El viaje de la monarca Por Paula Alfonso

 

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Entre la lluvia de flashes que estalló sobre mí nada más salir, oí que me preguntaban si estaba nerviosa, si se trataba de una decisión bien meditada y si cabía la posibilidad aún de que me volviera atrás. Avanzaba deprisa por la cera dándome los últimos retoques, pero preferí detenerme, me di la vuelta, busqué al que me había interrogado, le miré a los ojos y solo su insultante juventud sirvió para que justificase sus ilógicas palabras. ¿Es que acaso se le cuestiona a alguien cómo hará su siguiente inspiración o dará el próximo paso?

  • No, querido, no hay marcha atrás. Mi viaje, el que estoy a punto de iniciar, lo llevaba inscrito en mis genes. Todo a lo largo de mi vida fue un mero proceso preparatorio para la llegada de este gran día.

¿Conocía usted la fecha exacta de su partida?

  • Tal vez debería responderle que no, que no lo esperaba, que el aviso me tomó por sorpresa, pero les estaría engañando y no es ese mi modo de proceder. Verán, no quisiera parecerles petulante por lo que les voy a decir, pero es la pura realidad. A diferencia de ustedes, yo percibo señales, pequeños indicios y estoy perfectamente capacitada para interpretarlos. Hoy día la sociedad, por muy robotizada que esté, es incapaz de predecir el lugar exacto donde descargará una tormenta o cuándo se producirá un terremoto y, sin embargo, los signos están ahí, siempre estuvieron. Si me lo permiten, creo que se están equivocando, tienen a su alrededor demasiados elementos perturbadores y eso les aleja de lo que erróneamente consideran “pequeñas cosas” cuando en realidad son decisivas, como los cambios en la dirección del viento, en su temperatura, en la humedad del aire o la posición de las estrellas. Gracias a que todo eso para mí sigue siendo una fuente esencial de información supe desde hacía días que debía prepararme para partir.

¿Qué siente al abandonar Canadá?

  • Nostalgia, aun no me he marchado y ya le echo de menos. Créanme, este país ha sido muy generoso conmigo, puso a mi disposición sus mejores recursos, cuidó que no me faltase de nada y en él realmente he sido feliz.

mariposa_monarca2_800-movil¿Pero aun así se va?

  • Sí, tengo que hacerlo, mi estancia aquí fue solo temporal. Me aguarda una larga travesía de más de 5.000 km antes de llegar a mi destino, México.

¿Se lleva algo de aquí, que de manera especial quiera conservar en su nueva residencia?

Otra pregunta estúpida. ¿Quién les habrá dado el título a algunos? No me extraña que se hable de degradación en la profesión periodística. Aun así, vuelvo a detenerme, sonrío de forma indulgente al que me ha interpelado, me armo de paciencia y le concedo el favor de mi respuesta

  • Bueno, en un principio pensé en meter dentro de una maleta bastantes cosas: libros, alguna revista de sociedad, música, ¡ah! y mis cosméticos, sobre todo mis cosméticos, pero finalmente tuve que descartarlo.

Continúo andando y atrás queda él todavía pensando.

¿No teme que en un viaje tan largo pueda ocurrirle algo?

  • Si se refiere a si voy prevenida contra imprevistos desagradables, ¡por supuesto! Pero no debe preocuparse, cuento con todo tipo de protección. Tenga la seguridad de que si alguien intentara atacarme el perjudicado sería él, no yo.

¿Lleva con usted alguna tecnología para asesorarse en ruta?

  • Sí, claro, dispongo de sofisticados GPS que me irán informando de forma constante sobre la fuerza de los vientos, el avance del sol y sobre todo de los lugares donde me puedo detener para repostar.

¿Cuánto calcula que durará el viaje? ¿Qué espera encontrar en México? ¿Va sola o le acompaña alguien?

  • Uno a uno —les ordenó mi jefe de prensa—. La señora contestará a todas sus preguntas, pero en estricto orden, por favor.

Cuánto agradecí tan oportuna intervención y también el estar muy cerca ya del lugar a partir del cual los periodistas y fotógrafos no podrían pasar. Un poco más y todo habrá terminado.

  • Verán, señores, está pensado hacer este recorrido en tramos de 120 km/dia, por lo tanto si hoy es 3 de agosto, calculo que para mediados o finales de septiembre se habrá alcanzado el final. En cuanto a lo que espero encontrar en México, me han informado de que se trata de uno de los mejores lugares del mundo para descansar, relajarse, disfrutar de la naturaleza y sí, como muchos de ustedes están pensando, encontrar pareja, pero, sinceramente, a mis años no creo que eso me vaya a suceder. Tampoco quiero que piensen que he cerrado definitivamente mis puertas al amor, ni mucho menos, pero tengo que ser realista.

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  • Y ¿la última pregunta? ¡Ah sí! Querían saber si voy sola o me acompaña alguien. Aparentemente, como pueden ver conmigo no viene nadie, pero eso no es del todo cierto, en mi interior late un pequeño ser que nacerá en tan solo unos días, su misión será muy breve, generar otro pequeño ser, que a su vez hará lo mismo con el siguiente. Solo los que nazcan a finales de septiembre o primeros de octubre podrán frenar tan intensa actividad reproductora, serán lo que los científicos denominan generación Matusalén, que en vez de vivir un mes,como lo hacemos todas, lo harán durante 6 o 7. Se tratará de una existencia con sus facultades ralentizadas y gracias a ello podrán descansar, analizar con detenimiento el tiempo pasado y reconducir posibles errores en el comportamiento de la especie para que no se vuelvan a repetir, será como una puesta a punto. En una palabra —y para no demorarme más— regresarán al estado más primitivo de nuestra naturaleza y saldrán después revitalizadas.

Creo que deberían conocernos mejor a las mariposas monarcas, díganselo así a sus lectores, algunas de nuestras pautas de conducta incorporadas en sus enloquecidos y absurdos ritmos de vida, les beneficiaría como especie, estoy totalmente convencida de ello.

Y ahora, si me lo permiten, tengo que partir. Ha sido un auténtico placer conocerles.

La vida de color rosa Por Elisa Pérez

Parcial de Lucien Freud.

La mañana ya había dado muestras suficientes de que iba a ser un día claro y soleado. Con cierta calma, Humberto se enfundó los vaqueros muy ceñidos y la camisa de flores, unas botas de tacón rojo completaban el atuendo elegido para la ocasión. Sobre el sillón permanecían el pantalón y la chaqueta negros que había usado en el funeral el día anterior. Con una pizca de rímel en las pestañas y un poco de color en los labios, salió de la casa con paso firme.

René Magritte.

La vida es ¿azul o verde? No sé, me respondía mi madre al tiempo que deambulaba en medio de su ropero eligiendo zapatos o contemplando algún pendiente adquirido hacía poco. ¡Qué pregunta tan absurda!, respondía ella sin más. Así era yo de pequeño. Me encantaban los colores, el rosa el que más. ¡Qué bobada! Después descubrí que la vida apenas tiene colores. De hecho, para mí casi siempre ha estado teñida de negro.

Es cierto que he vivido sin plantearme opciones, solo tenía que chascar los dedos y me llovían encima casi todos mis deseos: ¡Qué fácil lo tienes!, me repetía mi amigo César. A veces he añorado que hubiera sido de otra manera: elegir entre dos opciones para tener que dejar una, o verme sometido a la duda por tener que seleccionar, o luchar por obtener una cosa deseada. El coste de lo cómodo resulta demasiado agotador. Esta frase era rechazada por mi mente al introducirme en el garaje: el vehículo preferido de mi viejo reluce cual brillante rubí.

 

Entre los visillos del ático, el horizonte reflejaba un sol dorado que invitaba a asomarse. La mañana ya había dado muestras suficientes de que iba a ser un día claro y soleado. Con cierta calma, Humberto se enfundó los vaqueros muy ceñidos y la camisa de flores, unas botas de tacón rojo completaban el atuendo elegido para la ocasión. Sobre el sillón permanecían el pantalón y la chaqueta negros que había usado en el funeral el día anterior. Con una pizca de rímel en las pestañas y un poco de color en los labios, salió de la casa con paso firme. Las gafas oscuras ocultaban una noche de desenfreno y alcohol. El conserje le dio el pésame.

Hoy toca paseo por la carretera, me encanta pasear y elegir como cuando iba de caza con mi padre. “Tápate los oídos, pero no cierres los ojos, hay que mirar lo que se hace, disfrutarlo… pum, pum, pum…” siempre acertaba a la primera: jabalíes y hasta algún zorro nos traíamos a casa, como trofeos victoriosos, sintiéndonos felices. Cómo le admiraba, le creía el ser más valiente del mundo. Quería parecerme a él; más aún cuando decidió dejar a la simple de mi madre. Aún recuerdo sus frases “las mujeres solo sirven para una cosa, hijo, ya te enterarás… bueno, rectifico, para dos: para follarlas y para que nazcan hijos como tú”. Aún recuerdo su risa socarrona al decirme este tipo de cosas. Lástima que esa risa fuera decayendo demasiado pronto hasta convertirle en un pingajo de persona: ausente, perdido en una mente imperfecta, pronto me dejó a cargo de su imperio… ¡miles de euros a mi única y exclusiva disposición!

¡Qué agotamiento, vaya noche que me ha dado la puta esa, tengo las nalgas rotas! La próxima vez seleccionaré mejor. Eso sí ¡vaya par de tetas que se ha puesto! Y se ha ido sin decirme nada. ¡Anda! no he mirado el pantalón, seguro que me ha robado. Tendría que buscar un novio fijo, en lugar de andar picoteando… Como decía mi madre: “Un hombre necesita una mujer para estar completo”. Ilusa, no quería enterarse de nada, ¡si yo no soy un hombre, lo menos que necesito es una mujer fija! Aún recuerdo la cara que puso cuando me pilló con Antonio. Pues claro que soy gay, mamá… ¿mi padre? Yo qué sé, supongo que lo sabía, a su manera, claro”. La pobre no dejó de llorar durante una hora, seguro que terminó en el confesionario o en la joyería más cercana… ¡jodida vieja qué poco carácter tuvo siempre! Cómo disimuló su alegría en el entierro de papá, bueno, su religión hipócrita se lo impone así.

La mañana avanzaba lentamente. Antes de entrar en el túnel, Humberto pudo contemplar detrás las siluetas de los edificios de la ciudad. Frente a él una hilera de coches se iba acumulando en la carretera sinuosa. Al fondo una cadena de montañas bajas ofrecía su mejor versión. Azul y verde juntos, inseparables, eternos.

Cómo corre este trasto, hacía tiempo que no lo usaba, vaya regalo más estupendo que me ha dejado mi padre, si me viera aquí el viejo, que no me dejaba tocarlo mientras vivió. Bueno a correr un rato… ¡Vaya tráfico! A ver, a ver… a quién elijo hoy… Me encanta aquel gris, no, no soportaría otro viejo; mejor el otro… amarillo, seguro que es… buaf… una asquerosa familia feliz! A ver ése…. Sí, es perfecto, una mujer y sola. ¡Es hora de cazar!

Con un zigzag imprevisible de su vehículo rojo, se colocó justo detrás de la presa elegida. Algún bocinazo cercano le advirtió que su maniobra era atrevida o peligrosa. Le daba igual. Le gustaba el riesgo. Y desde luego le importaba muy poco lo que pensaran los demás.

¿Quién llamará ahora? ¡No he conectado el bluetooth! Buah, es Tomás, ¿qué querrá este picapleitos ahora? Si ya me explicó ayer no sé qué rollos de documentos necesarios para el juzgado… vale, cuando acabe le llamo. No sé por qué mi padre confiaba tanto en él, a mí no me gusta nada; sabe demasiado de mí, de mi familia, de mi vida… eso no es bueno.

¡Vaya, le gusta jugar a la muy zorra!, y ahora se coloca al otro lado de la carretera… ¡Me gusta! Allá voy pequeña. ¡Toma golpe…! ¡No intentes saber quién soy, mis cristales no me delatan, en cambio tú eres tan transparente que puedo ver el lacrimal cargado de agua en tus ojos a través de la ventana! Todas las mujeres son iguales: débiles, torpes, absurdas.

Los árboles del borde de la carretera observaban con su verdor intenso las peripecias de los conductores, cual espectadores que asisten a una carrera de bólidos.

Bien ¡ya empieza a ponerse nerviosa! ¡Qué calor y aún no estamos en verano…! Toma otro golpe, jajaja, tu coche no resistirá… ¡el mío es invencible! Es maravilloso conducir sabiendo que tienes el poder en tus manos. ¡tremendo!

Las gafas oscuras de Humberto comenzaron a empañarse con el sudor que le inundaba hasta la espalda. Se pasó la lengua por los labios engrosados de botox, para lamer una gota de líquido blanco que le llegó en medio de su frenesí con el volante.

No es posible que se me escape, no, bueno, ahora te cogeré, avanza, avanza… ¡qué día más claro, perfecto para la caza, sí que lo es! ¿Adónde se dirigirá, adónde irá? Me apetece seguirla un poco antes de acabar con todo. ¡Qué porquería de tráfico, es insoportable! Si pudiera terminaría con todos de un plumazo… y Tomás dale que te pego con el teléfono… ¡imposible! Me voy a parar… Buah, ahora no puedo salir de la fila, si lo hago no volveré a entrar en todo el día. ¡Malditos conductores, si todos corriéramos más no pasaría esto! Como mi padre, parecía una tortuga, pobre viejo… con los coches que manejaba y conduciendo a no más de 120… y la tonta de mi madre: no corras Alberto, no corras más… ¡tan miedica que daba asco…! Mejor que no vengas con nosotros, le decía mi padre, contigo cerca no puedo ni respirar. Ella nunca replicaba, cogía la tarjeta de crédito y ya está…

¡Se te escapa, Humberto, corre que se te escapa! Y todo por coger el móvil a ese estúpido de Tomas, pues soluciónalo tú que para eso te pago una pasta a final de mes, qué inepto, por Dios, ¡que te reclama hacienda, qué te reclama hacienda… pues arréglalo como puedas, joder! Yo no me tengo que ocupar de eso… Puff… se escapa,  ¡deudas, deudas….! Pero qué dice, se está haciendo mayor sin duda ese Tomás… Venga, vamos allá.

Al son de una música estridente, de nuevo el teléfono interrumpió los locos pensamientos de Humberto que apretaba con más fuerza el acelerador. Las gravillas de la carretera salían disparadas dejando paso al vehículo rojo con cristales tintados. Sobre un manto de asfalto continuaba la persecución sin sentido.

“Estoy asqueada de todo… tendrás que ocuparte de mis empresas, hijo, pero antes deberás dejar de vestir de esta forma, y comportarte como un hombre…”, pero si él era más maricón que yo, creía que no lo sabía, les vi, sí le vi con su chofer, no una, dos, varias veces, disimuló pero me fijé en cómo le estaba metiendo mano. Terminó babeando en una cama, meando en un pañal, jajajaja, qué más da, hoy puedo conducir esta maravilla… mira, mira quién está detrás de ti, sí, yo el gran Humberto Cortejo y Cía. Cómo acelera, está muy asustada, vaya si lo está. Aún recuerdo el anterior, qué risa. Debí rematar la faena, si es que en el fondo soy demasiado bueno, huyó cual comadreja. Jajajaja.

La risa le hizo retener el ritmo vertiginoso. A lo lejos la montaña daba la bienvenida a la ristra de coches que se acercaban. Un entramado de curvas se abría en el dibujo del asfalto.

Joder, qué golpe, si está bien me paro, que sí que sí, voy a ver qué quiere de nuevo el idiota de Tomás mientras despejan la zona. Voy a bajarme, así me estiro un poco… buah, qué mala pinta tiene ese coche… anda pero si es el de la mujer sola, vaya ¡se acabó la diversión me temo! Dime Tomás, me acabas de despertar, en toda la noche no he pegado ojo, estoy destrozado…

Luces, sirenas y estupor habían cubierto la entrada de la primera curva. Un coche yacía boca abajo sobre el terreno pedregoso y áspero junto a la carretera.

No me puedo creer, me dice que tengo que ir sin falta al notario. Bueno hasta aquí ha llegado mi diversión a ver cómo doy la vuelta con el lío que se ha montado aquí… vaya, qué pronto vamos abrir el testamento de mi padre, coño, bueno será divertido ver la cara de mi madre cuando sepa que todo el imperio es para mí, el hombrecito de rosa de papá. Ya está, me adentro un poco por este camino y me voy. Sí, habrá más días de caza, buah, me duele la cabeza, preferiría irme a dormir un rato antes que aguantar a la histérica de mi madre, al seboso abogado que tiene —estoy seguro que se lo tira— y al formal de Tomás. Al fin y al cabo ya sé lo que pone, sí creo que no iré a la notaría, no me apetece. Me meo, pararé en este llano, precioso el coche, te adoro papá, bueno no creo que te guste donde estés verme con él en medio de este camino abandonado. “Coge el todoterreno, coño”, me dirías… da igual ya no me puedes controlar. Adiós, papá, mira lo que hago con tu coche, uf, qué alivio. Bueno voy a ver dónde puedo dar la vuelta…

El sendero que se abría delante de Humberto estaba cubierto de baches junto a pequeñas planicies en las que las raíces de los árboles surgían indiscretas. Era fácil encontrar algo alrededor que relajara o sugiriera imaginación sin control. Para Humberto, sin embargo, no era más que otra unión indisoluble del odioso azul y verde. Sólo dos colores que se mostraban afines y demasiado presentes en la naturaleza.

¡Cómo es posible que siga atascada la carretera, ni notario ni leches! Me voy de una vez… ¿qué te pasa a ti? ¿Te molesta que te adelante!? ¡Pues que te den! Panolis, refinados, mira mi bólido, mejor que tú… ¡te jodes y me dejas pasar! Qué dolor de cabeza, el whisky, qué mal me ha sentado… claro, tanto disimular la pena, ha debido de comprimir mi cerebro… mi madre lo debe tener hecho papilla, jajaja, pobre, y no que quiere que la abrace! Buah, hace años que no lo hago, ¿ahora por qué? ¡no, qué va! ¡Que lama la calva de su abogado bobalicón, coño! ¡Qué desgraciada! Ostras, al reír me duele más aún la cabeza… y las gafas, me mata este sol, ¿dónde habrán ido a parar mis rayban?”

Con un brusco acelerón Humberto había conseguido colarse de nuevo entre la hilera de coches en el otro sentido, dejando a su espalda la curiosidad de sirenas y faros alrededor del accidente. Era mediodía ya, el sol apenas concedía paso a la brisa que llegaba de las montañas, para suavizar la incipiente primavera.

Ya estoy aquí, sí, aguantaré y acabaré cuanto antes con todo esto… ¡qué pesado, sí, ya, ya…! Espero que sea importante… porque si no ¡me van a oír! Vaya, ahí va mi madre y su novio! ¡Qué curioso, ella también llega tarde, quizás nos parezcamos más de lo que creo… jajajaja… Está guapa, erguida, claro que con ese adefesio al lado… joder, qué dolor de cabeza, venga, acabemos cuanto antes…

Le costaba subir las escaleras hasta un tercer piso. Humberto prefirió no coincidir con su madre en el ascensor… además no le gustaban demasiado esos cacharros claustrofóbicos y opacos. Ni siquiera en un edificio como aquel, lujoso, moderno, en blanco y cromado, el ascensor se alejaba de una sensación de caja fuerte atrapapersonas.

“hagan lo que sea por sacar a mi hijo de ahí, inmediatamente, mi hijo está atrapado…”, vaya voces daba el viejo a todo el mundo, ¡cómo mandaba el cabrón, diez minutos tardaron, pero rodaron cabezas, vaya si rodaron… su dulce secretaria, la primera, desde entonces pasó a tener un secretario… Jodido viejo, ¡qué grande, lástima que su baba al final fuera tan repugnante.

El despacho del notario estaba precedido por una antesala luminosa, en cuyo centro sobre un estrado de metacrilato una señorita daba la bienvenida. Con protocolo y cierta parsimonia les acompañó al interior de la sala donde les esperaban hacía rato. La congregación de tantas personas sorprendió a Humberto que, en un gesto de educación, dejó entrar primero a su madre. El taconeo de sus botas rojas fue lo último que se escuchó antes de que la bella secretaria cerrara la puerta tras de sí.

¡Qué se habrá creído esa panda de cretinos, ese deforme ser, baboso y arrastrado cree que se va a quedar con lo mío… “represento los intereses de Doña Elena Crespo Moreno…”, bla bla bla. ¡Mentecato…! y mi padre qué cabrón, te odio donde quieras que estés… Te maldigo, no puedo creerlo, yo, a mí, sí tu adorado hijo maricón, … no podía seguir escuchando más, me estallaba la cabeza… ¿qué voy hacer? Dios, sí, qué…? Pero ¿qué digo…? Todo es mío, soy el único heredero, el único… no lo permitiré, me voy de aquí, no, vuelvo a entrar… pero y quién es ese indeseable, quién lo ha invitado a esta fiesta… es una emboscada, todos contra mí y tú el primero, allá te pudras en el infierno… pedazo de putero… “como herederos a partes iguales… y para el otro hijo de Don Humberto…“ pero qué dice, no me extraña que mi madre te dejara… sí, ella también lo sabía, lo sabía seguro… ¡Qué voy hacer ahora! Esto es el final, el imperio era para mí, él me lo decía… ¡este dolor me mata!”

La tarde transcurría con el azul y el verde difuminados en una absurda lucha dentro de Humberto que, a manos del volante de su flamante deportivo, iba sin rumbo fijo. No quiso saber más dentro del despacho, no escuchó el final de la hermosa historia de amor de su padre cuyo punto culminante era un aumento de la familia inesperado. El acantilado que se abrió como una brecha dentro de su alma le empujaba hacia el vacío más absoluto.

Apenas saludó al portero al entrar; con un gesto de desdén le esquivó cuando iba a decirle algo. Descalzo, agotado tras haber conducido durante dos horas sin rumbo, se lanzó sobre la cama derrotado por el peso de la incertidumbre. La luna comenzaba a asomarse por el horizonte naranja. Un sinfín de sombras comenzaban a reflejarse sobre las paredes de la habitación del ático.

Mañana volveré a ir de caza, sí. Pero esta vez acabaré con la presa, luego quizás visite a Tomás para aclararlo todo… sí, eso haré pero ahora quiero dormir, la cabeza me va a reventar, me duele mucho, mucho…

¡¡Eh!!! y tú quién eres, qué quieres de mí, ¿te conozco? ¿Cómo has entrado? Socorro… ¿qué haces aquí? Tengo dinero, mucho dinero sí te lo daré todo, todo…

Con el rostro sobrecogido por el miedo, sus ojos se abrían, dejando las cuencas ennegrecidas por el maquillaje que se iba desvaneciendo. Retrocedió hacía la cama, huyendo de una imagen irreal que era la suya propia. Antes quiso deshacerse de sí mismo destruyendo lo que veía. Corrió para esconderse. Con la colcha se cubrió completamente el rostro horrorizado, ahogado por su propio miedo. La mujer de la limpieza encontró a Humberto al día siguiente con un gesto de espanto en su rostro sucio y varias manchas de sangre en su mano. Le llamó varias veces, finalmente avisó al portero y éste a la policía. Se pensó en el móvil de un robo, pero todo estaba en su sitio; se barajó un suicidio, pero nada inducía a ello. El dictamen del juez fue muerte natural. En el espejo del armario había señales de un golpe fuerte con un puño. Un pequeño rastro de sangre dibujaba una línea hasta la cama.

La pelota Por Ana Riera

No. No le había molestado que la llamara “señora”. Ya sabía que no tenía 20 años. Además, no era más que una fórmula, como otras tantas. No, no había sido por eso.

A pesar de haber cumplido ya los 50, Mónica se sentía a gusto con su aspecto general. Aún tenía un cuerpo atlético. Y todavía reconocía sus rasgos en la imagen que le devolvía el espejo, incluso recién salida de la ducha, sin maquillaje ni cremas milagrosas.

Claro que había cosas que la desconcertaban, negarlo sería una estupidez. Como cuando compraba un billete por internet y la pantalla le pedía que introdujera la fecha de nacimiento. El día y el mes no suponían un problema. Pero al llegar al año, le sorprendía lo mucho que tenía que descender por la pestaña que se desplegaba. ¿De verdad habían pasado todos esos años? Primero los que empezaban por 20, como 2022, 2021, 2020. Y luego, mucho más abajo, los que empezaban por 19.

Mónica tenía que reconocer que imaginar los miles y miles de personas que habían nacido después que ella le producía una intensa sensación de vértigo. Como si se asomara a un precipicio del que no alcanzara a ver el fondo.

Pero hoy no había sido nada de eso lo que la había sumido en un estado de profunda nostalgia. Comprendía perfectamente que para el niño que asomaba la cabeza entre los barrotes de la valla para pedirle el balón que había ido a parar a la calle, ella fuera una señora con todas las letras.

El problema es que esa escena le había hecho recordar de golpe otra muy parecida, solo que con los papeles intercambiados. Ella era la niña, la que asomaba la cabeza entre los barrotes, con el pelo revuelto y las gotas de sudor escapando por debajo de su flequillo rebelde.

“¿Por favor señor, podría pasarme esa pelota?”

Su voz le sonó extraña en el recuerdo. El hombre estaba medio de espaldas. Mónica no podía verle la cara. Hasta que se giró y vio que se trataba de su profesor de gimnasia. Se alegró de que fuera él, porque era muy simpático, pero recordaba que le había parecido muy mayor. Y eso a pesar de que no tendría más de 40 años.

Fue eso, la sensación que volvió a experimentar de repente al rememorar aquel momento de su pasado, lo que le produjo el desasosiego que ya no la había abandonado en todo el día, como si se le hubiera pegado a la piel para, poco a poco, irse filtrando por sus poros.

Quizá fue por eso. O tal vez eso no fuera más que el detonante, la gota que colmó un vaso que venía llenándose en silencio desde hacía mucho tiempo. Pero en cuanto oyó las llaves girando en el pomo de la puerta, Mónica sintió como una oleada de ira le subía dese lo más profundo de las entrañas, abriéndose paso como un tsunami, hasta que le salió por la boca en forma de reproches. Se los lanzó de inmediato a la cara y no paró hasta quedarse completamente vacía.

Ni la cara de desconcierto de él, ni los años compartidos, ni al rato los ojos de súplica que la miraban desde el otro lado del salón, sirvieron para aplacarla. Curiosamente, en cuanto lo hubo soltado todo, sintió una paz que, por fin, desterró toda la nostalgia de su cuerpo.