Un abrazo diferente Por María José Prats

 

Beltrán se subió el cuello del abrigo, no le hacía falta, pues soportaba el frío de maravilla, pero lo hizo de todas maneras.

El viento gélido de esa madrugada azotaba con fuerza y él se había acostumbrado a copiar los gestos que hacían los demás para pasar desapercibido, y en ese momento era lo que más deseaba.

Miró a ambos lados de la calle pero no había nada interesante, sólo parejas entrelazadas, grupos de amigos vociferando, nada, nadie que necesitara de su agradable compañía.

Decidió bajar a La Puerta del Sol, por allí pululaban jóvenes, riendo y moviéndose lo más posible para esquivar el frío.

Paseó la mirada por aquí y por allá, buscando en los ojos que se cruzaban con los suyos la chispa que necesitaba, pero nadie reparaba en él, así que encaminó sus pasos hacia Huertas.

Al llegar comprobó que estaba como siempre, “hasta la bandera”. Gente entrando y saliendo de los pubs entre risas y voces sin importarles que fueran las cuatro de la madrugada, ni que los sufridos vecinos tuvieran que despertarse en pocas horas. Se encontró con un grupo de chicas; las siguió sin esperanza hasta que se pararon ante uno de los pubs. La puerta se abrió dejando salir una música estridente que hirió sus oídos. Una de las chicas negaba con la cabeza, mientras las demás la miraban extrañadas:

—¿Qué te pasa Toñi? — comentó una de ellas.

—Pues que yo ahí no entro, seguro que está Javi y no quiero verle.

—¡Pero, bueno! ¡Tú eres tonta!, si te lo encuentras pasas de él, al igual que él pasa de ti.

—¡Qué no, que no entro!

—¡Allá tú! ¡Eres bien rarita, tía! Yo voy a entrar, así que ya sabéis, la que quiera que venga y si no… —respondió la “cabecilla” del grupo.

—¡Vale, quedaros! Yo me voy a casa —dijo Toñi, enfadada.

Al darse la vuelta, tropezó con “el hombre más guapo que jamás había visto” y le miró extasiada.

—¡Vaya amigas que tienes! —dijo Beltrán sonriendo.

Toñi se puso colorada ante el comentario de “aquel bellezón”, e intentó defender a sus amigas.

—No, si son muy majas, pero es que… bueno… la verdad es que son unas guarras, me han dejado tirada como a una colilla, ¡paso de ellas!

—Mira, te invitaría a una copa, si tú quieres, pero he oído que te vas para casa.

—Yo no bebo alcohol, además no te conozco de nada, es más… no sé ni cómo estoy hablando contigo —decía ella, aunque en el fondo se sentía atraída por el hombre.

Me llamo Beltrán y la verdad es que tienes razón, pero me apetecía hablar con alguien, más que meterme en estos sitios de tanto ruido. Mira, te invito a uno de ahí abajo, ponen música tranquila y se puede charlar sin tanto griterío.

Toñi le miró y pensó: — ¿Por qué no? Acababa de ligar con un tío estupendo, distinto a los que conocía y sobre todo al “petardo” de Javi.

Iba caminando a su lado tan contenta preguntándose, cómo un hombre tan guapo quiere —sólo— charlar, y también preocupada, pues era la primera vez que le ocurría algo así.

Entraron en un elegante pub y a ella le encantó el ambiente que había: mesas ocupadas por parejas y grupos de gente que hablaban en voz baja ante la tenue luz de unas lámparas colocadas en el centro de las mesas. De fondo una música suave, que sólo había oído en los conciertos de Año Nuevo.

Estaba emocionada, aquello era muy distinto a lo que acostumbrara a ver cuando salía con sus amigas, ¡sus amigas! Sonrió, acordándose de ellas; las veía saltando en la pista de baile a la caza y captura de algún muchacho que las invitara.

Beltrán pidió unas bebidas y comenzaron a charlar. Él llevaba la voz cantante, Toñi se limitaba a escuchar las aventuras que le contaba, sólo contestaba con monosílabos sin dejar de mirarle. Al cabo de una hora, miró el reloj y dio un respingo: —¡Qué tarde! Me tengo que ir.

—Mi padre me va a matar, pues nunca llego tan tarde a casa.

—Bueno, mujer, tranquila, yo te acompaño hasta tu casa. Paramos un taxi y enseguida llegamos.

La muchacha le miró embelesada, segura de que le estaba gustando demasiado. Beltrán pagó, le ayudó a ponerse el abrigo y salieron del establecimiento. La cogió de la mano y ella notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, su mano estaba helada, pero no le molestaba en absoluto, se sentía emocionada.

En el taxi, Beltrán siguió contándole anécdotas de su vida y en un semáforo en rojo la besó suavemente en los labios. Los suyos estaban fríos, pero a Toñi no le importó, deseaba que continuaran sobre los suyos, pero él no lo hizo.

El coche paró en una esquina y se bajaron. Toñi le guió hasta una plazoleta donde la luz de un par de farolas iluminaba escasamente el lugar. Se detuvo ante el portal un tanto envejecido y abrió la puerta. Se volvió para despedirse y Beltrán la besó de nuevo, esta vez profundamente. Ella creyó desmayarse de placer e involuntariamente sus brazos se cerraron en torno al cuello del hombre.

Se dirigieron al oscuro rellano de la escalera y entonces el beso se volvió más apasionado. Las manos de Beltrán recorrían todo su cuerpo, le acarició la cara suavemente, hasta quedarse en su blanco cuello, y allí, donde la vena palpitaba de prisa, él mordió con dulzura. Toñi notó la boca pegada a su cuello, pero no sintió dolor, ni siquiera se dio cuenta de la sangre que salía a borbotones mientras su cuerpo se iba deslizando poco a poco hacia el suelo.

 

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