Un encuentro peculiar Por Horacio Otheguy Riveira

Ninguna reacción aparente, pero las sonrisas son más que suficientes. Una carta de presentación que a los dos gratifica notablemente. Tanto es así que en el trayecto hacia la zona donde se desarrollará la entrevista no dicen palabra. No hace falta. Se sienten tan cómodos sonriendo de frente o de perfil, ligera o abiertamente, que se acercan con suavidad al lugar donde habrá preguntas y respuestas por ambos muy esperadas.

¿No echa de menos aquella vida tan excitante?

Soy un hombre de 85 años que camina con bastón, felizmente retirado del mundo.

¿Nadie le pregunta por sus famosas conquistas?

Es lo bueno de una Residencia, lo que tiene en común con la cárcel: todos somos anónimos, sin otro pasado que el que cada uno quiera contar.

Sólo pasó diez meses en prisión y por un error.

“¿Solo diez meses?”. Eso es muchísimo tiempo.

¿Quiere comentarlo?

No.

¿Siempre le gustó ser actor porno?

Hermoso trabajo, sí: copular con estilo, amoldar la excitación, abandonar el ego masculino, tan estúpidamente fálico, retrasar la cascada final, acertar la caricia, rendirse a una pasión bien dosificada; muchos detalles que debían hacerse públicos, claro que me gustó, sobre todo cuando empecé a dirigir y producir y logré tener éxito con la pornografía que yo consideraba con más clase.

¿Nunca le afectó la mala imagen social?

Jamás. Únicamente me importó que la cosa funcionara, el negocio en sí mismo, que pasó por muchos altibajos antes de mi declive.

Se refiere al declive del género como arte.

Exacto, al batiburrillo porno de clase Z, muy traqueteado por Internet, las prisas y la degeneración cruel de la tragedia de los menores. Si no le importa preferiría hablar andando, en cuanto me quedo quieto me empieza a doler todo.

Estupendo, a mí también me conviene caminar.

¿Lleva mucho tiempo con esa pierna nueva?

No mucho, pero me lleva tiempo acostumbrarme. Tardo más de lo que quisiera.

Es usted muy guapa.

Es muy agradable que me lo diga alguien como usted que ha conocido a tantas mujeres espléndidas.

No tantas, más bien pocas.

¿Le gusta presumir de humilde?

Las mujeres que yo considero muy guapas son como usted, un encanto fuera de lo normal que esconde infiernos y paraísos secretos y alternos.

Lo mismo me sobrevalora.

No creo. La calidez de su apretón de manos, el vaivén de sus ojos, el color de su piel… Está usted llena de secretos muy atractivos.

¿Se enamoró muchas veces?

Fui enamoradizo, sí, imposible no serlo cuando se está en contacto con tantas mujeres diversas, tantos preciosos rincones, de tantos aromas y miradas… No importa lo más mínimo lo que se considera normalmente como belleza o sex appeal, para nada, de pronto un par de gestos y un movimientos de labios convoca un romanticismo impresionante. Enamoradizo, sí. Y siempre me han dolido las rupturas.

¿Ha dejado a muchas?

Y muchas me han dejado a mí. De todo hay. Más aún cuando se invade el tan prohibitivo mundo del sexo.

Usted ha vivido menos prohibiciones que nadie.

Aparentemente. Se puede fornicar a diario y ser un monje torturado a la hora de la verdad, mirando los ojos de una mujer que se resiste al amor.

¿Usted ha vivido eso?

¿Le sorprende tanto como parece?

Es usted una caja de sorpresas, más que un reportaje para un periódico me encantaría escribir un libro sobre su vida.

Tal vez le dé esa oportunidad, aunque no sé, no sé si debiera, en tiempos me ofrecieron mucho dinero y no acepté. Pero usted tiene un toque de perversión encantador.

¡Por Dios no me venga con que le recuerdo a Tristana! Es lo peor que me han dicho, que quieren acostarse conmigo para hacerlo con Tristana-Catherine Deneuve, y después por Olivia Molina que hizo el personaje en teatro. La parálisis, la pierna ortopédica a veces imaginaria, que ni llegan a tocarla, pero les enciende. Siempre ese morbo me ha parecido espantoso. En una ocasión no dormí bien durante una semana, cada vez que caminaba con mi cojera creía que me iba a desmayar mientras mi amado huía de mi lado o se arrastraba tras de mí a todas horas. ¡Qué novela tremenda! La película menos, no tiene alma, pero la novela de Galdós es formidable, no me diga eso, dígame que no lo pensó siquiera.

Venga, siéntese conmigo debajo de este árbol, rindamos un homenaje a Galdós, que a mí también me gusta mucho, vayámonos a su época y recojámonos: heme aquí, soy el muy anciano rey del porno con bastón, y usted la intrépida periodista con pierna ortopédica. ¿Puedo tomarle una mano y besársela como si fuera un caballero de un tiempo lejano? Su piel huele de maravilla. No, en absoluto, no pienso en usted como en Tristana, aquella fue prisionera de un hombre en una sociedad mezquina, y usted se está construyendo su propio mundo en una sociedad más libre. No, su toque de perversión es otra cosa porque me recuerda al único gran amor de mi vida, una señorita de aire antiguo que adoraba la fiesta del sexo, pero evitando el culmen, lo que se entiende como la posesión final.

Creo que voy a desmayarme, le pareceré una idiota renacentista al borde de la histeria, pero esa podría ser yo perfectamente, aunque suelo sentirme la más extravagante urbi et orbi.

Con Leonor fuimos pareja en los años de mi mayor éxito en el porno, cuando todos me creían una fiera sexual, un animal eternamente sabio y dichoso entre las mujeres más salvajes. Pero sólo la amaba a ella.

La única que no se dejaba…

No diga nada que pueda herirle.

¿Herirme o herirle a ella?

Es lo mismo, es igual.

Cuénteme, por favor.

Era ayudante de producción, bastante más joven. Asistía a todos los rodajes. Durante una cena nos pusimos a conversar. Había mucha gente, pero al final sólo nos quedamos los dos bebiendo un exquisito vino en una terraza frente al mar. Hablamos de muchas cosas pero sobre todo de literatura, teníamos esa pasión común, y en plena madrugada fuimos a pasear por la playa y de pronto nos sorprendimos besándonos con torpeza de adolescentes, hasta que ella me desnudó por completo y me dijo: “He soñado con tenerte desnudo sólo para mí”. Pero ni entonces ni en los años en que estuvimos juntos viéndonos a diario y amándonos a menudo, dejó que fuera más allá de mil caricias, y besos entre sus muslos, y jamás quiso darme ninguna explicación por ese temor a perder la virginidad.

¿Qué fue de ella?

Un día se marchó.

¿Y no le escribió ni una carta?

Cartas sí, muchas cartas, cartas en papel blanco, celeste y verde con tintas azul, negra y roja. Cartas de amor y desamor literarios: amábamos los libros y había decidido abandonarme.

Me parece que esto es demasiado para mí, me estoy mareando, me duele mucho la pierna que no tengo y…

No tema, señorita, sé guardar un secreto, y también sé que no publicará esta parte de la entrevista.

¿Usted va a guardar mi secreto? Pero si usted no puede protegerme, no puede salir de aquí, apenas se mantiene en pie.

Hay muchas maneras de proteger a una muchacha tan guapa como usted, muchas, por ejemplo le hará muy bien saber que yo rezaré por su felicidad de bella virgen… hasta que decida lo contrario en plena libertad.

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¿Además reza? Es una caja de sorpresas en todos los sentidos. Se lo agradezco pero no me sirve de nada, a mí lo que me va a servir es contar su historia de amor con esa mujer y lo demás son tonterías, si no tengo ese asunto, que es el más suculento, el que más morbo tiene, no me van a pagar bien la entrevista, y quizás ni la publiquen, porque ese asunto de que el rey del porno es un tipo culto, refinado, religioso y amante de la poesía no le va a interesar a nadie. Otra cosa sería si me contara detalles de orgías, de políticos de alcurnia, jueces y obispos pagando fortunas para dar satisfacción a su lujuria.

Por supuesto que se lo contaré, señorita, con lujo de detalles, pero tiene que prometerme que de aquel amor no dirá palabra.

¿Seguro?

Seguro, y también le daré buenas fotos. 

Pero, bueno, primero una entrevista más o menos intensa, y lo mejor para el libro que nos llevará un tiempo que tendré que medir en un organigrama, una especie de guión.

Lo que quiera.

Sólo quiero pedirle algo más.

Dispare.

Siga acariciándome con la mirada.

¿Le gusta mucho que la desnude con la mirada?

Mucho, sí, y que me sorprenda mirándome cuando menos lo espero. Produce usted un recorrido muy especial, por primera vez no me siento violenta, todo lo contrario. Fascinada como si estuviera en el centro de un escenario y todos los focos me cubrieran desnuda, pero el único espectador sería usted.

Me sentiré muy bien acatando su deseo. Tendremos que vernos a menudo. Nos encontraremos aquí y también fuera, donde usted disponga. Nos queda mucho tiempo por delante.

¿Resistirá su salud?

¿Nunca vio renacer a un anciano? De verdad se lo pregunto, no se ría, bueno, tiene una risa tan hermosa que puede reírse todo lo que quiera. Pero el renacimiento existirá con buenas dosis de asombro por ambas partes.

¿Le gustaría volver atrás, revivir? ¿Repetiría aquella experiencia amorosa tal cual?

Ya lo estoy haciendo, señorita. El poder de la imaginación reinventa paisajes y rompe fronteras constantemente.

¿Siempre ha confiado en ese poder?

Siempre. De esa manera lo bueno es siempre maravilloso. Una colaboración muy interesada de nuestros deseos sobre la realidad.

¿Entonces el placer es un producto…?

Sí, un producto. De entrada, perfecta definición: producimos emociones como una fábrica de coches.

¿Entonces el placer es un producto individual, solitario… que a través de sus películas se comparte impúdicamente?

Es usted irresistible, señorita.

Y usted me parece fascinante. Me hubiera gustado conocerle hace 20 años, en pleno apogeo.

Tal vez no le resultaría interesante aquel personaje. Hoy puedo reflexionar, entonces sólo vivía…

¿Y si “sólo vivía” era puro torbellino?

Algo así. Quizás le hubiera gustado perderse en uno de sus remolinos. Pero no sería recomendable.  

¿Me ve como chica ligeramente perversa a la que debe mimar?

La veo como una estupenda muchacha a la que me gustaría mucho amar.

Después de acordar nueva cita para unificar el plan de trabajo del libro de memorias, les unió un silencio muy grato, inesperado entre dos intensos conversadores, un silencio amablemente aderezado por el humo de cigarrillos que ambos tenían prohibidos. Así, hasta que una enfermera vino a buscar al residente para cumplir con el rito de la cena y las últimas medicinas de la jornada.

La joven periodista enderezó su pierna ortopédica y esperó para marcharse. Vio alejarse a su entrevistado estelar por el sendero arbolado y pensó en las palabras que se deslizarían por el teclado en homenaje a un mundo perdido para siempre. Al ponerse de pie y recorrer el camino de salida se sintió acompañada. La espalda ligeramente húmeda, el cuello portaba una mano masculina firme y suave a la vez, los labios se sentían tan reconfortados que tuvo que serenarse en el gran portal de la residencia antes de acercarse al bordillo para detener un taxi.