Blue Ruin: una gran película sobre venganzas equivocadas

Por Horacio Otheguy Riveira

Un hombre sin otra historia que la del asesinato de sus padres, se abandona por completo hasta que tiene la posibilidad de enfrentarse con el responsable de la matanza. Entonces sí revive, se sorprende de su capacidad de resistencia y de violencia porque cree que cuanto haga será justo. Hasta que empieza a comprender que las cosas no son como parecían.

 

Innumerables las películas sobre venganzas. El tema tiene un indudable atractivo en el imaginario mundial. ¿Quién no ha soñado con vengarse de esto o de aquello otro, quien más quien menos víctima alguna vez de estropicios? El derecho a sentirse víctima y odiar a los responsables de nuestro sufrimiento es algo tan presente en la vida cotidiana, lo mismo en Europa que en Tanzania, que ha dado elementos de ficción y de hechos reales en cantidades industriales desde las aborígenes narraciones orales hasta la actualidad en numerosas novelas, series de televisión y películas de pésimas a extraordinarias.

Pero Blue Ruin es otra cosa. Para empezar, se trata de una película de producción independiente realizada con pocos medios —pero mucho talento en los actores e imaginación en el equipo de producción—, y para continuar, hay que dejar las palomitas a un lado, evitando así quedarse atragantado ante la inquietante angustia de todo el periplo de un hombre perdido en busca de revancha.

Todo empieza en una seca, drástica, primera escena. No hay prolegómenos ni carantoñas de mundo feliz que va a irse al garete: un hombre atormentado se ha convertido en un vagabundo que vive en un viejo coche; recibe la amable visita de una mujer policía para advertirle que el asesino de su familia saldrá de la cárcel. Ante este panorama desolador, el muchacho recapacita. A punto de hundirse aún más en la depresión actúa con decisión. Ha de hacer justicia. En su justiciero procedimiento vemos una población diezmada por una violencia al alcance de cualquiera. De hecho, una familia de desgraciados tiene en su casa un auténtico arsenal. El círculo se enciende con facilidad: hombres ignorantes e insensibles se unen a mujeres desalmadas. En medio parece existir una oscura historia de amor que terminó muy mal, triángulo perverso, celos demenciales.

El protagonista (Macon Blair) abunda en matices que refleja sólo con la cara. Y en el circuito siniestro de toda su ruta, se va construyendo una Blue Ruin, es decir, una ruina triste, muy amarga, porque no se trata de una lamentable quiebra económica, sino de una demolición emocional fuera de cobertura, inimaginable para el personaje y el espectador.

Gran película donde menos es más y la espiral de eficacia en las escenas de acción se llevan de maravilla con sorpresas intelectualmente interesantes, socialmente impactantes. Pocas palabras y riguroso espectáculo audiovisual.

 

 Blue Ruin, Jeremy Saulnier, 2013.

La Mujer Maravilla Por Luigi De Angelis Soriano

Escribir sobre un icono como la Mujer Maravilla implica relatar su origen y, de modo gradual, explicar su relevancia. Sexualidad, amor y libertad fueron algunos de los conceptos involucrados en el proceso de creación del personaje femenino más reconocido del mundo del cómic; y, su importancia está relacionada con la subversión que supone en un contexto donde la noción predominante de heroísmo está asociada a referentes masculinos. A continuación, analizaré estos puntos y comentaré mis impresiones sobre la primera versión cinematográfica que, dirigida por Patty Jenkins, llegó para enriquecer el inventario de cintas de aventura y fantasía, así como para romper algunos esquemas.

El personaje de la Mujer Maravilla es producto de la imaginación del psicólogo, abogado y escritor estadounidense William Moulton Marston, un hombre extraordinario en todo el sentido del término. Jill Lepore, en su libro The Secret History of Wonder Woman (2014, Editorial Alfred A. Knopf), explica de manera interesante cómo el carácter multifacético y apasionado de este hombre influenció la creación de un icono. He aquí una cita del texto de Lepore:

Marston fue un académico, catedrático y científico; la Mujer Maravilla nació en un campus, en un aula de clases, y en un laboratorio. Marston fue un abogado y un cineasta; la Mujer Maravilla nació en la corte y en la sala de cine. Las mujeres que Marston amó fueron sufragistas, feministas y activistas de derechos reproductivos; la Mujer Maravilla nació en una marcha de protesta, un dormitorio, y una clínica de control natal.

En efecto, cuando el personaje apareció por primera vez en 1941, la idea de Marston fue clara: presentar un arquetipo femenino diferente fundado en características como la fuerza y la bondad. Este arquetipo fue concebido como una novedad con relación a los personajes masculinos que dominaban el cómic de la época (Linterna Verde, Superman y Batman). Para lograr su cometido, Marston utilizó su experiencia personal como fuente de inspiración. De este modo, modeló al personaje en torno a las mujeres que amaba, en especial su esposa Elizabeth Holloway Marston y su amante Olive Byrne. Es importante mencionar que los tres vivieron involucrados en una relación poliamorosa que, aparentemente, se desarrolló sin dificultades, bajo el mismo techo, y resultó en la procreación de varios hijos concebidos por ambas mujeres. De algún modo, tiene sentido que un personaje poco convencional haya surgido de experiencias sexuales y amorosas fuera de la norma, especialmente en la sociedad norteamericana de hace más de 70 años.

Como consecuencia de lo expresado, no es una sorpresa que de manera implícita y explícita, desde sus orígenes, la Mujer Maravilla haya sido una proyección de los ricos intereses académicos, profesionales y sexuales de su creador. Múltiples alusiones a prácticas de sumisión y dominación, erotismo e ideas de justicia restauradora y transformadora fueron constantes en el marco de las historias de esta singular heroína. Todo esbozado más o menos con recato debido a la censura de la época, pero sin duda una curiosidad fascinante que ha motivado buena cantidad de pensamiento y literatura en torno al carácter iconoclasta de Marston y su creación.

Haciendo un largo salto en el tiempo, ahora nos ubicamos en la segunda década del siglo XXI. Lo primero que llama la atención es que el problema que identificó Marston persiste. Con un repunte en lo que concierne a la producción de largometrajes basados en cómics, el dominio es absolutamente masculino. Incluso en películas donde el interés no se centra en un solo personaje, como Los vengadores y Guardianes de la galaxia, las mujeres que ocasionalmente aparecen son relegadas a un segundo plano. Viuda Negra en Capitán América: El soldado de invierno, Gatúbela en El caballero oscuro: La leyenda renace, y Ancestral en Doctor Strange son personajes secundarios que generaron impacto, pero más por el esfuerzo de las actrices que les dieron vida que por un genuino interés por parte del guión. Esta realidad ha motivado un debate largo y complicado en torno a los grandes estudios, las adaptaciones de cómics y las mujeres detrás y frente a las cámaras.

El debate dio frutos y Warner Bros, luego de una serie de proyectos fallidos que datan desde los años 90, decidió dar luz verde al primer largometraje de la Mujer Maravilla. El estudio decidió además contratar a una mujer para la dirección, trabajo que recayó en Patty Jenkins, realizadora responsable del sombrío y sobrecogedor drama independiente Monster, por el cual Charlize Theron ganó el premio Oscar a la mejor actriz principal en el año 2004. Considerando que hasta hace poco circulaba la opinión más o menos generalizada de que una película del subgénero de superhéroes con una mujer protagonista está condenada al fracaso en la taquilla y que dirigir este tipo de cine es “cuestión de chicos”, Warner y DC Comics, de alguna manera, asumieron un riesgo. Sin embargo, tan solo en su primer fin de semana en cartelera el riesgo está dando réditos y, mientras escribo esta crónica, la cinta está sobrepasando los 200 millones de dólares en taquilla alrededor del mundo.

Pero a mí no me interesa ni me ha interesado la taquilla como referente para evaluar la calidad de un producto, así que a partir de estas líneas procedo a describir y explicar mis impresiones con relación a la película. Impresiones personales, pues francamente la Mujer Maravilla es un personaje que amo y que me trae buenos recuerdos de diversas etapas. Cuando era muy pequeño una de mis caricaturas favoritas era Los súper amigos. Para mí, la imagen de esta morena guapa que viajaba en un avión invisible y llevaba consigo un lazo que obligaba al enemigo a decir la verdad, sigue siendo la más memorable. Luego, cuando tuve la oportunidad de ver las repeticiones de la serie de televisión de los años 70, protagonizada por Lynda Carter, recuerdo que me divertí mucho, especialmente cuando la protagonista giraba sobre su propio eje y, luego de un espectáculo de efectos visuales muy anticuados, aparecía convertida en la guerrera que la audiencia admiraba.

Puedo decir que pertenezco al grupo de personas que deseábamos que la adaptación cinematográfica se concrete. Y ahora, cuando ésta es una realidad, puedo reportar con satisfacción que la película hace justicia a los ideales de la icónica heroína. La directora Patty Jenkins imprime una sensibilidad especial que no es común en las películas basadas en cómics y, alineada a esta decisión creativa, explora las motivaciones de sus personajes dándoles tiempo y espacio para que éstos se desarrollen a plenitud. Desprovista de cinismo y de crueldad, la cinta exhibe un entusiasmo y una sinceridad que inspira. Además, es una película que gira en torno a una convicción tan grande con relación a la bondad del corazón humano, que es imposible dejar a un lado la reflexión sobre su pertinencia en el contexto geopolítico y social actual.

La Mujer Maravilla es una apología al honor de la vieja escuela, a un heroísmo cimentado sobre la protección al más débil y la lucha por lo que uno cree. En suma, dentro de su subgénero, es la película más refrescante y esencialmente noble en años. Su delicado sentido del humor y ausencia de pretensiones la ubica junto a Superman (1978, de Richard Donner) y En busca del arca perdida (1981, de Steven Spielberg) como un ejemplo de lo que Hollywood puede hacer dentro del marco del cine de aventura cuando financia proyectos con corazón, ingenio y un auténtico sentido de la diversión. Jenkins, consciente de la oportunidad que tiene entre manos, nos ofrece una pieza de entretenimiento optimista y entusiasta que hoy no podemos ignorar.

La película narra la historia del origen de la protagonista. Diana (Gal Gadot); hija de Hipólita (Connie Nielsen), la reina de las amazonas, y Zeus, soberano del Olimpo; vive en una isla paradisíaca donde predominan la gracia y la sabiduría. Entrenada con firmeza por su tía Antiope (Robin Wright), descubre poco a poco los poderes sobrenaturales que le asisten para luchar en nombre de quienes no pueden hacerlo por ellos mismos. Cuando el avión piloteado por el espía estadounidense Steve Trevor (Chris Pine) cae accidentalmente al mar adyacente a la isla, Diana lo rescata y tiene su primer contacto con el “mundo del hombre”. Luego de un evento traumático y de conocer, gracias a Steve, que fuera de la isla se libra la Primera Guerra Mundial, la princesa de las amazonas decide tomar los regalos de los dioses para asumir su deber como la amazona capaz de derrotar al dios de la guerra y devolver la paz. En el camino, descubrirá que las cosas en el “mundo del hombre” no se resuelven de forma tan sencilla.

La recreación de los lugares es muy importante en esta producción. La isla donde habitan las amazonas representa con esmero un mundo femenino inspirado en la Antigua Grecia. El mármol blanco, los detalles de oro, la vegetación verde y primorosa, el mar turquesa, todo confluye para dar vida a un paraíso hermoso, inspirado en lo divino. Las mujeres que habitan la isla entrenan y cabalgan con una gracia musical, sus acrobáticos y vigorosos movimientos se encuentran a tono con lo que la isla simboliza. De igual forma, la Europa invadida durante la Primera Guerra Mundial da cabida a una precisa reproducción de la época, con sus calles angostas, autos de los años 10, hombres uniformados en cada esquina y grises zonas de guerra donde prima la desolación, el hambre y la desesperación. El contraste entre estos dos mundos es encarar a lo ideal con lo real, al deber ser con el ser, así la ambientación cumple con su cometido más allá de la representación fidedigna.

El guión, autoría de Allan Heinberg, es otro punto fuerte. Si bien la acción se desenvuelve con fluidez y velocidad, Heinberg sabe en qué momento sosegarla para permitir a los personajes articular sus emociones y desarrollarse. Por ejemplo, una de las escenas mejor escritas del film, se da cuando Diana y Steve navegan en un bote rumbo a Londres. Es una escena nocturna donde prima la calma y los personajes hablan de forma sugestiva sobre el matrimonio y el sexo, ella desde su perspectiva inocente y él desde su experiencia en el “mundo del hombre”. Es un diálogo inusual en el universo de las adaptaciones de cómics que concluye con una efectiva frase que revela la astucia y el sentido del humor del personaje principal. Por momentos así, la historia se desenvuelve de una forma especial y la simpatía de los dos personajes nos hace tomarles cariño y comprenderlos.

Los actores involucrados en el proyecto son los indicados y se agradece que no sean rostros excesivamente expuestos en los medios. Connie Nielsen, Robin Wright, Danny Huston (en el papel de Ludendorff) y Elena Anaya (como la doctora Veneno) contribuyen de forma adecuada a los diversos matices de la cinta. La pandilla de amigos de Steve Trevor, de quienes Diana aprende sobre la amistad y la vulnerabilidad, es entrañable y no cabe duda de que se lo debemos a la capacidad y calidez de Said Tagmahoui, Ewen Bremner, Eugene Brave Rock y Lucy Davis. Excelentes en sus partes, cada uno brinda un aporte que vuelve a la historia más conmovedora conforme avanza y, en algunos casos, más divertida. Y todo esto nos lleva a comentar las actuaciones de Gal Gadot y Chris Pine, quienes están tan bien en sus respectivos papeles que la cosa da miedo.

Así como Christopher Reeve nació para ser Superman y Harrison Ford para personificar a Indiana Jones, Gal Gadot parece haber sido esculpida con arcilla por la reina de las amazonas para recibir de Zeus el aliento de vida. Con el acierto de no tomarse demasiado en serio a sí misma, Gadot triunfa al transmitir el valor, la fuerza y la honestidad de su personaje, así como un fino sentido del humor y una inocencia creíble. De igual modo, tal como Margot Kidder y Karen Allen fueron estupendas parejas de aventuras para Superman e Indiana Jones, respectivamente, Chris Pine es irresistible como Steve Trevor. Menos ingenuo, su papel es el que conecta a la audiencia con la mítica fuerza del bien que ha despertado. Pine, con una habilidad cómica innata y un encanto personal que ha desplegado en cintas como Into the Woods (2014, de Rob Marshall), exuda sin esfuerzo el carisma de un galán de antaño y el esperado heroísmo romántico que la cinta requiere.

Desde el ámbito visual, la película es muy atractiva. La directora Patty Jenkins hace un buen uso de la cámara lenta para producir un placentero efecto estético en las escenas de lucha y con el apoyo del director de fotografía Matthew Jensen y el compositor de música Rupert-Gregson Williams roza lo épico más de una vez. Escenas como la heroína atravesando “tierra de nadie” para salvar a los civiles de una pequeña aldea invadida o descubriendo las escalofriantes secuelas de los ataques en medio de una espesa neblina color mostaza son imágenes que quedan inscritas entre algunas de las mejor conseguidas en el cine de acción. Jenkins demostró ser una sensible y perspicaz cronista de temas de interés humano en Monster; en La mujer maravilla, una cinta muy diferente, lo confirma utilizando todos los medios a su alcance, su cine emociona.

Al crear a la Mujer Maravilla, William Moulton Marston se propuso celebrar la femineidad y su poder. Él quiso dar vida a un referente de emancipación y fortaleza basado en el amor más que en los puños, en la compasión más que en la fuerza bruta. La reinvención de Patty Jenkins, armada de sinceridad y de la pureza del cine de fantasía de otras épocas, hace posible que la generosa idea de Marston reviva para una audiencia contemporánea. El resultado es un espectáculo de primer orden y una historia de superhéroes de corte clásico que nos recuerda por qué emocionaron a generaciones enteras en un principio.