montaña, se ha hecho de noche, allí veo una luz, será otro ciclista, pero qué preparados están, cómo se nota que esto es nuevo para mí. Sigue, corre, venga, acelera, pero no tanto, que no es necesario Mercedes, ¿por qué corro? ¿por qué sigo? Es imparable, así debe ser. Voy a volver, no veo nada, tampoco en veinticinco años he visto mucho, pero qué ciega estaba, arruinados, ¿cómo? Fue lo único que pude decirle. ¡Arruinados! Pobrecillo, no pobrecillo no, le debí preguntar cómo era posible que hubiéramos llegado a eso. No me contestaría, no, a mí no, no lo entiendo, no me sigas, me dijo, es mucho para mí. Se le arrugó el entrecejo, noté un estremecimiento, nada más. Saldremos adelante… seguiré un poco más, un poco más, un poco más, Mejor dicho saldré adelante. No pienso confiar en él nunca más, no quiero confiar en nadie más nunca más. Qué fácil, toma, elige abrigo, un abrigo, ¿para qué quería más abrigos? Para mí abrigos, para la otra… No sé qué le daba a ella. Dinero, dinero, toma dinero, sin hijos todo para los dos, nadie más, estoy aquí, he llegado a la esquina, otro ciclista, otro loco, otro día más, imparable. Regreso, ahora sí, no puedo más. Seis meses, sólo seis meses, ya seis meses. No veo nada, pobre me quedaré también ciega como mi madre, ciega he estado, y aguantando en mi trabajo, sí iba bien, la tienda iba bien, muchas horas, muchos días, mucho tiempo pasado en ella. ¿para qué? No podía moverme de allí, sin embargo me sentía libre, ¡qué absurda!
Ya me doy la vuelta, ¿y el coche azul? ¿Para qué querrá dos coches? A mí me da igual, no me importa. Todo me da igual, el tiempo pasa también para él, para esa señora de pelo teñido y medias negras, cuando vuelva le escribiré, sí, ya está decidido, sólo veinticinco años a su lado, le escribiré una carta como hacía él antes, en la mili, su amor sincero lo parecía, no sé si lo era, ya entonces tuvo devaneos, me han contado, ¡qué ciega estuve!
¡Qué perdida me siento! Regreso a casa, malditas zapatillas, maldito tiempo, maldita vida, todo en contra…
Mientras Mercedes cruza la calle, absorta en sus pensamientos, inmersa en su caminar sin sentido, una pandilla de adolescentes se ríe a carcajadas imitando los aspavientos absurdos de una vagabunda en el parque.