Clara se despertó de golpe. Se sentía como si acabara de tener una pesadilla, solo que con la mente en blanco. Una oscuridad densa y pesada lo envolvía todo. Instintivamente abrió más los ojos, pero lo único que consiguió forzándolos es que le doliera el entrecejo. Volvió a cerrarlos, respiró hondo varias veces intentando apaciguar su cuerpo. Los abrió de nuevo lentamente, poniendo mucho mimo en ello. Pero se tropezó de nuevo con una negrura infinita. ¿Seguía dormida? ¿Se trataba de un sueño desagradable que la tenía atrapada entre los brazos de Morfeo? Se revolvió entre las sábanas, inquieta. Sí, tenía que ser eso. ¿Qué si no?
Automáticamente buscó a tientas el móvil. Usaría la linterna para ver qué ocurría. Su mano tropezó con la mesilla, pero encima no había nada, ni siquiera una lamparilla. Solo una superficie desnuda y fría. ¿Dónde lo habría dejado? Seguía notándose rara. De hecho, le costaba reconocerse en su propio cuerpo. Se sentía pesada, abotargada. ¿Estaría enferma? ¿Por qué no podía ver nada? Era todo demasiado extraño. Tenía que ser pragmática. Era el único modo de arrojar algo de luz sobre lo que le estaba sucediendo.
Trató de fijar toda su atención en lo que ocurría a su alrededor concentrándose en sus otros sentidos. Si estaba soñando, antes o después se daría cuenta. Empezó por el oído. Lo aguzó para tratar de reconocer los sonidos que llegaban hasta ella. Le pareció captar el sonido del viento soplando lejos. Era un sonido familiar que le llegaba amortiguado, como el rumor de fondo de un océano invisible. Se concentró de nuevo, tratando de escuchar en la dirección opuesta. Le respondió un silencio atronador. Si ese fuera su piso, se oirían muchas cosas. Su sentido común le decía que si había alguna pieza que no encajaba, tan solo podía ser porque aquello no era real.
Decidió seguir con el olfato.¿Había olores en los sueños? No supo que responder. Elevó ligeramente la nariz y olisqueó el aire. Reconoció al instante el aroma que desprendía su cuerpo. Era suave y con un toque dulzón.Siguió olisqueando. Detectó un olor a humedad y a metal. Eso le extrañó, porque en su dormitorio los muebles eran de madera, de corte rústico. Y el suelo era de parquet. El resultado era muycálido. Le encantaba.Esa discrepancia la desconcertó. Se pellizcó ligeramente el brazo. La piel se rebeló ante el latigazo de dolor. Le quedó claro que todo era demasiado real, demasiado concreto como para ser un sueño.
Probó con el tacto. Extendió los brazos y palpó debajo de las sábanas, alrededor de su cuerpo. Era una cama grande, de matrimonio. Le pareció más grande que la suya. Estaba ella sola, ocupando el lado derecho. Se movió ligeramente. La cama emitió un chirrido que no fue capaz de identificar. Empezó a considerar seriamente la posibilidad de encontrarse en un espacio desconocido. Eso la intranquilizó. ¿Cómo habría llegado allí? ¿Por qué no conseguía ver? ¿Cómo iba a orientarse en un lugar que no conocía enesa negrura sin fondo? El pánico aceleró su respiración e hizo brotar el sudor por los poros de su piel. Apretó los ojos al máximo y luego los abrió de golpe, esperando al menos ver algún contorno. Pero el negro siguió ocupándolo todo. Estuvo a punto de dejar escapar un grito, pero en el último momento consiguió dominarse. “Tranquilízate, Clara. Si es un sueño, servirá de nada; y si no lo es, podría ser una imprudencia”. Probó con una técnica de respiración que le había enseñado su amiga Lola. Logró recuperar la compostura.
Mientras respiraba, tumbada en la cama, sintiendo como el aire entraba y salía de sus pulmones, hizo todo lo posible por evocar lo último que recordaba antes del instante en que se había despertado. Le costó, porque la angustia había sumido su mente en una espesa neblina.“Piensa, Clara, piensa. No dejes que el miedo te domine y te paralice”. Por fin se materializaron las primeras imágenes. Había estado en una fiesta con su amiga Bea. Había bebido bastante. Se recordó bailando en la pista, canción tras canción, sin notar el dolor de pies a pesar de llevar sus sandalias nuevas de tacón. Había dejado que la música la envolviera de arriba abajo, haciéndola levitar. Eso era lo último que recordaba, una sensación de ligereza y de felicidad como jamás antes había sentido. Su mente obstinada se negó a ir más allá.
¿La habrían drogado? Si así era, podía estar en peligro. De repente sintió la necesidad de alejarse de aquel lugar, que ahora se le antojaba inhóspito. Pero seguía sin ver nada. Se le aceleró de nuevo el pulso, pero en esta ocasión su cuerpo se puso en señal de alerta y empezó a segregar adrenalina. Quizás por esole vino esa imagen a la cabeza. Era la escena de una película. Una chica ciega trataba de orientarse en un espacio que no le era familiar.
Apartó las sábanas y se incorporó. Imitando a la chica de la secuencia, se dedicó a palpar todo aquello que estaba al alcance de sus manos. La cama tenía un cabecero tras el que había una pared. Junto a la cama estaba la mesilla. Se hizo una primera composición del lugar en el que se hallaba. Pero debía ampliar su campo de acción. Se puso de pie y extendió los brazos delante de ella. Empezó a avanzar muy lentamente. Dio un par de pasos pequeños. Luego otros tres. Sus manos se toparon con una superficie grande y lisa. Tenía que ser una pared.
Se dio la vuelta de forma que su espalda quedara apoyada contra ella. Ya solo tenía que desplazarse lateralmente, sin despegarse, hasta que encontrara la puerta. No tardó en chocarse con una estructura que sobresalía. Se colocó delante y la resiguió con las manos. No llegaba hasta el suelo. Era una ventana. Valoró la idea de abrirla, pero decidió que le sería más útil encontrar la puerta.
Alcanzó una esquina y siguió por el nuevo tramo de pared. De nuevo chocó contra algo. ¡La puerta! Buscó el picaporte. Encontró un pomo. Tiró de él. Le inundó de inmediato el olor inconfundible de la naftalina. Tras unos segundos de desconcierto, se dio cuenta de que era la puerta de un armario. Siguió andando. Otra esquina. Otro tramo de pared. Ya tenía que estar cerca. Pero para su sorpresa, volvió a tropezarse con la cama. Por un momento temió encontrarse en una especie de zulo sin puerta. Una sensación claustrofóbica le atenazó los miembros. Experimentó una leve sensación de mareo. Trató de serenarse. Vamos, Clara. No te rindas. Esto no tiene ningún sentido. Piensa.
Analizó el recorrido que acababa de realizar. Cabía la posibilidad de que hubiera escogido la dirección equivocada, que la puerta estuviera cerca de la cama, justo en el trozo que todavía no había recorrido. Se tranquilizó un poco, lo suficiente como para seguir adelante. Cruzó la cama arrastrándose a cuatro patas por encima de la colcha. Al llegar al extremo opuesto, se puso de pie y volvió a usar la pared como punto de referencia. Nada más doblar la esquina, se topó con la puerta. ¡Por fin!
Buscó el picaporte. Era metálico y estaba frío. Lo presionó con delicadeza. Cedió a su presión, pero no se abrió. Presionó con más fuerza, una, dos, tres veces. La puerta siguió sin ceder un ápice. ¡Estaba encerrada!
La sensación claustrofóbica regresó de golpe. Estaba prisionera, en un lugar desconocido y la oscuridad era tan absoluta que no podía ver nada. Desesperada, se fue deslizando hasta quedar sentada en el suelo, con las piernas encogidas, las rodillas muy cerca de su barbilla, los brazos abrazando sus piernas. Jamás se había sentido tan poca cosa, tan insignificante. Así debían sentirse las hormigas cuando veían acercarse la suela de un zapato gigante. Primero la sombra avisando del peligro y luego la sensación de no poder escapar a lo inevitable. ¡Clara, no tires la toalla! No puedes permitírtelo, ahora no. Seguro que la hormiga intentaría hallar una salida hasta el último momento. Tiene que haber algo que puedas hacer.
¡La ventana! Se acordó de repente. Debía tener contraventanas o una persiana que impedía que entrara la luz, pero tal vez no estuviera cerrada a cal y canto como la puerta. Se puso en pie de nuevo. Toda su energía se centró en un solo objetivo: alcanzar de nuevo la ventana, inspeccionarla a fondo, tratar de hallar una vía de escape. Repitió el recorrido de la primera vez, desplazándose hacia su derecha sin despegar el cuerpo de la pared. En seguida dio con ella. Resiguió con las manos todo su perímetro. Sí, tenía contraventanas. Buscó con manos temblorosas el sistema de anclaje. Se pellizco la mano tratando de abrirlas. Dejó escapar un grito ahogado e instintivamente apartó la mano. Pero en seguida volvió a la carga. Un chirrido como un lamentó le confirmó que lo había conseguido.
Creyó que un chorro de luz inundaría la estancia permitiéndole recuperar la visión. Pero no fue así. La ventana estaba dotada también de una persiana. Un hilito casi indetectable se colaba por los agujeritos de la franja inferior. Lo suficiente como para que la oscuridad dejara de ser absoluta. Clara dejó escapar un hondo suspiro. ¡No estaba ciega! Sus ojos recorrieron velozmente la habitación. Decididamente, nunca antes había estado allí. No reconocía nada. Ni la cama, ni la mesita, ni el armario, ni la puerta. Respiró hondo otro par de veces. A pesar de seguir encerrada, sintió un cierto alivio. Al menos podía ver.
Buscó el mecanismo para levantar la persiana. Tan solo encontró un interruptor. Quizás fuera automática. Probó. ¡Sí! Eso es, Clara. ¡Ahí has estado bien, muy bien! A medida que subía con un zumbido metálico, la luz empezó a filtrarse dotando de vida la habitación. Sus ojos tardaron un poco en adaptarse a la luminosidad, pero al poco empezó a distinguir los detalles. Las sábanas eran moradas y la colcha mostraba un estampado multicolor de franjas irregulares. El resto era blanco, anodino. Le hizo pensar en una habitación de hospital.
Se giró de nuevo hacia la ventana y la abrió de par en par. Una brisa cargada de promesas le explotó en la cara llenándola de energía. Se sintió pletórica. Se acercó un poco más y asomó la cabeza, emocionada. Lo que vio, sin embargo, le cambió el semblante. Mirara en la dirección que mirara solo se veía un paisaje árido y desolado que le era completamente desconocido.No había ni una sola casa, ni un solo ser humano, ni siquiera algún animal. La ventana, por su parte, se hallaba a unos veinte metros del suelo. No había forma de escapar.
Mientras trataba angustiada de que el aire llegara a sus pulmones, le pareció ver que algo se movía tras una gran roca situada a unos tres metros de la casa. Pensó que tal vez no estuviera todo perdido.Grito con todas sus fuerzas. ¡Ayuda, aquí arriba, por favor! ¡Necesito ayuda! Espero unos segundos que le parecieron eternos. Por fin una forma se materializó ante sus ojos. ¡Era una persona! Gritó de nuevo. ¡Ayuda, estoy aquí arriba, en la ventana! El individuoEra un hombre alto y fuerte. ¡Menos mal! ¡Estaba salvada!Entonces él levantó la cabeza. Lo hizo como en cámara lenta, contrastando con la urgencia de ella. A Clara se le encogió el corazón en el acto. Al ver su rostro, recordó nítidamente una escena de la noche anterior. Ese hombre se había acercado a ella mientras bailaba y le había susurrado algo al oído. “En unos segundos te desmayarás y te convertirás en mi prisionera”. La mirada sádica que descubrió en su cara al mirarlo de nuevo hizo que se le helara la sangre en las venas.