Cartas a Clara (1972) Por Gabriele Renneisen

Primera carta, mayo 1972 

¡Querida Clara!

¿Cómo estás? Seguro que cada vez mejor instalada en tu casa. Al final todo es cuestión de tiempo.

¡Cuánto me alegra oír que tu mamá está mejorando, que la terapia está mostrando ya sus resultados! Estará muy contenta de tener a su hija tan cerca. Bueno, de un ictus se recupera muy lento, me han dicho.

Te echo de menos, Clarita. Con melancolía nos veo sentadas en la mesa de tu cocina o la mía cuando tú me enseñabas el castellano y yo te ayudaba con tus deberes de la clase de alemán. ¡Cómo nos hemos divertido, Clara!

Fíjate, después de vuestra partida precipitada volviendo a España se instalaron otra vez españoles en vuestra casa. La vecina se llama Pepa y es una persona encantadora y muy hacendosa. Hemos celebrado el Festival de la Canción de Eurovisión juntos con ella y su familia. ¿Recuerdas que Alemania participó, representada con Katja Ebstein y su canción “Diese Welt” (Este mundo)” y España con Karina que cantó “En un mundo… algo”? Pues, por fin quedó claro que va a ganar Severine de Francia. España y Alemania quedaron cerca como favoritos. Después de una carrera codo a codo ganó España la batalla para el segundo sitio, seguido de Alemania. ¡Qué alegría en nuestra casa! Así bailábamos hasta el amanecer cantando “Diese Welt” y “Al final del camino… en un mundo nuevo y feliz” en el idioma correspondiente.

Te habría gustado. Ay, Clarita, cómo te echo de menos. Sobre todo porque me gustaría preguntarte tu opinión y consejo; sabiendo que sueles ver las cosas de un punto de vista muy práctico y muy claro. Te cuento:

Ya conoces a mi amiga Hilde, ¿no? La chica con pelo rojo que tiene una moto. Pues, ella tiene un trabajillo: le sacaron fotos para el departamento de ropa interior de una empresa de venta por catálogo.

No es un trabajo, dice Hilde, es un placer, que mejora la autoestima y con el dinero te puedes financiar unos caprichos. Me convenció para presentarme en la misma agencia para hacer lo mismo.

Para eso nos dirigimos a la zona del puerto, disfrazadas con pañuelos y gafas de sol grandísimos. Hoy pienso que tendríamos que haber aparecido más discretas, hemos atraído mucha atención con la imagen de damas en una ciudad de trabajadores como Ludwigshafen.

Al pie del edificio cambié de idea, no quería entrar, pero Hilde me forzó y me presentó a Jo, del jefe de la agencia LUNA. Jo es un tipo larguirucho con nariz aguileña, presumido pero amable.

Me dijo que representan y proporcionan artistas a empresas según necesidad, que tienen varios tipos de clientes empresariales. Como la campaña para el nuevo catálogo todavía no ha empezado nos ofreció otra cosa.

Saliendo de la agencia quedamos sin palabras. Ni siquiera Hilde podía hablar. Un ofrecimiento escandaloso. Nos ofreció trabajar como acompañantes. Te vas a preguntar, qué es eso de trabajar como acompañantes, ¿no?

Pues se trata de acompañar y “algo más” a distintas clases de clientes, gerentes adinerados o mujeres de negocios a nivel internacional. La agencia requiere una buena capacidad de diálogo, otros idiomas y por supuesto mucha discreción.

Cuando hablan de “algo más” no hablan de erotismo, sino de simple sexo, nos explicaron, pero dejan libre qué encargo el trabajador acepta y cuál no.

El abanico de servicio incluye también un test de fidelidad. Para ello utilizan a jóvenes acompañantes, tanto masculinos como femeninos, de un buen aspecto exterior para evaluar a personas potencialmente infieles a su pareja. No creo que me contraten para esto, desde que te fuiste he ganado peso, por lo menos medio kilo. ¿No crees que esté demasiado bajita para llevar a un hombre a la infidelidad? Vaya, me gustaría probarlo, jejeje.

En cuanto nos recuperamos, Hilde dijo: — ¿Nos puedes imaginar…?

Una imagen demasiado ridícula, nosotras en ropa sexy, bebiendo champán o lo que sea.

No ha terminado la frase, estallábamos en carcajadas y cantábamos “En un mundo nuevo y feliz….”

Pues poco después Hilde me estimuló mi curiosidad al decirme que tiene su primer encargo con el ministro del Interior y que aceptaría todas las extras que le pida su “prestigioso” cliente. Ay Clarita, ¡cómo se despertó ilusiones cuando luego me contó todo!

El ministro del Interior invitó a bastantes mujeres: unas alumnas de la escuela de teatro, unas modelos, compañeras de la agencia, y dos cantantes en el mismo hotel en que se presentó una conferencia “top secret” sobre la seguridad interna del estado.

Estuvieron el jefe de la agencia de contraespionaje, empleados de la fiscalía general del estado, dos empleadores de la oficina federal de protección de la constitución, el fiscal general federal, unos miembros del cuerpo militar y, por supuesto, el ministro de interior mismo.

Tomando el aperitivo, todavía de pie, ya se habían dado los primeros contactos, manos masculinas en sitios de los cuerpos de las chicas donde no se pertenecen, sirvieron platos exquisitos: sopa de vino de Riesling con tiras de salmón, sorbete de limón, lengua de vaca en salsa de Rioja, judías verdes caramelizadas, puré de patatas con trufas, espuma de naranja y maracuyá.

¿Has comido ya judías verdes caramelizadas? Dice Hilde que es una delicia.

Después del segundo plato un general dijo a una de las cantantes: “Tu escote me vuelve loco, Püppchen. No puedo esperar ni un momento más. Mueve tu culito y vamos a divertirnos en un sitio reservado donde hasta sirven el postre.” Tardó un buen rato la cantante en enterarse de lo que le había dicho, y su cara cambió del color rojo al blanco, y al revés. Mientras tanto, los que los rodeaban quedaron callados, pendientes de lo que iba a pasar, hasta que ella reaccionó. ”No hable así conmigo. ¡Qué vergüenza! Soy una invitada del ministro. Voy a quejarme con el ministro.” “¿Por qué crees que el ministro te había invitado, eh?” Todos reían. Animado de las carcajadas replicaba el general: “Si no mueves tu culito ahora mismo, adiós a tu carrera porque con tu voz afónica no irás muy lejos”. A paso de tortuga, pero con la cabeza erguida permitió que el general la acompañara afuera.

A Hilde le tocó servir a un señor mayor, un pez gordo en los asuntos de espionaje, muy educado, pero con problemas de erección. Le pregunté si no le molesta acostarse con un desconocido, tal vez feo o como sea. Me respondió que no sería tan importante si es feo o no. A veces son brutos y a veces piden cosas que tú ni siquiera puedes imaginar… (yo tampoco, creo). Hilde negó darme unos detalles, no tengo idea. Lo del bruto ya lo conocía por su marido, a los demás una puede acostumbrarse y a veces también le gusta.

Dice Hilde que los hombres son unos pobres imbéciles, dependen de una y suelen disfrutar y aprovechar ese momento cuando agradecen la dedicación femenina. Me gustaría conocer tu opinión sobre este tema, Clara. ¿Tú crees que tu amable Custodio es un imbécil y que tú lo dominas? No me gusta la idea de dominar a alguien o que alguien me domine a mí. ¿A qué tipos de humanos le gusta eso?

Al final Hilde se divirtió mucho. Además, el pez gordo le avisó que tal vez tiene encargos interesantes para ella, fue tierno y muy atento. Dice Hilde que al principio todos se comportan como príncipes y que Karl se acercaría de la misma manera a otras mujeres. No me lo podría imaginar de ninguna manera que Karl se acercaría a otras mujeres. ¿Tú lo podrías imaginar de mi marido o de tu Custodio, de tu ese maridito que tú tienes?

Ay Clarita, ¿qué hago? Me gustaría divertirme, simplemente divertirme. Ganar dinero sería un capricho adicional. Podría gastar dinero para los niños y ahorrar una parte para un coche, para vacaciones… Con este trabajo emocionante no veo nada prohibido, aunque la reputación de una acompañante no es algo para presumir.

Karl no se enteraría cuando trabaja en el turno de noche, los niños dormirían y al lado del teléfono había escrito un número de emergencia como siempre. Jo me confirmó que no contiene ningún riesgo. No haría nada malo. No contarlo no es una mentira, ¿no?

Clara, Clarita, ¿Qué piensas tú? ¿Qué me aconsejarías? Dime, por favor, tan pronto como puedas.

Envíame fotos, por favor, para que podamos hacernos una idea de vuestra casa. Tienes que ponerme al corriente de cómo vais a acostumbraros a vuestra nueva vida. ¿Al final ya tienes la ocasión de pasear por la Gran Vía? ¡Qué pareja me imagino: tú, con tu pelo negro brillante y tu tez como café olé al lado de Custodio, tan alto y guapísimo! Se reconoce que está muy orgulloso de tenerte.

Por aquí todos estamos bien, excepto mi suegra, que seguramente está muy bien pero se lamenta todo el tiempo de cualquier cosa. A Karl no le falta mucho tiempo hasta los exámenes. Una vez aprobados espera que le asciendan a un nuevo puesto con más responsabilidad y más pasta.

Los niños participaron en los juegos nacionales juveniles. Una vez más Moritz mostró que el deporte no es su vida. Al contrario de Klaudia, que ganó dos medallas. Te envían un montón de besos.

 

Así te dejo,

con un abrazo fuerte,

Irma, desde Ludwigshafen

 

 

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