El arte y el alcohol forman una pareja de gran creatividad y poderosa autodestrucción. Desde tiempos remotos estos extremos van unidos y persiste su cautivante influjo. Creadores que navegan en ingeniosos ríos de bebidas variopintas en busca de un estado ideal que a menudo conquistan en obras de ficción y fugaces episodios reales. Un mundo en el que el negocio de los fabricantes y comerciantes organiza día a día su fabuloso cocktail, a corto o largo plazo asesino; eso sí, advirtiendo que se beba con moderación.
El influyente néctar y la delirante poesía se entrecruzan, se adoran y repelen en busca de un eterno paraíso en numerosas historias presentes en la literatura, el cine y el teatro.
No sé beber poco
Hay tanto y tan bueno para escoger que, ante la brevedad inevitable de un artículo, me dejo llevar por la mera memoria y el aroma de mi exquisita bebida on the rock junto al teclado (un Gimlet: ginebra, soda, licor de lima, la bebida característica del detective Philip Marlowe, creación del escritor Raymond Chandler).
Por ejemplo, la hermosa madurez de Catherine Deneuve en Place Vendome (1998). Allí su personaje —atribulada dama de joyero que la ingresa cada tanto en una clínica para desintoxicarla— reconquista su libertad una vez muerto su adinerado cónyuge. Se las apaña y lo consigue con exquisita lucidez. Pero en un momento de peculiar desequilibrio, un hombre la quiere convidar: ¿Un poco de vino?
Y ella responde: No sé beber poco, y rechaza la invitación. Y tampoco saben beber poco los personajes que recuerdo ahora: un puñado de buenos amigos tabernarios, a caballo entre la ficción y la realidad, en ese punto inquietante en que se confunden las obras maestras.
Bebedor y santo
En 1939 —y en sólo 90 páginas—, Joseph Roth cerró su última obra, La leyenda del santo bebedor, una aventura de puro ensueño en el último día de Andreas Kartak, quien recorre situaciones ideales de amor, sexo, dinero y bebida hasta morir, como lo haría el propio autor días más tarde con sólo 44 años: un austriaco en París que ha dejado una obra muy rica (Confesión de un asesino, La cripta de los capuchinos, Job: historia de un hombre sencillo…), pero esta Leyenda del santo bebedor es una obra maestra en gran medida autobiográfica: Andreas avanza maravillosamente borracho en un contexto de notable ingenuidad religiosa y sexual: una apología del alcohol que le arropa y eleva hasta entregarle dulcemente a los brazos de la parca.
Y el autor sentencia: Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte. Al parecer su plegaria fue atendida, ya que, aunque muy enfermo, continuó escribiendo en bares, hasta que exhaló el último suspiro en uno de ellos.
Parejas apasionadas
Joe Clay y Kirsten Arnesen forman una de las parejas de alcohólicos más atractivas del cine. Hay bastantes más, pero con el denominador común de una “extasiada” tragedia final (Wanda y Henry —Faye Dunaway y Mickey Rourke— en Barfly; Ben Sanderson y Sera —Nicholas Cage y Elizabeth Shue— en Leaving Las Vegas…), en cambio, Joe y Kirsten son víctimas de una situación social mucho menos transitada en el arte: son simples mortales que se ven envueltos en la presión social de la copa ligada al trabajo, a las relaciones interesadas, luego llegan las oleadas de ansiedad, más tarde el vertiginoso intercambio de alcohol y deseo imperioso de recuperar la juventud perdida.
Se adoran, se divierten emborrachándose, se dislocan y se pierden. Causan estragos. Se desintoxican. Vuelven a caer, y en un momento determinado él toma la decisión de empezar de cero sin una gota encima, mientras ella llega a prostituirse para alcanzar una última ronda que siempre resulta insaciable.
Adaptada también al teatro, el éxito grande de la película se basó en gran medida en Jack Lemmon y Lee Remick: memorables protagonistas. Y una curiosidad: es el único drama de Blake Edwards, el divertido director de comedias como Cita a ciegas, Una cana al aire o la serie de La pantera rosa con Peter Sellers.
La revolución en curda
Moscú-Petushki o Moscú-Cercanías es una novela autobiográfica escrita por Venedikt Eroféiev (1938-1990): un borracho empedernido que realiza un viaje en tren para conquistar definitivamente a su encantadora novia, “la más deliciosa de las rameras”.
En el viaje conocerá a mucha gente, un periplo que tiene bastante en común con La leyenda del santo bebedor, aunque ningún parecido con aquel autor. Aquí, Venedikt es un rebelde al régimen soviético por estado de ensueño etílico, y lo más seductor de la obra queda para el final cuando —tras muchos momentos divertidos en compañía de un ángel, sin referencia mística alguna, que le protege de sucesivas desgracias— cae en las redes de un peculiar delirium tremens donde, en lugar de tortuosas alucinaciones con insectos que le acosan, lo que ve es a los líderes de la revolución comunista en mítines donde se vanaglorian del vodka a tal punto que ordenan que se regalen cajas enteras a la población. Una exaltación del alcoholismo en manos de un escritor que muere a los 52 años en un estado de embriaguez absoluto.
Una actriz cuesta abajo-cuesta arriba
Gena Rowlands interpreta a Myrtle Gordon, en Opening Night (Noche de estreno, 1977). Una primera actriz de teatro se prepara para un estreno cuando vive una situación dramática ante una admiradora que muere en un accidente por perseguir su autógrafo. La diva escapa del teatro, deambula en estado de shock, le aterroriza cuanto vive, los años que pasan, su madurez; se replantea todo en unas horas alucinantes colgada de tanta cantidad de alcohol que todos temen que no asista al estreno esa misma noche, mientras el espectador se entera de que aquel accidente mortal no sucedió nunca, pero ha servido para que ella ponga su existencia boca abajo.
Finalmente, Myrtle Gordon llega al teatro borracha, con gran dificultad para mantenerse en pie, pero al acercarse al escenario se recompone y lleva a cabo una función espléndida ante un público más enamorado aún de ella. En cuanto acaba la representación y agradece los aplausos, cae exhausta.
Cuando a Gena Rowlands le preguntaron por su excelente interpretación contestó: “No tuve que esforzarme mucho. He trabajado con actrices más alcoholizadas que este personaje y que, sin embargo, en escena resucitaban recordando todo el texto y desempeñándose brillantemente”.
La propia Rowlands no bebió en su ya larga vida (hoy 90 años). Sí lo hizo su marido, el actor-director John Cassavetes, quien falleció a los 59 años, tras intensa adicción al tabaco y al whisky.
Dean Martin bajo el cielo del bourbon
La película de Gena brilla con luz propia y exhibe a una mujer muy bebedora con capacidad de recuperación, pero en general son historias reales o ficticias con finales trágicos, y la moraleja que despliegan suele ser fatídica. Una de las grandes excepciones fue Dean Martin, un cantante-actor excelente que apenas lució una décima parte de su talento, “felizmente” atrapado por las delicias de las bebidas de 40º.
Murió a los 78 años, aunque desde los 50 muchas veces le dieron por muerto. El acontecimiento más extraordinario lo protagonizó en un escenario completamente beodo, ante una sala llena de gente que le ovacionaba.
En aquella oportunidad adaptó un clásico y lo convirtió en himno a la borrachera. Se rió de sí mismo y en todo momento mantuvo su espléndida voz y dominio escénico, en un estado de felicidad etílica impresionante.
Hay que verlo deambular mareado sobre el escenario. Deja en el piano su vaso de bourbon, coge el micrófono y canta la letra de When you´re smiling (Cuando estás sonriendo) en una adaptación muy libre: When you´re drinking: Cuando estás bebiendo… https://www.youtube.com/watch?v=i3xPUOF0EwE
Cuando bebes el espectáculo te parece divino.
Cuando bebes mejora tu punto de vista.
Pero cuando estás sobrio, cuando estás sobrio, el cielo parece gris.
Cuando estás sobrio la vida asusta,
así que sigue bebiendo,
que eso es lo que más me gusta a mí.
Mundos beodos, curdas, embriagados, ebrios, achispados…
Gente estupenda con momentos gloriosos y otros terribles, sobre todo para quienes estuviesen a su lado; en cualquier caso gente con enorme talento y un sinfín de historias mientras el mundo sigue flotando entre cubitos de hielo, y la mayoría de los bares de nuestros pueblos y ciudades destilan día a día, noche a noche, desde desayunos con su copa de licor a la penúltima de madrugada, invitando a persistir en la placentera amargura de viajar hacia un mundo imposible.