Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (17)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

 

Título

Perú: Viviendo unos días con la familia

Objeto

Timpu

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Los novios tomaban Timpu simbolizando su UNIÓN; habrán ALEGRÍAS y DESGRACIAS pero la FAMILIA siempre será símbolo de unión, al menos por palabra” – SOL y LUNA –

Escrito

… no quiero sufrir como mis padres, necesito trabajar y estudiar, aunque ello me suponga dormir pocas horas; a veces me voy a dormir a las dos de la mañana y me levanto de nuevo a las seis para ayudar a mi madre con mis cinco hermanos, pero es lo que tengo que hacer, no me toca otra si no quiero verme llorando a las puertas del comedor sin saber qué poder dar de comer a mis hijos…

Tras oír estas palabras me quedé sin aliento, al momento que veía cómo mis ojos se cristalizaban sin la ayuda de aquella cebolla que acompañaba esa sopa de quinua servida bajo plato de barro que, junto a unas pocas papas y queso de vaca frito, me nutrían en aquella cálida casa de adobe.

Había llegado a ese Lago Sagrado en donde los Aymaras y los Quechuas se encontraban para venerar al Sol y a la Luna, me encontraba en la Isla de Amantani, acompañado de Emiliana, Vanesa, Fátima, Braulio y la pequeña Ruth, los cuales me recibían con los brazos abiertos y con sonrisas sin compromiso en su hogar.

Un hogar en donde la palabra tomaba de nuevo el sentido principal de la vida, un hogar en donde cada uno de ellos era escuchado, un hogar en donde la privacidad personal en torno al sentido de la familia parecía no entender de barreras. Allí se encontraban todos ellos mostrándose tal como eran mientras aquel cuy correteaba entre nuestras piernas esperando el sitio donde dormir esa noche, para ser cómplice de aquel que daría respuesta a cada uno de nuestros males.

Con ellos conocí el templo del sol en donde la sangre de la Llama sería derramada un 21 de Junio y el templo de la Luna, donde desgranamos con nuestras garras aquella muña que servía de aliento a la falta de oxígeno producto de la altura; una muña que hacíamos volar por el aire como símbolo de donación a esa tierra, al momento que nuestros rostros se veían cubiertos por un aire frío que nos hacía despertar algo más que nuestras fosas nasales, pues la libertad no era tomada como una utopía.

Al cabo de un rato, y como si de una respuesta se tratara, veíamos cómo el cielo se volvía gris mediante unas nubes que parecían tomar vida, y fue allí donde agujas de agua se empezaron a clavar en nuestros rostros. Nosotros corríamos en medio de esa oscuridad que nos acechaba que tan sólo se veía iluminada por relámpagos que acababan depositando su fuerza en esas aguas, tal vez para dar luz a ese pueblo perdido de Tiahuanaco que hoy dormía en el fondo del Titicaca.

Tras llegar a la casa, esa madre con manos y rostro quemado por el sol seguiría arropando los discursos de sus hijos, al momento que cargaba a sus espaldas el pequeño de los mismos; parecía tener la necesidad de mantenerse a su lado, pues alguna enfermedad tal vez estuviera a punto de florecer en su interior. Como amor de madre, sentía la necesidad de estar en todo momento a su lado y para ello guardaba la placenta de cada uno de ellos entre hojas de muña, pues el día de su muerte las mismas serían enterradas con ella… ya que toda madre, sin desear la muerte, esperaba morir abrazada a sus hijos…

Y ese virgen vientre seguiría levantándose a las seis de la mañana sin ojos cristalinos para poder ofrecer un plato de barro con comida a sus hermanos, pues uno da lo que recibe… Gracias por haberme dado tanto… sólo me cabe decir que no hay madre sin padre…

 

Deja un comentario