Remordimiento Por Ana Riera

Todo estaba siendo muy raro. Demasiado. En primer lugar estaba su sorprendente propuesta, la de llevarla al cine un día entre semana. ¡Si le costaba Dios y ayuda sacarlo de casa los fines de semana! Así que en un día de diario era impensable. Le parecía estar oyendo su cantinela de siempre en ese mismo instante. “Es que yo madrugo mucho, ¿sabes? Y si no duermo un mínimo no soy persona. Ya me gustaría verte a ti si tuvieras que manejar maquinaria pesada como hago yo”. De hecho, no recordaba cuál había sido la última vez que habían salido por ahí sin que fuera ella la que lanzaba la propuesta. Y la que insistía hasta ponerse realmente pesada. A veces incluso tenía que hacerle chantaje. “O me sacas a dar una vuelta o te pasas el fin de semana a pan y agua, vamos, que no me catas”. Por eso cuando llegó de trabajar y le dijo “Anda, ponte guapa que te voy a llevar al cine”, se quedó plantada en medio del comedor, con los platos a medio guardar y mirándole con los ojos muy abiertos. “Pero si es miércoles”, solo atinó a decir. “¿No te quejas siempre de que soy un muermo? Pues hala, para que veas. ¿Acaso no quieres ir?”. “Sí, sí, me cambio en un pispás”, dijo ella, mientras desaparecía por el pasillo a toda velocidad, no fuera que se arrepintiera

No tenía la más mínima intención de desaprovechar una oferta como esa. Pero eso no quitaba que le pareciera raro. “Bueno, y qué vamos a ver”. “Sorpresa, sorpresa. Tendrás que fiarte de mí”. No se fiaba, al menos no demasiado. Amaba a su marido, peo sabía que sus dotes como seductor eran limitadas. Sin embargo, decidió seguirle el juego. “Está bien, me fiaré”. Y se colgó de su brazo para corroborar sus palabras. Fueron dando un paseo. Soplaba una suave brisa y se adivinaba la cercanía de la primavera.

“¿Bueno, me vas a decir ya cómo se llama la película?”, le preguntó una vez acomodados en las mullidas butacas de la penúltima fila. “El próximo año, a la misma hora. Es una película antigua. Es que ponen un ciclo.” Eso fue la segunda cosa extraña. A su marido le gustaban las películas de acción y ese título sugería más bien una comedía. ¡Y una película antigua! La verdad es que no sabía muy bien qué pensar. Pero decidió relajarse y disfrutar de la inesperada velada.

Lo tercero fue la película en sí. Le bastó ver media hora de la cinta para que se le subiera la mosca a la cabeza. Iba de un hombre y una mujer que tienen una aventura extramatrimonial y que deciden volver a verse todos los años en el mismo sitio y a la misma hora. ¡No daba crédito! ¡No podía ser una casualidad! Miró a su marido con el rabillo del ojo. Parecía tranquilo. Aun así empezaron a sudarle las manos. No, no podía ser una mera coincidencia. Era todo demasiado calcado.

Había ocurrido sin buscarlo. Su marido se negó a ir con ella a la boda de una amiga. “No tengo la culpa de que se case en domingo y en el quinto pino”. Discutieron. Ella decidió ir sola. En su mesa había un chico de su edad. Venía por parte del novio y también estaba casado. Para cuando llegaron los postres, varias copas de vino más tarde, tontearon un poco. Él la sacó a bailar. Terminaron en su habitación del hotel. Fue una noche de pasión desenfrenada. Por la mañana compartieron desayuno y algunas confidencias. Justo antes de regresar de nuevo a sus respectivas vidas, a ella se le ocurrió una idea y la soltó. “Me he sentido muy a gusto. El año que viene podríamos repetirlo. Podemos quedar aquí mismo. Justo dentro de un año”. Habían pasado ya 10 años. Ni él ni ella habían faltado ni una sola vez a la cita.

Women Talking (2022, de Sarah Polley) Por Luigi De Angelis Soriano

Sarah Polley, directora, guionista, actriz, autora de relatos breves. Su libro de cuentos autobiográficos Run Towards the Danger: Confrontations with Body and Memory es un recorrido por las historias que han formado a la mujer y artista polifacética que conocemos hoy. Un valioso testimonio de verdades que duelen, pero también de momentos plenos de esperanza y amor. En lo que respecta a su carrera actoral, cómo olvidarla en su papel de la misteriosa sobreviviente de una terrible tragedia en The Sweet Hereafter (1997, de Atom Egoyan). Cómo pasar por alto sus creaciones de mujeres aparentemente frágiles pero con gran fortaleza en los dramas de Isabel Coixet My Life Without Me (2003) y The Secret Life of Words (2005). En su faceta de directora y guionista nos regaló Away from Her (2006), adaptación de un cuento de la exquisita Alice Munro. Drama delicado y a la vez lacerante sobre una pareja de adultos mayores enfrentando la brutal llegada del Alzheimer. Mi admiración y respeto por el trabajo de Sarah Polley ha sido continuo a lo largo del tiempo, motivo por el cual he disfrutado genuinamente la oportunidad de asistir al estreno de su última película, Women Talking (2022), y al conversatorio con la mismísima Sarah en persona después de la proyección.

Women Talking, basada en la novela homónima de Miriam Towes, inicia con la advertencia de que se trata de un ejercicio de imaginación femenina. Este detalle es importante porque Polley presenta la historia como una fábula, decisión creativa que confirmó en el conversatorio. El film se centra en un grupo de mujeres menonitas discutiendo democráticamente sus destinos. Todas han sido víctimas de abuso sexual por parte de hombres de su comunidad religiosa. Las violaciones han sido sistemáticas, con la ayuda de drogas y aprovechando la ignorancia generalizada. Los hombres les han dicho que los efectos de las violaciones han sido obra de demonios noctámbulos o producto de su febril imaginación. Cuando los agresores han sido descubiertos por dos niñas que los han observado actuar durante la noche, la comunidad es sacudida y la policía interviene. Todos los hombres adultos dejan a las mujeres solas por dos días indicando que a su regreso deben perdonar a sus violadores. Si no los perdonan deberán salir de la comunidad, lo cual significa, entre otras cosas, la condena eterna de sus almas.

Sí, el punto de partida es construido bajo una premisa poco verosímil. Es difícil creer que en una organización religiosa donde las mujeres son severamente controladas por los hombres, éstas van a tener un espacio de autodeterminación como el que les es dado. Es todavía más difícil imaginar que mujeres analfabetas que nunca han salido de los límites de su comunidad puedan verbalizar complejos argumentos en torno al problema que les ocupa y hacerlo con sofisticación en un entorno democrático. Es allí cuando, en la medida de lo posible, conviene utilizar la advertencia inicial y leer el film como un ejercicio de imaginar un encuentro de mujeres diversas tratando de arribar a condiciones que les permitan recuperar el dominio de sus cuerpos y levantar su voz. Es un ejercicio de imaginar los cimientos de un nuevo orden donde la educación surge como una herramienta para que los hombres y mujeres de las futuras generaciones puedan convivir mejor y una religión basada en el amor prevalece. Estos enunciados son propuestos principalmente por Ona (Rooney Mara), quien espera un bebé producto de la violación de la que ha sido víctima mientras dormía. Ona es más un catalizador espiritual que una mujer real. Sus beatíficas sonrisas, profundas miradas y delicadas posturas evocan a una Madonna impoluta. Su discurso está marcado por un fuerte idealismo que nace de su fe en una posibilidad que para otros personajes parece una locura.

La película también muestra personajes elaborados bajo parámetros más realistas. Los más destacados son Salome (Claire Foy) y Mariche (Jessie Buckley), quienes representan posturas opuestas en esta asamblea de mujeres. Salome señala que el perdón es imposible, que las mujeres deben abandonar la colonia y que, si deciden quedarse, ella se vengará y matará a los violadores. Mariche es escéptica con relación a la partida, siembra la duda sobre si los hombres que han sido capturados son realmente los culpables de las violaciones y medita sobre la separación radical de todo lo que conocen si deciden abandonar el que ha sido su único lugar desde siempre. En mi opinión, estos dos personajes confieren credibilidad a la situación en la que se encuentran las mujeres en la historia y revelan la complejidad que acompaña toda discusión en torno a la violencia de género. Por supuesto, contribuyen en buena medida las extraordinarias interpretaciones de Jessie Buckley y Claire Foy, quienes con su elocuente expresión corporal e intensas expresiones faciales consiguen revelar a las mujeres detrás de los postulados, al ser humano detrás de la idea. Ambas tienen momentos de rutilante grandeza, con monólogos y acercamientos de cámara que dinamizan la discusión.

El film cuenta con una hermosa cinematografía obra de Luc Montpellier, cuyos créditos incluyen Away from Her y la luminosa Cairo Time. Debido a la importancia que Sarah Polley confiere a la poesía de las imágenes en esta película, el aporte de Montpellier es medular. Los brevísimos flashbacks que muestran a las mujeres en los momentos en que despiertan y descubren las señales de abuso son presentados con tonalidades grises que evocan el horror de la situación. La opacidad en el granero donde las mujeres se reúnen para hablar contrasta con la apertura y el verdor del campo donde los niños y niñas juegan juntos, todavía en un estado de inocencia. La luz dorada que ilumina la caravana de mujeres que se forma al final del film sugiere una luz de esperanza, aun cuando lo que les depara es incierto. Horror, inocencia, esperanza son algunas palabras clave que dan forma al film tal como lo ha concebido Sarah Polley. La película tiene varios momentos abiertos a la lectura de la audiencia, ante los cuales Polley manifestó que ella apuesta por la interpretación más optimista posible. De igual manera, consciente del carácter sombrío del tema que ha decidido tratar, la directora salpica algunas gotas de humor a lo largo del metraje que refrescan al espectador y permiten observar a las mujeres como seres humanos que no se pueden reducir únicamente a su experiencia como víctimas de abuso sexual. Cada una es mucho más que sus circunstancias y el film contiene la humanidad necesaria para reconocer esa complejidad.

Con la inteligencia y sensibilidad de Sarah Polley, una historia que resuena de forma potente con la visibilidad que ha adquirido el abuso sexual como problema estructural, actuaciones memorables y una presentación del tema que facilita la discusión en diversos foros, Women Talking es un film que merece ser materia de largas y envolventes conversaciones.

 

 

 

 

«Humor y autoría»: Luigi de Angelis escribe sobre tres audaces cineastas

Por Horacio Otheguy Riveira

Un muchacho escapa de rutinas felices, de gozosos escalamientos intelectuales a temprana edad, y cuando se topa con carencias, frustraciones, golpes dolorosos, encuentra en el cine un mundo con vida propia, diferente a la suya, y con extraña capacidad de acercarle a todos los ámbitos de la literatura, entrando así en un jardín donde fluyen fuentes fascinantes a través de la literatura, tanto arropado por ficciones, como por el academicismo enciclopédico… y así se forja una personalidad, “casi sin darse cuenta”, viviendo, leyendo, viendo, acrecentando una capacidad de observación que le lleva a diferentes partes del mundo desde su origen en Guayaquil, Ecuador, viendo teatro en Broadway, Quito o Buenos Aires, y estudiando en muy diversos lugares, siempre contando con dos hermanos muy influyentes: su talento y su perseverancia porque todos sus estudios fueron, y son, fruto de becas muy selectivas. Un  niño, un muchacho, un hombre.

Abreviado perfil de Luigi De Angelis Soriano, presente ahora como autor de su primera publicación, un ensayo muy original galardonado en justicia. La edición corresponde al Departamento de ciencias sociales y humanidades de la muy prestigiosa Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Y en ella el amante del cine ha volcado su pasión con un original aporte ensayístico sobre tres personalidades femeninas y aspectos que van de lo sociológico a lo filosófico con el cine como una gran pantalla donde el entretenimiento de millones de personas no excluyen en absoluto la posibilidad de reflexionar sobre profundos aspectos, así como también sobre la algarabía contradictoria de la vida cotidiana.

«Recuerdo cuando era muy joven y veía películas en los canales de televisión pagada. Pocas veces llamaba mi atención la programación del horario estelar, por lo que mis recuerdos se remontan a una época en la que básicamente madrugaba para encontrar algo que me interesase. Así, entre otras cosas, un buen día vi My American Cousin (1985, de Sandy Wilson). Se trata de una película especial, no muy conocida, con una sólida recreación de la década de 1950 y un tono afable, anecdótico y natural. Probablemente fue una de las primeras películas dirigidas por una mujer que vi. A ésta le siguieron otras obras que fueron poco a poco despertando mi interés en el cine dirigido y escrito por mujeres, algunas de ellas son The Virgin Suicides (1999, de Sofía Coppola) y Holy Smoke (1999, de Jane Campion). Aunque cada película era diferente, había algo en su visión que me enganchaba, quizás era la novedad de mirar desde otro ángulo, poniendo atención a otras cosas.

Ya en aquella época podía reconocer que había algunos aspectos comunes en la mirada desde lo femenino, pero también que no todas las directoras, sólo por el hecho de ser mujeres, compartían temáticas, estilos o modos de aproximarse a sus sujetos y objetos de interés. Cuando se reconoce que existe esta diversidad de posibilidades, es viable que el receptor perciba si no la presencia de un sujeto real, al menos una noción abstracta de autora que deja huellas en su producción.

Este reconocimiento sugiere que la búsqueda de la autora es un ámbito de estudio que favorece una toma de consciencia sobre la experiencia subjetiva. Pero además en mi investigación incluyo otro elemento: el género. Aunque en el imaginario colectivo el personaje del autor viste ropa de hombre, he decidido desde el principio aludir a su cariz femenino. De este modo, al nombrar a la autora, lo que propongo es subrayar un cúmulo de experiencias en las que la actividad creativa y el género se entrelazan como hilos que tejen una identidad ejercida desde fuera de la apuntada generalización».

Con este punto de partida, en un proceso de literatura muy ágil, cautivador, vamos entrando en el meollo del libro, es decir, en el eje que interesa al autor y da título al volumen: Humor y autoría en el estilo de tres creadoras como la libanesa, también actriz Nadine Labaki (1974), la neoyorquina Nicole Holofcener (1960) y la actriz, guionista y directora californiana Greta Gerwig (1983). «Desde diferentes contextos socioculturales, las tres utilizan el humor para matizar sus narrativas y planteamientos estilísticos, conduciendo al espectador a ese momento de identificación espontánea con presencias autoriales determinadas».

 

Nadine Labaki junto al cartel de Caramel, film que transcurre «en la Beirut contemporánea, donde cinco mujeres tienen como punto de encuentro el colorido salón de belleza Si Belle. Layale (Nadine Labaki) es la dueña del salón y mantiene un romance con un hombre casado. Nisrine (Yasmine Al Massri) es musulmana y está a punto de casarse, pero guarda un secreto. Rima (Joanna Moukarzel) lidia con el descubrimiento de su orientación sexual, le atraen las mujeres. Jamale (Gisele Aouad) es una actriz de comerciales que se resiste a envejecer. Rose (Sihame Haddad) es una costurera que cuida de su hermana con demencia senil. Los hombres aparecen poco en la narrativa de Caramel, pero el más notable es Youssef (Adel Karam), un agradable policía de tránsito perdidamente enamorado de Layale.

Nicole Holfcener, guionista y directora de Please Give.

La trama de Please Give tiene lugar en Manhattan. En la forma de un retablo costumbrista, cinco mujeres mantienen relaciones vecinales en un edificio. Kate (Catherine Keener) –en compañía de Alex (Oliver Platt), su marido– es la propietaria de una exclusiva tienda de muebles que obtiene la mercancía comprando a bajo costo los bienes de gente recientemente fallecida. Empieza a plantearse dilemas éticos a partir de su modo de vida. Abby (Sarah Steele), hija de Kate, tiene problemas para aceptar su cuerpo. Rebecca (Rebecca Hall) es una radióloga tímida con cierta dificultad para encontrar una relación afectiva. Mary (Amanda Peet), hermana de Rebecca, es una atractiva cosmetóloga cuyas inseguridades se han agudizado. Andra (Ann Guilbert); abuela de Rebecca y Mary, vecina de Kate, es una anciana huraña, incapaz de decir una palabra amable. Un sexto personaje femenino importante es la señora Portman (Lois Smith), paciente de la clínica donde trabaja Rebecca.

 

«Lady Bird se desarrolla en Sacramento, California. Al modo del género coming-of-age, explora el crecimiento psicológico y moral de una adolescente cuya vida es mostrada en relación a su entorno familiar, estudiantil, social y amoroso». En la foto, su protagonista Saoirse Ronan. Detrás, la directora Greta Gerwig, indicando detalles de una secuencia.

Para terminar esta breve crónica introductoria de un libro valioso en aportes y sugerencias, Luigi de Angelis Soriano nos deja con una espléndida metáfora que plasma su homenaje a las cineastas con ilusión de espectador agradecido, hacia estas creadoras singulares:

Mientras pensaba en los temas que he abordado siempre tuve presente una analogía con relación a Nadine Labaki, Nicole Holofcener y Greta Gerwig. He pensado en manos de mujer moldeando arcilla, la piel tocando el material, dándole forma, creando figuras con las yemas de los dedos, implicando su cuerpo, dejando su marca en la masa que con talento, trabajo y delicadeza se convierte en una obra capaz de cobrar sentido en la mirada y en el cuerpo del espectador. De este modo, siento que Caramel, Please Give y Lady Bird reflejan este tipo de trabajo artesanal, dejando en las obras las pistas necesarias para identificar a las cineastas.

Luigi De Angelis Soriano tiene varios perfiles, además de su pasión por el cine. En la actualidad es Candidato a doctor en literatura comparada en Western University (Canadá). Ha obtenido Master en Literatura comparada: estudios literarios y culturales por la Universidad Autónoma de Barcelona. Master en derecho civil y procesal civil por la Universidad Técnica Particular de Loja. Licenciado en educación con mención en inglés por la Universidad Técnica Particular de Loja. Abogado por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.

En estas páginas pueden encontrarse relatos y crónicas cinematográficas en las que desenvuelve con solvencia sus dotes literarias y variados conocimientos cinematográficos, desde la doble perspectiva del gozoso espectador y el feliz analista.

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Algunos de sus textos:

El dulce porvenir, de Atom Egoyan

Carol, de Todd Haynes

Voces (relato inspirado en un cuadro de Remedios Varo)

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La noche americana de Truffaut Por Horacio Otheguy Riveira

 

Se llamaba François Truffaut y empezó siendo un niño que se escapaba de todas partes para ir al cine, donde el mundo le hablaba al oído con voces más verdaderas, susurros femeninos y piernas de seda: aventuras de quien sería el hombre que amaba a las mujeres y les rendía permanente homenaje, también dolorosos desplantes, también simpáticas situaciones de flaqueza masculina, también besos robados, también celos compulsivos, también sabiduría propia y ajena que le permitió dejar por un rato su propio universo y acercarse al de Ray Bradbury y descubrir que bajo la potencia del Fahrenheit 451 los libros arden mejor y entre sus llamas es capaz de surgir con fuerza el amor de la preciosa inglesa Julie Christie y el apuesto alemán Oskar Werner para fugarse de la quema y memorizar las mejores historias de la literatura.

Muy joven aún, Truffaut publicó la primera gran entrevista a Alfred Hitchcock (El cine según Hitchcock), hasta entonces despreciado por la crítica que no consideraba artísticos ciertos géneros por “comerciales” (léase terror, intriga, policiaco). Pero ahí estaba el estudioso del cine para ir a todo tren con la ansiedad que le caracterizó siempre, saltando de un tema a otro, de un amor a otro amor en lo personal, pero también en su búsqueda de razones y miradas, de armas con las que luchar en una existencia que quizás, en su interior, preveía corta. De hecho, en 1984 lo expulsó para siempre de los estudios de cine un derrame cerebral con sólo 52 años, y un montón de películas tan valiosas a sus espaldas que Steven Spielberg le invitó a participar como actor en su primer juego de ciencia-ficción Encuentros en la tercera fase.

Para entonces François había dirigido obras ya consideradas magistrales. En algunas fue también protagonista, con escasos matices sobre su habitual expresión anhelante y sorprendida, en otras fue actor secundario o extra que pasaba por ahí. Un entusiasta exigente que tenía prisa por descubrir mundos y compartirlos con la mayor cantidad de gente posible.

Entre sus títulos más notables sobre los que podría escribir largo y tendido: Los cuatrocientos golpes, Disparen sobre el pianista, Historia de Adele H, Jules et Jim, La piel suave, La piel dura, La novia vestía de negro, Domicilio conyugal, El pequeño salvaje, La mujer de al lado… y La noche americana, la película de 1973 que recibió un Oscar, lo que le permitió iniciar una nueva fase a toda su producción con mayor distribución internacional.

Una película en la que él mismo interpreta al director inseguro, cambiante, feliz como un niño, angustiado como un adolescente, trabajador incansable como un adulto que sabe lo que quiere, y nuevamente un niño fascinado por los personajes y los actores que tiene que poner en marcha un realizador de cine.

Un hombre de cine que ha de saber jugar con las torpezas de los actores veteranos que tiemblan ante el paso del tiempo, la sensualidad de las jóvenes actrices, los devaneos de todos con todas y la esperanza que cada uno tiene de que La noche americana (ese artilugio por el que se recrea una noche para ser filmada a plena luz del día) pueda expandirse con encanto en su propia vida, entre las sábanas de sus propios sueños.

Una película emocionante y divertida que es muchas cosas más, que funciona como una piñata que al romperse despliega un sinfín de golosinas para los amantes del cine: una reflexión apasionada que para hacerse posible tuvo que lograr un equilibrio matemático (con una inspiradísima banda sonora de Georges Delerue): equilibrio prodigioso entre la comedia y el drama, entre el humor ligero y la inseguridad de sus personajes (también espectadores), acerca del oficio de hacer películas, del arte de contar historias, de la dificultad por hacerlas verosímiles, de buscar la comprensión y la emoción de la gente.

Alejado siempre de todo afán discursivo y aleccionador, alejado siempre de la menor pedantería, François Truffaut —con su gran conocimiento del cine en las venas—, nos regala un eterno presente con el que nos homenajea a todos sin distinción, y una vez más, esgrimiendo una obsesión que ya estaba en su primera película y que aquí reaparece con una secuencia memorable y onírica que tal vez sea la que mejor resume la película: el director de la película dentro de la película duerme sueños agitados, cada jornada es un hándicap para sacar adelante el film dentro de los implacables límites que impone el productor. En su ajetreado dormir se reencuentra con el pasado en blanco negro, cuando de niño robaba por las noches los carteles de un cine donde se proyectaba Ciudadano Kane.

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Hace 25 años Por Luigi De Angelis Soriano

Los años transcurren, la nostalgia toma cuerpo y la frase “parece como si hubiese sido ayer” ya no es una exageración. Reflexionar sobre el cine de hace 25 años significa revivir experiencias que me transportan a mis primeros días como cinéfilo. Se reproduce mágicamente el olor de las viejas páginas de mi edición de bolsillo de Notre-Dame de Paris, de Víctor Hugo, novela que sirvió de base para The Hunchback of Notre Dame, de Gary Trousdale y Kirk Wise, una lúgubre y admirable sorpresa en el canon de Disney. El fuego y la oscuridad de la escena en la que Juliette Binoche descubre las pinturas que decoran los muros de una iglesia derruida en The English Patient dan vida a una preciosa ilusión. También hacen acto de presencia frases que deberían ser más conocidas, como cuando, en Beautiful Girls, Timothy Hutton pregunta: “Can you think of anything better than making love to an attractive stranger?” y Uma Thurman sabiamente responde: “Going back to Chicago. Ice cold martini. Van Morrison.” (1)

 

_____________ (1) Timothy Hutton pregunta: “¿Puedes pensar en algo mejor que hacer el amor con un extraño bien parecido?” y Uma Thurman sabiamente responde: “Volver a Chicago. Un martini bien frío. Van Morrison.”______________

 

La efectiva comicidad del gran Robin Williams en The Birdcage emerge como un recuerdo divertido… pero triste también, pues él ya no está con nosotros y es muy fácil echarlo de menos. Para honrar su memoria, bailamos luciendo vistosas coronas de plumas al ritmo de “We Are Family”. Así, de forma un tanto caprichosa, reaparecen palabras, escenas y rostros. 

 

El amor es un lenguaje, así lo demuestran el envejecido músico checo Louka (Zdenek Sverák) y el niño ruso (Andrey Khalimon) cuyo nombre da título al film Kolya, de Jan Sverák. Los colores rojo y marrón predominan en escenas delicadamente compuestas. El derruido apartamento de Louka, la tierna mirada de Kolya, una relación que se desarrolla sin palabras porque el adulto no habla ruso y el niño no habla checo, forman un conjunto inolvidable que nos invita a reflexionar sobre los dramas de gente anónima que vive el día a día. La película está ambientada durante la inminente caída del régimen soviético y su influencia en la extinta Checoslovaquia a finales de los 80. La mirada fílmica enfatiza lo íntimo, humano y universal a partir de personajes que tratan de hacer lo mejor que pueden y eso motiva la identificación con aquello que en un principio parecía lejano en tiempo y espacio. La ausencia de cinismo de esta película es refrescante y quizás es lo que nuestra mente necesita aquellos días en los que el cielo está más gris de lo habitual. Kolya brinda esperanza. 

 

Era bastante joven cuando vi una y otra vez Secrets & Lies, de Mike Leigh. En Inglaterra, años 90, Hortense (Marianne Jean-Baptiste), una optometrista negra criada por padres adoptivos ya fallecidos, contacta a su madre biológica, Cynthia (Brenda Blethyn), una mujer blanca que gana su ajustado salario en una fábrica de cajas de cartón. El negro y el blanco trascienden los tonos de piel de estas mujeres y pasan a expresar aspectos más profundos sobre el encuentro de dos mundos opuestos. Jean-Baptiste y Blethyn crean momentos vívidos, con aquella conmovedora autenticidad que caracteriza el método de improvisación y ensayo del realizador Mike Leigh. De igual modo, Timothy Spall y un elenco de sólidos secundarios responden con precisión a las demandas del material. Como su título vaticina, el drama se construye en torno a los prolongados silencios que esconden algo más. ¿Quién no ha mentido?, ¿quién no ha guardado un secreto? El film interroga, pero no juzga; es una obra de profunda inteligencia, compasión y humanidad. La repetiría mañana, pasado mañana y así sucesivamente.

 

En el texto “El pintor de la vida moderna”, Charles de Baudelaire destaca la labor del artista capaz de consolidar en su obra la esencia de sus días. En el campo del cine, Nicole Holofcener es una directora que ha demostrado encomiable habilidad para crear cápsulas del tiempo. Su primer largometraje, Walking and Talking, nos transporta a 1996 de un modo divertido, a través de personajes que reflejan la realidad y los valores de una época. Amelia (Catherine Keener) trabaja en la sección de anuncios de un periódico, Bill (Kevin Corrigan) es el dependiente de una tienda donde se alquilan películas en VHS, Andrew (Liev Schreiber) se gasta un dineral en conversaciones eróticas por teléfono fijo y Laura (Anne Heche) guarda un diafragma en el baño… formas de vida y comportamientos que nos remontan 25 años atrás. Walking and Talking es un cálido y colorido retrato de la generación X que suelo recomendar a cada persona con la que hablo; no sólo por la visión de Holofcener, la espléndida interpretación central de Keener, y la inevitable nostalgia que provoca; sino porque sus temas principales–amistad, compromiso, inseguridades–resuenan de forma permanente. 

 

Conocer Finlandia era mi sueño desde que era un niño y, hasta el día en el que finalmente lo hice realidad, el cine fue un medio que me permitió acercarme a este país que me resultaba tan atractivo y peculiar. Esto me lleva a comentar Kauas pilvet karkaavat (Nubes pasajeras), de Aki Kaurismaki, una comedia dramática tan finlandesa como universal. El efectivo humor “deadpan” de Kaurismaki aprovecha la singular economía gestual y verbal de los personajes que integran la sociedad que su obra refleja. Ilona (Kati Outinen) y Lauri (Markku Peltola) son una pareja nórdica a la que la vida, de un momento a otro, empieza a tratar con dureza. Recientemente desempleados, sin dinero y demasiado orgullosos para recibir cheques del gobierno, se ven inmersos en una tierna, rara e hilarante aventura por la supervivencia. La película es una canción de amor al espíritu humano, una obra que celebra el optimismo de aquellos capaces de ver el vaso medio lleno. Aunque es indudable que hay elementos muy característicos de la cultura finlandesa presentes en el desarrollo del film, también es evidente que su mensaje puede tocar el corazón de todos quienes hemos sido Ilona y Lauri alguna vez. 

 

The Portrait of a Lady, de Jane Campion, fue criticada por no ser “fiel” a la novela de Henry James en la que está inspirada y por ofrecer una mirada “fría” a personajes que no son “agradables”. Estos argumentos son insuficientes. La película demuestra la habilidad de Campion para leer material de finales del siglo XIX de manera creativa. Además de ser un interesante ejercicio de reescritura, el film es indiscutiblemente cinemático, de modo que elementos como la cinematografía de Stuart Dryburgh y el diseño de vestuario de Janet Patterson generan placer visual y sugieren la esencia de cada personaje y los temas de la película: el encuentro de la ingenua protagonista americana, Isabel Archer (Nicole Kidman), con una Europa seductora; el contraste de su deseo de independencia con la naturaleza dominante de su marido, Gilbert Osmond (John Malkovich); y la ambigüedad de las maquinaciones de su falsa amiga, la Madame Serena Merle (Barbara Hershey). Kidman proyecta una vulnerabilidad convincente. Malkovich se regodea en el papel de villano sofisticado. Hershey conecta los elementos de la trama con una maestría inigualable; todavía recuerdo cuando confiesa su maldad y en ese momento deja ver de forma simultánea a una villana decadente, a una víctima y a un ser humano. Una refulgente gema escondida.   

 

En los años 90, el cine comercial y los clásicos de la literatura mantenían un apasionado idilio. En 1996 dos fascinantes obras que ejemplifican este fenómeno compartían, además, un elemento singular: la presencia de Kate Winslet. La joven actriz  británica fue Ofelia en Hamlet, basada en la tragedia de William Shakespeare; y Sue Bridehead en Jude, basada en la novela Jude, the Obscure, de Thomas Hardy. Aunque la parte de Sue es más sustancial que Ofelia, Winslet está extraordinaria en ambas, demostrando que su éxito el año anterior; en Sense and Sensibility, de Ange Lee; no fue un golpe de suerte. Además de haber sido una especie de vitrina para el descomunal talento de Winslet, ambas películas son excelentes adaptaciones. Hamlet es espectacular, con un diseño de producción que emociona y una sorprendente fluidez que mantiene entretenido al espectador durante cuatro horas. Kenneth Branagh, como director y actor principal, proporciona energía y colorido a la obra, rindiendo un apasionado homenaje a su admirado Shakespeare. Jude es un drama tan emocionalmente complejo como su argumento sugiere: dos primos, cada uno casado con otra persona, están resueltos a dejar a un lado los convencionalismos para dar rienda suelta a sus deseos y vivir la aventura romántica que anhelan juntos. Winslet junto a Christopher Eccleston forman la pareja central perfecta para este drama que nos invita a reflexionar sobre el rechazo social como precio de la libertad de amar sin complejos. 

 

Finalmente una policía embarazada aparece. Habla con marcado acento de Minnesota. Es intuitiva, competente, extremadamente cordial y bienintencionada. Es la sheriff Marge Gunderson (Frances McDormand), un personaje que redefine todos los presupuestos sobre “el héroe” cinematográfico. McDormand es, desde luego, un espectáculo en el papel principal. La cinta es una sofisticada y original entrada en la filmografía de los hermanos Ethan y Joel Coen, con un guion repleto de giros, situaciones absurdas y un amplio registro de humor que va desde imaginativos diálogos hasta escenas marcadas por lo grotesco (mira cómo termina el personaje de Steve Buscemi). La fotografía de Roger Deakins confiere elegancia y belleza a esta visión del Midwest estadounidense efectivamente plasmada en un hilarante cuento de crimen y enredo. La cinta es Fargo, una fascinante historia en la que todo lo malo que imaginas que podría suceder termina sucediendo. 

Así mis recuerdos del año 1996 se van desvaneciendo poco a poco, pero dejando entrever que reaparecerán… así son las memorias cinéfilas. Janeane Garofalo anda en patines y descubre la verdad acerca de los gatos y los perros; Tom Cruise se embarca en misiones imposibles; Ewan McGregor desaparece en la profundidad de un retrete; hay algo de Jane Austen y un poco de Lars von Trier. Una sonrisa se dibuja en mi rostro porque los recuerdos son felices. Ha sido un viaje en el tiempo que ha valido la pena. 

Destroyer: belleza y agonía Por Luigi De Angelis

Comparar el trabajo de un cineasta relativamente joven con el de viejos lobos de mar a veces redunda en hipérboles fastidiosas que empobrecen la crítica. Sin embargo, también ocurre que la comparación justa y bien hecha añade deliciosos matices al proceso de apreciación de una obra. Aquí, en particular, es cuestión de sinceridad y mérito. Destroyer, la nueva película de Karyn Kusama, me recuerda la mirada incisiva de Sidney Lumet en Before the Devil Knows You’re Dead (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007), la elegante solvencia de Michael Mann en Collateral (2004) y el decadente retrato creado por Martin Scorsese en su infravalorada Bringing Out the Dead (Al límite, 1999). Sí, mientras escribo pienso lo que quizás tú también piensas… ¿cómo no ser consciente de que mencionar a Lumet, Mann y Scorsese en una misma oración es cosa tremenda? Quizás mi franco sustento es que Destroyer es eso: una cosa tremenda, una que, además de las formidables referencias cinematográficas que evoca, sobresale por sí misma.

Karyn Kusama realiza un excelente trabajo integrando los diferentes elementos de la película para construir un todo con personalidad definida y compleja. La realizadora está consciente de que a través del lenguaje cinematográfico crea un mundo particular. Así surge una desoladora visión de Los Ángeles, con un calor que abrasa, ambientes decadentes, fachadas derruidas, predicadores, skaters, junkies y muros cubiertos de arte urbano. Esta ambientación es suelo fértil para que germine un film noir contemporáneo de notable intensidad e imponente acabado visual. La música de Theodore Shapiro (compositor versátil al que le he seguido la pista después de algunos aciertos en el cine comercial) y la fotografía de Julie Kirkwood contribuyen de forma potente al juego entre lo mundano y lo místico. El aura de la película es de una amargura y un gris latentes con inusitados destellos de ternura y color. Nada es accidental, las escenas nacen de una serie de decisiones que rezuman profesionalismo.

Karyn Kusama (San Luis, EEUU, 1958) en un momento del rodaje con Nicole Kidman (Honolulu, Hawai, EEUU, 1967).

El guión de Phil Hay y Matt Manfredi desarrolla una historia que no resultará en lo absoluto extraña para el público, pues su catalizador es un tema que ha inspirado innumerables obras literarias, teatrales y del film noir: la venganza. No obstante, la película propone una perspectiva dinámica e interesante con relación a este tema, entrelazándolo con otros aspectos complejos. De este modo, abarca las consecuencias de la tragedia y ofrece una reflexión sobre un amor maternal que lucha por emerger en condiciones marcadas por un pasado de peso inconmensurable y la ausencia de futuro.

La película se centra en Erin Bell (Nicole Kidman), una detective de Los Ángeles que a lo largo de un día se propone hacer lo posible por encaminar la vida de Shelby (Jade Pettyjohn), su hija adolescente, y ajustar cuentas con Silas (Toby Kebbel), el criminal que hace muchos años orquestó el trágico evento que acabó con la vida de alguien muy importante en su vida. La narrativa ofrece algunas sorpresas, con flashbacks de preciosa intimidad; algunos crudos, otros mágicos; y una vuelta de tuerca hacia el final que resulta efectiva para concluir el relato.

El hecho de que la película cuente con una directora y que su eje radica en un personaje femenino, sin duda confiere un aire de novedad a un género cinematográfico usualmente desarrollado desde una perspectiva masculina. En este sentido, uno de los aspectos más transgresores es su representación de la protagonista como una anti-heroína dañada y difícil que, a pesar de todo, evidencia suficientes características humanas para la necesaria conexión emocional. No quedan rezagos de la virgen vestal ni de la hetaira disoluta que ayuda al protagonista masculino o lo arrastra a la perdición, respectivamente, sino una mujer entera y contradictoria que es responsable de su propia condena y también de su redención. Este retrato tan complicado encuentra en su protagonista el talento acorde al reto.

Nicole Kidman; actriz capaz de acertar en la comedia negra (To Die For), conferir vitalidad a una letárgica fantasía masculina (Moulin Rouge!), lanzarse hacia las tinieblas para buscar el corazón del dolor (The Hours, The Rabbit Hole), utilizar su aparente fragilidad para construir un efecto sorprendente (Birth, Dogville) e incluso dar brillo a lo que en otras manos hubiese sido una representación maternal rutinaria (Lion); es el alma de Destroyer. Kidman es fuego y veneno, sus cicatrices sangran todavía, pero ya está acostumbrada. El cuerpo, la voz, la emoción… lo entrega todo para desarrollar una interpretación que es imposible de ignorar en su conjunto y que es todavía más maravillosa cuando se mira de cerca y se aprecia el detalle. Hay un complicado juego interpretativo impuesto por la estructura del guión, pero Kidman vence las dificultades representando a una mujer delicada y misteriosa en los flashbacks y otra dura e irremediablemente arrastrada hacia una debacle física y moral en la narrativa principal; jamás pierde cohesión ni consistencia. Sea realizando un pequeño y sucio favor sexual a cambio de información, en un memorable tiroteo en un banco o en una confrontación entre madre e hija de extraordinario poder emocional, la actriz cruza la línea de lo imaginable para regalarnos un estudio de apabullante precisión y penetrante intensidad.

Con una visión de autora, Karyn Kusama cumple con una promesa pendiente desde Girlfight, su enérgico debut en el 2000. Destroyer es un drama potente con esmerados recursos visuales y musicales que juega con elementos clásicos y contemporáneos del cine negro. Una tragedia moderna con una actuación central de Nicole Kidman para la que nadie estaba preparado. Una película que se agradece.

 

Raquel, Raquel (1968) Por Luigi De Angelis

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Con un presupuesto nada ostentoso, dirigida de forma sensible y pulcra por Paul Newman y protagonizada por su esposa, la siempre exquisita Joanne Woodward, Raquel, Raquel me parece un buen ejemplo de la clase de obra que nace de la constancia y la pasión por contar historias. En efecto, es una película que siempre logra involucrarme con la visión personal de su creador.

Intimista y humano, el drama que propone Newman es el estudio de un personaje definido por su contexto y su pasado. Raquel es una mujer de 35 años, soltera, maestra de escuela, introvertida y sexualmente reprimida. Su vida transcurre de manera sosegada en un pequeño pueblo en medio de flashbacks que muestran una niñez de represión emocional y fantasías intermitentes que denotan su ansiedad por experimentar el roce de su piel con la de un hombre y gozar del placer carnal.

Como generalmente ocurre en cintas cuyo interés radica en el análisis del personaje central, el aspecto interpretativo es crucial. En este sentido, Joanne Woodward cumple con una actuación deliberadamente lacónica y a la vez vívida, revelando las mejores aptitudes e instintos de una actriz capaz de imbuirse en su papel. Woodward hechiza con una interpretación que transmite ansiedad, temor, esperanza, soledad y reivindicación a través de miradas elocuentes y un dominio absoluto de la expresión corporal. De igual forma cabe destacar a Estelle Parsons en el papel secundario de Calla, la mejor amiga de Raquel, un sorprendente retrato progresista y simpático de una mujer lesbiana, algo poco común.

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Para su primera película como director Paul Newman consiguió montar una obra brillante. Raquel, Raquel es una cinta inteligente y madura que lentamente se erige como una rareza dentro del cine americano por su manera sensible y desprejuiciada de analizar la sexualidad femenina a partir del cúmulo de experiencias de una mujer común.

Magníficos borrachos Por Horacio Otheguy Riveira

El arte y el alcohol forman una pareja de gran creatividad y poderosa autodestrucción. Desde tiempos remotos estos extremos van unidos y persiste su cautivante influjo. Creadores que navegan en ingeniosos ríos de bebidas variopintas en busca de un estado ideal que a menudo conquistan en obras de ficción y fugaces episodios reales. Un mundo en el que el negocio de los fabricantes y comerciantes organiza día a día su fabuloso cocktail, a corto o largo plazo asesino; eso sí, advirtiendo que se beba con moderación.

El influyente néctar y la delirante poesía se entrecruzan, se adoran y repelen en busca de un eterno paraíso en numerosas historias presentes en la literatura, el cine y el teatro.

 

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No sé beber poco

Hay tanto y tan bueno para escoger que, ante la brevedad inevitable de un artículo, me dejo llevar por la mera memoria y el aroma de mi exquisita bebida on the rock junto al teclado (un Gimlet: ginebra, soda, licor de lima, la bebida característica del detective Philip Marlowe, creación del escritor Raymond Chandler).

Por ejemplo, la hermosa madurez de Catherine Deneuve en Place Vendome (1998). Allí su personaje —atribulada dama de joyero que la ingresa cada tanto en una clínica para desintoxicarla— reconquista su libertad una vez muerto su adinerado cónyuge. Se las apaña y lo consigue con exquisita lucidez. Pero en un momento de peculiar desequilibrio, un hombre la quiere convidar: ¿Un poco de vino?

Y ella responde: No sé beber poco, y rechaza la invitación. Y tampoco saben beber poco los personajes que recuerdo ahora: un puñado de buenos amigos tabernarios, a caballo entre la ficción y la realidad, en ese punto inquietante en que se confunden las obras maestras.

 Bebedor y santo

En 1939 —y en sólo 90 páginas—, Joseph Roth cerró su última obra, La leyenda del santo bebedor, una aventura de puro ensueño en el último día de Andreas Kartak, quien recorre situaciones ideales de amor, sexo, dinero y bebida hasta morir, como lo haría el propio autor días más tarde con sólo 44 años: un austriaco en París que ha dejado una obra muy rica (Confesión de un asesino, La cripta de los capuchinos, Job: historia de un hombre sencillo…), pero esta Leyenda del santo bebedor es una obra maestra en gran medida autobiográfica: Andreas avanza maravillosamente borracho en un contexto de notable ingenuidad religiosa y sexual: una apología del alcohol que le arropa y eleva hasta entregarle dulcemente a los brazos de la parca.

Y el autor sentencia: Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte. Al parecer su plegaria fue atendida, ya que, aunque muy enfermo, continuó escribiendo en bares, hasta que exhaló el último suspiro en uno de ellos.

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Parejas apasionadas

Joe Clay y Kirsten Arnesen forman una de las parejas de alcohólicos más atractivas del cine. Hay bastantes más, pero con el denominador común de una “extasiada” tragedia  final (Wanda y Henry —Faye Dunaway y Mickey Rourke— en Barfly; Ben Sanderson y Sera —Nicholas Cage y Elizabeth Shue— en Leaving Las Vegas…), en cambio, Joe y Kirsten son víctimas de una situación social mucho menos transitada en el arte: son simples mortales que se ven envueltos en la presión social de la copa ligada al trabajo, a las relaciones interesadas, luego llegan las oleadas de ansiedad, más tarde el vertiginoso intercambio de alcohol y deseo imperioso de recuperar la juventud perdida.

Se adoran, se divierten emborrachándose, se dislocan y se pierden. Causan estragos. Se desintoxican. Vuelven a caer, y en un momento determinado él toma la decisión de empezar de cero sin una gota encima, mientras ella llega a prostituirse para alcanzar una última ronda que siempre resulta insaciable.

Adaptada también al teatro, el éxito grande de la película se basó en gran medida en Jack Lemmon y Lee Remick: memorables protagonistas. Y una curiosidad: es el único drama de Blake Edwards, el divertido director de comedias como Cita a ciegas, Una cana al aire o la serie de La pantera rosa con Peter Sellers.

La revolución en curda

Moscú-Petushki o Moscú-Cercanías es una novela autobiográfica escrita por Venedikt Eroféiev (1938-1990): un borracho empedernido que realiza un viaje en tren para conquistar definitivamente a su encantadora novia, “la más deliciosa de las rameras”.

En el viaje conocerá a mucha gente, un periplo que tiene bastante en común con La leyenda del santo bebedor, aunque ningún parecido con aquel autor. Aquí, Venedikt es un rebelde al régimen soviético por estado de ensueño etílico, y lo más seductor de la obra queda para el final cuando —tras muchos momentos divertidos en compañía de un ángel, sin referencia mística alguna, que le protege de sucesivas desgracias— cae en las redes de un peculiar delirium tremens donde, en lugar de tortuosas alucinaciones con insectos que le acosan, lo que ve es a los líderes de la revolución comunista en mítines donde se vanaglorian del vodka a tal punto que ordenan que se regalen cajas enteras a la población. Una exaltación del alcoholismo en manos de un escritor que muere a los 52 años en un estado de embriaguez absoluto.

Una actriz cuesta abajo-cuesta arriba

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Gena Rowlands interpreta a Myrtle Gordon, en Opening Night (Noche de estreno, 1977). Una primera actriz de teatro se prepara para un estreno cuando vive una situación dramática ante una admiradora que muere en un accidente por perseguir su autógrafo. La diva escapa del teatro, deambula en estado de shock, le aterroriza cuanto vive, los años que pasan, su madurez; se replantea todo en unas horas alucinantes colgada de tanta cantidad de alcohol que todos temen que no asista al estreno esa misma noche, mientras el espectador se entera de que aquel accidente mortal no sucedió nunca, pero ha servido para que ella ponga su existencia boca abajo.

Finalmente, Myrtle Gordon llega al teatro borracha, con gran dificultad para mantenerse en pie, pero al acercarse al escenario se recompone y lleva a cabo una función espléndida ante un público más enamorado aún de ella. En cuanto acaba la representación y agradece los aplausos, cae exhausta.

Cuando a Gena Rowlands le preguntaron por su excelente interpretación contestó: “No tuve que esforzarme mucho. He trabajado con actrices más alcoholizadas que este personaje y que, sin embargo, en escena resucitaban recordando todo el texto y desempeñándose brillantemente”.

La propia Rowlands no bebió en su ya larga vida (hoy 90 años). Sí lo hizo su marido, el actor-director John Cassavetes, quien falleció a los 59 años, tras intensa adicción al tabaco y al whisky.

Dean Martin bajo el cielo del bourbon

La película de Gena brilla con luz propia y exhibe a una mujer muy bebedora con capacidad de recuperación, pero en general son historias reales o ficticias con finales trágicos, y la moraleja que despliegan suele ser fatídica. Una de las grandes excepciones fue Dean Martin, un cantante-actor excelente que apenas lució una décima parte de su talento, “felizmente” atrapado por las delicias de las bebidas de 40º.

Murió a los 78 años, aunque desde los 50 muchas veces le dieron por muerto. El acontecimiento más extraordinario lo protagonizó en un escenario completamente beodo, ante una sala llena de gente que le ovacionaba.

En aquella oportunidad adaptó un clásico y lo convirtió en himno a la borrachera. Se rió de sí mismo y en todo momento mantuvo su espléndida voz y dominio escénico, en un estado de felicidad etílica impresionante.

Hay que verlo deambular mareado sobre el escenario. Deja en el piano su vaso de bourbon, coge el micrófono y canta la letra de When you´re smiling (Cuando estás sonriendo) en una adaptación muy libre: When you´re drinking: Cuando estás bebiendohttps://www.youtube.com/watch?v=i3xPUOF0EwE

Cuando bebes el espectáculo te parece divino.

Cuando bebes mejora tu punto de vista.

Pero cuando estás sobrio, cuando estás sobrio, el cielo parece gris.

Cuando estás sobrio la vida asusta,

así que sigue bebiendo,

que eso es lo que más me gusta a mí.

 

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Mundos beodos, curdas, embriagados, ebrios, achispados…

Gente estupenda con momentos gloriosos y otros terribles, sobre todo para quienes estuviesen a su lado; en cualquier caso gente con enorme talento y un sinfín de historias mientras el mundo sigue flotando entre cubitos de hielo, y la mayoría de los bares de nuestros pueblos y ciudades destilan día a día, noche a noche, desde desayunos con su copa de licor a la penúltima de madrugada, invitando a persistir en la placentera amargura de viajar hacia un mundo imposible.

Safe (1995, de Todd Haynes): retrato de un día como hoy

Por Luigi De Angelis Soriano

El año 2020 marca el inicio de una década en la que la pandemia asociada al COVID-19 ha exigido a los seres humanos reconsiderar su relación con el ambiente y con las demás personas. Además, el uso de redes sociales para transmitir una miríada de mensajes a favor y en contra de la conservación del medio ambiente y el feminismo ha consolidado la importancia de estos dos temas en una serie de debates públicos que tejen un entramado infinito de intercambios de opinión, algunos mejor informados que otros. Al calor de estas circunstancias no puedo pensar en una película más pertinente que Safe (1995, de Todd Haynes) para reflexionar sobre nuestro aquí y ahora.

¿Curioso que un filme que cumplió 25 años en junio sea tan relevante hoy? No tanto… sobre todo cuando la relación del ser humano con el ambiente y la de la mujer con el patriarcado son problemas históricos cuyos atisbos de solución –como el sudario que teje Penélope en La Odisea– avanzan por la mañana y se deshacen por la noche.

Ambientada en California, año 1987, ofrece un retrato minucioso del período y desarrolla con una ambigüedad inquietante cuestiones que nos han interesado siempre, entre ellas el cuerpo y la construcción de nuestra identidad.

La película gira en torno a Carol White (Julianne Moore), una mujer de clase acomodada que vive junto a su marido Greg (Xander Berkeley) y su hijastro Rory (Chauncey Leopardi) en una residencia inmaculada en San Fernando Valley. Una leve tos anticipa desde la primera escena el declive inexplicable de la salud de la protagonista a lo largo de la película. A ello sigue una escena de sexo por completo anti-erótica en la que Carol –rígida e inexpresiva– da placer a Greg sin experimentar nada. El tono extrañamente tenue de su voz y la posición casi siempre al margen de los cuadros confirman de forma cinematográfica la naturaleza del personaje: una mujer sin voz ni identidad cuya vida transcurre de forma monótona entre clases de aerobic, dietas de frutas, cumplimiento de rol de “esposa trofeo” y la compra de muebles que hacen juego con la decoración de la sala.

La tos inicial se transforma en síntomas más intensos y violentos como dificultad para respirar, ronchas en el cuerpo, hinchazón y convulsiones, marcando la intolerancia de Carol hacia las sustancias químicas (y personas) que la rodean, así como la ruptura definitiva con el aséptico idilio suburbano en el que habita. Su marido y su médico de cabecera (Steven Gilborn) muestran un cierto grado de hostilidad y desconfianza hacia ella al no poder encuadrar los síntomas en la descripción de ninguna enfermedad conocida. La respuesta que ambos se plantean es que se trata de “histeria”. El deseo de comprender lo que sucede con su cuerpo lleva a la mujer a una comunidad de retiro llamada Wrenwood, en New Mexico, donde Peter Dunning (Peter Friedman), un hombre con “enfermedad ambiental y SIDA” lidera una especie de secta new age. En Wrenwood promueven la idea de que todos tenemos la culpa de nuestras propias enfermedades, con lo cual menudo peso recae sobre los hombros de la humanidad. La protagonista pasa de ser incomprendida para ser culpabilizada, proceso desarrollado de forma sutil que muestra de forma simbólica el conflicto de la mujer con estructuras patriarcales. Su búsqueda quizás no tenga fin.

Todd Haynes presenta la historia como un cuento de horror psicológico mostrando dos de las facetas que consolidarían su reputación como autor en lo sucesivo: meticulosa atención al tiempo y lugar y habilidad para manipular las convenciones de géneros cinematográficos conocidos. Por ejemplo, en Velvet Goldmine (1998) Haynes recrea una estilizada visión del glam rock británico de la década de 1970 maleando los elementos del musical y de la ficción biográfica. De igual modo, en Far from Heaven [Lejos del cielo] (2002) observa con minuciosidad las tensiones raciales y de clase en la Nueva Inglaterra de los años 50, utilizando las claves genéricas del melodrama.

En Safe el autor nos sumerge en la subcultura de bienestar de la élite californiana de los 80, integrando elementos como interiores decorados con una excesiva coordinación cromática, una conversación críptica que alude a la paranoia relacionada con el SIDA y la insistente presentación de material audiovisual vinculado a la estética y al discurso new age del cual, por ejemplo, Louise Hay emergería como un icono en aquella época. Adicionalmente, la película utiliza y a la vez subvierte las convenciones de las denominadas disease movies y de las women’s movies. Haynes manipula estas convenciones creando una pieza enigmática en la que la enfermedad nunca es comprendida y la mujer en el centro del relato es un criptograma impenetrable. El filme es siniestro, sugiriendo siempre la presencia de una amenaza invisible, arcana e imposible de aprehender mediante el lenguaje. ¿Qué es más estremecedor que aquello que nos puede aniquilar sin que lo podamos ver, comprender o nombrar?

Julianne Moore asume el reto imposible de dar vida a Carol White, un personaje enigmático. Siempre en los márgenes, frágil como un susurro y tenue al extremo de exasperar si no se tiene en cuenta que todo es parte del diseño de la película.

Esta mujer es tan inescrutable que incluso cuando la cinta está a punto de ofrecer información que le dé peso a la caracterización, la iniciativa queda como mera provocación y jamás revela lo que esperamos. Por ejemplo, durante un ejercicio en Wrenwood el instructor indica a los participantes que deben relatar a su compañero un recuerdo de la infancia. Carol permanece en blanco por un momento, balbucea y lo único que menciona es una vaga memoria: el papel amarillo que recubría las paredes de la habitación. Nada más. No obstante, su recuerdo es extrañamente vívido, su agonía es palpable, su incertidumbre y terror son completamente legibles ante la mirada del espectador, y su borrosa presencia es hipnótica. Es testimonio de la descomunal habilidad de Moore que veamos a esta mujer como una experiencia conmovedora y a la vez un irresoluto misterio que invita a pensar en lo que cada movimiento, gesto, mirada y reacción sugiere. La inteligencia de la actriz se manifiesta en sus claras y coherentes decisiones al momento de personificar a su personaje, especialmente la sostenida precisión vocal y física con la cual materializa las sensibilidades y abstracciones que la componen. Moore –en una actuación comparable a la de la insólita Gena Rowlands de A Woman Under the Influence (1974)– crea el indeleble retrato de una mujer específica y a la vez universal que se mete debajo de tu piel para tocar fibras íntimas.

Con una ambivalencia permanente y un final abrupto, la película sugiere muchos problemas sin plantear ninguna solución. De forma astuta pone todas las piezas del rompecabezas en la mesa del espectador, confiando en que éste discierna. En todo caso, la ambigüedad es uno de sus puntos esenciales, acompañada de la única certeza de que no hay nada cierto en el mundo. Con estas perspectivas es claro por qué Safe es un reflejo del sistema en el que vivimos hoy. Al igual que Carol White, estamos expuestos a sustancias que nos envenenan y a un ambiente contaminado. Alergias, formas de cáncer y un sinnúmero de enfermedades degenerativas nos acechan como esa fuerza invisible, impensable e innombrable que deteriora el cuerpo de la protagonista. El COVID-19 nos inquieta y nos ha obligado a hacer ajustes. Las largas horas en cuarentena quizás nos han hecho pensar en nuestra existencia: ¿cómo ayer veíamos nuestro porvenir con tanta claridad y hoy todo luce incómodo, incierto y amargo?

Se nos vende a través de casi todos los anuncios la idea de perseguir “nuestros sueños” y ser “nosotros mismos”, pero tal como Carol White camina por los corredores de su casa o explora los confines de Wrenwood tratando de descubrir su identidad, nosotros transitamos por el mundo real y virtual, experimentando raras y esporádicas oportunidades para reconocer nuestra individualidad desde fuera de un estilo de vida mecánico y orientado al consumismo. Finalmente, la misoginia viva de nuestros días nos recuerda a la protagonista tratando de recuperar el control sobre su cuerpo en un sistema patriarcal del cual no parece existir escapatoria. ¿Acaso es inusual al día de hoy que una mujer que expresa lo que piensa y siente sea tildada de “loca” o “histérica”?, ¿acaso no se sigue culpabilizando a la mujer en situaciones donde es claramente la víctima?  Safe nos confronta con realidades que a veces preferimos evadir y lo hace con tal honestidad que no se atreve a decir que “todo estará bien” porque en lo más profundo sabe que no será así. Extremadamente rara, inteligente, transparente y relevante, esta película es una visión estilizada de los días en que vivimos.

 

El silencio de Lorna: inmigrantes en Europa Por Horacio Otheguy Riveira

 

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 … una obra magistral que te deja pensando muchos días, y cuando la empiezas a olvidar regresa a ti con la mano tendida y un escalofrío.

 

ec8a54f727f34b10bb0f34d28f43bbf7Jean-Pierre y Luc Dardenne son hermanos belgas que escriben y dirigen documentales y películas de ficción desde 1998. En total sus producciones no llegan a diez títulos. Películas extrañas que no se parecen a ninguna otra y ganan premios en Festivales importantes. Por todo eso he tardado en acercarme a ellos. He visto muchas películas aburridísimas muy aplaudidas por la llamada Intelligentsia del cine, especie de cerebrines que huyen despavoridos si una obra del séptimo arte es disfrutada por millones de espectadores. Detestan el éxito masivo y adoran el “rarismo” y el retorcimiento hasta límites demenciales.

Es un prejuicio seudointelectual que hace constante daño al placer de la cultura en todas sus expresiones. Existe un subcine bastante desarrollado en el que se cuelan producciones de muy difícil digestión que considero borradores antes que trabajos acabados. También es verdad que al prejuicio de estos festivales he unido mi propio prejuicio, y entre unos y otros tejemos la tontería universal.

001-el-nino-de-la-bicicleta-espanaLo más importante: después de muchas vueltas debuté con los increíbles y fabulosos hermanos Dardenne con su penúltima película, El silencio de Lorna, y quedé tan entusiasmado que de inmediato me hice con Rosetta, El niño, El hijo, El niño de la bicicleta (foto), La chica desconocida… cada una de ellas retrato concienzudo, preciso y precioso, artesanal, conmovedor más por lo que sugiere que por lo que expresa directamente, con enorme talento para ser testimonio implacable de un estado social calamitoso en la Europa rica y satisfecha de sí misma, al tiempo que consolida obras de arte protagonizadas por actores desconocidos de excepcional calidad, aunque últimamente haya contado con las maravillosas francesas Cecile de France y Marion Cotillard.

Los Dardenne empezaron a procesar sus espacios con personajes marginales mucho antes de la gran crisis que aún padecemos, seguros de que ésta había empezado a finales de los 70, “cuando mucha población se vio relegada al olvido, barrida de las fuerzas de producción a causa del avance tecnológico, del cierre de fábricas, de la pobreza que invadió amplios sectores, poblaciones enteras”.

Sus historias se ven a menudo más o menos descritas en las páginas de los periódicos o de algunas novelas. El cine las muestra poco y nada en manos de unos poco directores con la llamada vocación de denuncia social, por lo general términos despreciados por los estudiosos del cine más allá del neorrealismo italiano de posguerra.

Sin embargo, en cualquiera de sus películas el tratamiento es tan singular que convierte sus tramas en dramas insólitos. Las criaturas de los Dardenne no son fáciles de digerir: jóvenes que padecen situaciones límites y que actúan a menudo con primitivas reacciones, entre el robo, el desarraigo, el egocentrismo infantil de quien ansía todo lo posible aquí y ahora, y al mismo tiempo siempre infinitamente humanos, tan sensibles como fríos, tan necesitados de sobrevivir como sea, generalmente como gato panza arriba. Se les ama del mismo modo que se les sufre como víctimas y eventuales verdugos.

 Historias ocultas

El silencio de Lorna es una obra magistral que te deja pensando muchos días, y cuando la empiezas a olvidar regresa a ti con la mano tendida y un escalofrío.

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En una gran ciudad europea: “protección” y destrucción del ser humano por ser emigrante. Las ciudades están empobrecidas y tristes. Son las arterias por donde deambulan a escondidas estos personajes cuyas vidas se van descubriendo poco a poco, interpretando sus conductas antes que sus palabras, pero cuando sus palabras llegan se deslizan con poética síntesis, con términos que revelan el corazón sangrante de muchas historias ocultas.

Los Dardenne confían en la inteligencia de su público, y en el boca a oreja de sus recomendaciones, y sus películas tienen cada vez más espectadores, dentro de la modestia de su quórum y la disciplina estricta con que fueron realizadas.

El silencio de Lorna lo dice todo porque su tensión va acompañada de una actitud de honestidad inclaudicable por duro que resulte lo que le toca vivir.

Empieza la historia con una chica extranjera que se casa con un nativo para adquirir la nacionalidad, y luego se divorcia para volverse a casar con otros emigrantes que necesitan nacionalizarse. Entre medias hay mafia, asesinatos, desplazamientos desgarradores, pero narrado el conjunto de tal modo que la frialdad de su técnica lo torna más emotivo, con secuencias de formidables matices poéticos.

_635991692823797034w_b4c187e8Lorna calla, Lorna es sumisa, Lorna teme, Lorna actúa, Lorna se defiende, Lorna asume, Lorna inventa. La realidad es inflexible. Su capacidad de lucha también. Detrás: dos hermanos realizadores que cuando van a la tele a hacer una entrevista parece que les acaban de encontrar regando un pequeño jardín en un barrio empobrecido con gente abandonada a su suerte. Los Dardenne riegan un pequeño jardín donde además de flores crece la indignación y la esperanza.