Cruzar la verja exterior del complejo cuando el guarda vaya a sacarse un café de la máquina del gimnasio. Avanzar hacia el edificio de la izquierda escondido entre los espesos matorrales. Abrir el cuadro de contadores que hay bajo el soportal con la llave que robé a Eduardo. Desconectar la alarma del bloque C cortando el cable amarillo. Si me cruzo con alguien, aplicarle una descarga eléctrica con el aparato negro que llevo en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. Desviar ligeramente la cámara de seguridad hacia la derecha. Subir por las escaleras de emergencia hasta el primer piso. Abrir la ventana del descansillo y saltar a la terraza. Deslizar la puerta de cristal corredera que siempre deja un poco abierta por la noche. Entrar en la casa.
Cruzar la verja exterior del complejo cuando el guarda vaya a sacarse un café de la máquina del gimnasio. Avanzar hacia el edificio de la izquierda escondido entre los espesos matorrales. Abrir el cuadro de contadores que hay bajo el soportal con la llave que robé a Eduardo. Desconectar la alarma del bloque C cortando el cable amarillo. Si me cruzo con alguien, aplicarle una descarga eléctrica con el aparato negro que llevo en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. Desviar ligeramente la cámara de seguridad hacia la derecha. Subir por las escaleras de emergencia hasta el primer piso. Abrir la ventana del descansillo y saltar a la terraza. Deslizar la puerta de cristal corredera que siempre deja un poco abierta por la noche. Entrar en la casa.
Miguel se había repetido tantas veces esas consignas que ahora que por fin había conseguido superar todos los pasos y se encontraba delante de su presa, no podía quitárselas de la cabeza.
Cruzar la verja exterior del complejo cuando el guarda vaya a sacarse un café de la máquina del gimnasio. Avanzar hacia el edificio de la izquierda escondido entre los espesos matorrales. Abrir el cuadro de contadores que hay bajo el soportal con la llave que robé a Eduardo. Desconectar la alarma del bloque C cortando el cable amarillo. Si me cruzo con alguien, aplicarle una descarga eléctrica con el aparato negro que llevo en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. Desviar ligeramente la cámara de seguridad hacia la derecha. Subir por las escaleras de emergencia hasta el primer piso. Abrir la ventana del descansillo y saltar a la terraza. Deslizar la puerta de cristal corredera que siempre deja un poco abierta por la noche. Entrar en la casa.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para dejar la mente en blanco, como le había enseñado la doctora Silva, y volver a llenarla luego con el motivo que le había llevado hasta allí: vengarse de quien le había arruinado su vida.
Se coló en el dormitorio andando de puntillas, con el cuerpo en tensión, muy despacio, todavía más despacio. Su hermano dormía plácidamente en una cama enorme. La sábana color berenjena que le cubría subía y bajaba con cada respiración, arriba y abajo, arriba y abajo. Y con cada bocanada de aire dejaba escapar un extraño silbido que a Miguel le hizo recordar las escandalosas locomotoras de cuando era niño y él quería ser como su hermano mayor. Ahora, allí tendido, parecía un ballenato, un ballenato que se había tragado la locomotora de su infancia.
Miguel se alegró mucho cuando aquella mañana de junio su hermano mayor consintió en llevarle al río. Nunca quería ir con él, pero ese día fue distinto. Miguel estaba contentísimo y dispuesto a hacer todo lo que le pidiera, no se fuera a arrepentir. Por eso se metió en el agua sin rechistar a pesar de que estaba helada. Y le dejó hacerle ahogadillas. La última le pareció muy larga, mucho. Al principio se agobió. Le resultaba terriblemente desagradable y además no entendía lo que pretendía su hermano. Pero luego, de repente, sintió que le embargaba una sensación de paz como nunca antes había experimentado y comprendió que eso era lo que quería enseñarle, que uno podía sentirse genial bajo el agua, en paz con el universo entero, si sabía esperar el tiempo necesario. Y se sumió en un dulce sueño.
Cuando despertó estaba en casa. Miguel recordó la experiencia vivida y pensó que había sido genial. Pero después de eso empezó a costarle pensar con claridad. Se le embotaba la cabeza y se hacía un lío. En el colegio no entendía al profesor y le costaba horas enteras hacer las tareas. Recordaba muy bien el día que su padre le llevó al médico de la ciudad. Le había hecho muchas pruebas extrañas y después había comenzado a ir a otro colegio distinto, con otros niños a los que también les costaba pensar con claridad. Y más adelante le tocó ir al colegio para mayores. Pero ese colegio estaba lejos del pueblo, y de sus padres y de sus amigos. Y se pasaba muchos ratos solo. Por eso tuvo tiempo de darle muchas vueltas y al final llegó a la conclusión de que ya no podía pensar con claridad porque ese día, en el río, al estar tanto rato bajo el agua, se le había llenado la cabeza de líquido, y desde entonces las ideas se le diluían.
Miguel echó un último vistazo a su hermano, el ballenato traga locomotoras. Luego sacó la cuerda que llevaba escondida en el bolsillo, rodeó con ella el cuello de su hermano y apretó con todas sus fuerzas.