“Wolves”: Michael Shannon, un tipo resentido que odia a su hijo

Por Horacio Otheguy Riveira

Wolves (Lobos), La última apuesta, 2016, de Bart Freundlich, presenta un tema poco transitado en el mundo del espectáculo: el odio de un hombre hacia su hijo, a ratos enmascarado en una actitud de compañerismo y admiración. Y lo hace de manera muy original, con un estilo de cine negro en el que el drama psicológico se arriesga en una densidad generalmente ausente en el cine de estrellas con deporte al fondo.

Con poco diálogo, una realización ágil que tiene en cuenta una fotografía interesantísima del maestro Juan Miguel Azpiroz, ya que compone como cuadros de exquisitas sutilezas las escenas intimistas, y se entrega de lleno en la espectacularidad del baloncesto juvenil.

Es esta una película que rompe los esquemas propios del subgénero deportivo, tanto si es laudatorio como si es crítico, pues en lugar de ser “una de deporte”, es “con” deporte, alejada de todos los estándares conocidos.

Sí es verdad que en las que el eje es algún deporte muy popular se ha dado bastante el conflicto padre-hijo, especialmente en dos grandes títulos: Marcado por el odio, 1956 -memorias del boxeador Rocky Graziano con Paul Newman- y, ya en exaltación clásica de equipo miserable que triunfa, a pesar del borracho del padre de su estrella, Hoosiers, 1986 con Dennis Hooper en el amargo personaje y Gene Hackman en el duro entrenador, la más premiada con el basket de protagonista. Sin embargo, en esta Wolves la trama se espesa sustancialmente evitando los lugares comunes en planteamiento y desenlace, reduciendo las escenas de balón en mano, y potenciando situaciones muy íntimas, como las sexuales del joven protagonista, resueltas con notable pudor, más sugerentes que explícitas, pero muy importantes en la evolución emocional del personaje.

 

En un hogar con serias dificultades económicas convive un trío descompensado de padres con único hijo: muchacho brillante que, gracias a sus éxitos deportivos también tiene facilidades para los estudios en los que destaca ampliamente. Seductor sin proponérselo, conquista a una muchacha y otra hace lo imposible por tenerlo a su alcance. La vida del adolescente crece y se desarrolla dentro de un proceso en el que lo que más impresiona es su silencio. Incapaz de enfrentarse a su padre, calla la amargura de padecer sus incongruencias y evidentes maldades, como si ambos se comunicaran en un ring de insospechada violencia. Hay en los gestos del padre una agresividad mordiente, y en el silencio del muchacho un dolor inapresable, aunque seguramente consciente. Mientras tanto la esposa y madre también ama a esa figura tan sórdida de un hombre sensible e inteligente, profesor de literatura, escritor que no consigue publicar… y sobre todo un jugador empeñado en destruirse a sí mismo, destruyendo también a su familia. Un hombre que se va desfigurando psicológicamente rumbo a la ruina total… pero la película deja respirar al espectador y abre una coherente posibilidad de camino nuevo… Lo hace aportando una interesante resolución absolutamente cinematográfica. Y es en la ausencia de discurso moralista donde la película establece su poético lenguaje, su carga dramática, sin evitar algunos buenos momentos de juego en la ya clásica competitividad de la sociedad estadounidense.

 

Burt Freundlich (Manhattan, 1970) ha dirigido capítulos de seres de televisión de cierto prestigio y notable éxito popular como Mozart in the Jungle o Californication, y ha escrito y realizado varios largometrajes dentro del amplio género de la comedia, como Volviendo a casa, 1997 (reparto encabezado por Julianne Moore, con quien se casó en 2003, ya padres de dos hijos),  World Traveler, 2001, Ellas y ellos, 2005…, la mayoría de las cuales, como Wolves, no fueron estrenadas en España,  hoy en día localizables online y en cadenas como Movistar.

 

 

Uno de los pocos encuentros verdaderamente afectuosos. Una secuencia fugaz en un sórdido ambiente en que el padre fracasado en cuanto emprende no soporta los continuos éxitos de su hijo.

 

Taylor John Smith, sumamente expresivo en su dolor y su perplejidad en una película que se explica fundamentalmente en imágenes. Aquí, Carla Giugino, su madre, curándole una herida que le provocó su padre “con la mejor intención”.

 

Michael Shannon encarna a un hombre de una patología sumamente peligrosa para sus seres queridos. En él acecha un monstruo que crece a medida que aumentan sus frustraciones como escritor y como adicto al juego, firme candidato a la autodestrucción que se podría llevar a su familia por delante…