Hace 25 años Por Luigi De Angelis Soriano

Los años transcurren, la nostalgia toma cuerpo y la frase “parece como si hubiese sido ayer” ya no es una exageración. Reflexionar sobre el cine de hace 25 años significa revivir experiencias que me transportan a mis primeros días como cinéfilo. Se reproduce mágicamente el olor de las viejas páginas de mi edición de bolsillo de Notre-Dame de Paris, de Víctor Hugo, novela que sirvió de base para The Hunchback of Notre Dame, de Gary Trousdale y Kirk Wise, una lúgubre y admirable sorpresa en el canon de Disney. El fuego y la oscuridad de la escena en la que Juliette Binoche descubre las pinturas que decoran los muros de una iglesia derruida en The English Patient dan vida a una preciosa ilusión. También hacen acto de presencia frases que deberían ser más conocidas, como cuando, en Beautiful Girls, Timothy Hutton pregunta: “Can you think of anything better than making love to an attractive stranger?” y Uma Thurman sabiamente responde: “Going back to Chicago. Ice cold martini. Van Morrison.” (1)

 

_____________ (1) Timothy Hutton pregunta: “¿Puedes pensar en algo mejor que hacer el amor con un extraño bien parecido?” y Uma Thurman sabiamente responde: “Volver a Chicago. Un martini bien frío. Van Morrison.”______________

 

La efectiva comicidad del gran Robin Williams en The Birdcage emerge como un recuerdo divertido… pero triste también, pues él ya no está con nosotros y es muy fácil echarlo de menos. Para honrar su memoria, bailamos luciendo vistosas coronas de plumas al ritmo de “We Are Family”. Así, de forma un tanto caprichosa, reaparecen palabras, escenas y rostros. 

 

El amor es un lenguaje, así lo demuestran el envejecido músico checo Louka (Zdenek Sverák) y el niño ruso (Andrey Khalimon) cuyo nombre da título al film Kolya, de Jan Sverák. Los colores rojo y marrón predominan en escenas delicadamente compuestas. El derruido apartamento de Louka, la tierna mirada de Kolya, una relación que se desarrolla sin palabras porque el adulto no habla ruso y el niño no habla checo, forman un conjunto inolvidable que nos invita a reflexionar sobre los dramas de gente anónima que vive el día a día. La película está ambientada durante la inminente caída del régimen soviético y su influencia en la extinta Checoslovaquia a finales de los 80. La mirada fílmica enfatiza lo íntimo, humano y universal a partir de personajes que tratan de hacer lo mejor que pueden y eso motiva la identificación con aquello que en un principio parecía lejano en tiempo y espacio. La ausencia de cinismo de esta película es refrescante y quizás es lo que nuestra mente necesita aquellos días en los que el cielo está más gris de lo habitual. Kolya brinda esperanza. 

 

Era bastante joven cuando vi una y otra vez Secrets & Lies, de Mike Leigh. En Inglaterra, años 90, Hortense (Marianne Jean-Baptiste), una optometrista negra criada por padres adoptivos ya fallecidos, contacta a su madre biológica, Cynthia (Brenda Blethyn), una mujer blanca que gana su ajustado salario en una fábrica de cajas de cartón. El negro y el blanco trascienden los tonos de piel de estas mujeres y pasan a expresar aspectos más profundos sobre el encuentro de dos mundos opuestos. Jean-Baptiste y Blethyn crean momentos vívidos, con aquella conmovedora autenticidad que caracteriza el método de improvisación y ensayo del realizador Mike Leigh. De igual modo, Timothy Spall y un elenco de sólidos secundarios responden con precisión a las demandas del material. Como su título vaticina, el drama se construye en torno a los prolongados silencios que esconden algo más. ¿Quién no ha mentido?, ¿quién no ha guardado un secreto? El film interroga, pero no juzga; es una obra de profunda inteligencia, compasión y humanidad. La repetiría mañana, pasado mañana y así sucesivamente.

 

En el texto “El pintor de la vida moderna”, Charles de Baudelaire destaca la labor del artista capaz de consolidar en su obra la esencia de sus días. En el campo del cine, Nicole Holofcener es una directora que ha demostrado encomiable habilidad para crear cápsulas del tiempo. Su primer largometraje, Walking and Talking, nos transporta a 1996 de un modo divertido, a través de personajes que reflejan la realidad y los valores de una época. Amelia (Catherine Keener) trabaja en la sección de anuncios de un periódico, Bill (Kevin Corrigan) es el dependiente de una tienda donde se alquilan películas en VHS, Andrew (Liev Schreiber) se gasta un dineral en conversaciones eróticas por teléfono fijo y Laura (Anne Heche) guarda un diafragma en el baño… formas de vida y comportamientos que nos remontan 25 años atrás. Walking and Talking es un cálido y colorido retrato de la generación X que suelo recomendar a cada persona con la que hablo; no sólo por la visión de Holofcener, la espléndida interpretación central de Keener, y la inevitable nostalgia que provoca; sino porque sus temas principales–amistad, compromiso, inseguridades–resuenan de forma permanente. 

 

Conocer Finlandia era mi sueño desde que era un niño y, hasta el día en el que finalmente lo hice realidad, el cine fue un medio que me permitió acercarme a este país que me resultaba tan atractivo y peculiar. Esto me lleva a comentar Kauas pilvet karkaavat (Nubes pasajeras), de Aki Kaurismaki, una comedia dramática tan finlandesa como universal. El efectivo humor “deadpan” de Kaurismaki aprovecha la singular economía gestual y verbal de los personajes que integran la sociedad que su obra refleja. Ilona (Kati Outinen) y Lauri (Markku Peltola) son una pareja nórdica a la que la vida, de un momento a otro, empieza a tratar con dureza. Recientemente desempleados, sin dinero y demasiado orgullosos para recibir cheques del gobierno, se ven inmersos en una tierna, rara e hilarante aventura por la supervivencia. La película es una canción de amor al espíritu humano, una obra que celebra el optimismo de aquellos capaces de ver el vaso medio lleno. Aunque es indudable que hay elementos muy característicos de la cultura finlandesa presentes en el desarrollo del film, también es evidente que su mensaje puede tocar el corazón de todos quienes hemos sido Ilona y Lauri alguna vez. 

 

The Portrait of a Lady, de Jane Campion, fue criticada por no ser “fiel” a la novela de Henry James en la que está inspirada y por ofrecer una mirada “fría” a personajes que no son “agradables”. Estos argumentos son insuficientes. La película demuestra la habilidad de Campion para leer material de finales del siglo XIX de manera creativa. Además de ser un interesante ejercicio de reescritura, el film es indiscutiblemente cinemático, de modo que elementos como la cinematografía de Stuart Dryburgh y el diseño de vestuario de Janet Patterson generan placer visual y sugieren la esencia de cada personaje y los temas de la película: el encuentro de la ingenua protagonista americana, Isabel Archer (Nicole Kidman), con una Europa seductora; el contraste de su deseo de independencia con la naturaleza dominante de su marido, Gilbert Osmond (John Malkovich); y la ambigüedad de las maquinaciones de su falsa amiga, la Madame Serena Merle (Barbara Hershey). Kidman proyecta una vulnerabilidad convincente. Malkovich se regodea en el papel de villano sofisticado. Hershey conecta los elementos de la trama con una maestría inigualable; todavía recuerdo cuando confiesa su maldad y en ese momento deja ver de forma simultánea a una villana decadente, a una víctima y a un ser humano. Una refulgente gema escondida.   

 

En los años 90, el cine comercial y los clásicos de la literatura mantenían un apasionado idilio. En 1996 dos fascinantes obras que ejemplifican este fenómeno compartían, además, un elemento singular: la presencia de Kate Winslet. La joven actriz  británica fue Ofelia en Hamlet, basada en la tragedia de William Shakespeare; y Sue Bridehead en Jude, basada en la novela Jude, the Obscure, de Thomas Hardy. Aunque la parte de Sue es más sustancial que Ofelia, Winslet está extraordinaria en ambas, demostrando que su éxito el año anterior; en Sense and Sensibility, de Ange Lee; no fue un golpe de suerte. Además de haber sido una especie de vitrina para el descomunal talento de Winslet, ambas películas son excelentes adaptaciones. Hamlet es espectacular, con un diseño de producción que emociona y una sorprendente fluidez que mantiene entretenido al espectador durante cuatro horas. Kenneth Branagh, como director y actor principal, proporciona energía y colorido a la obra, rindiendo un apasionado homenaje a su admirado Shakespeare. Jude es un drama tan emocionalmente complejo como su argumento sugiere: dos primos, cada uno casado con otra persona, están resueltos a dejar a un lado los convencionalismos para dar rienda suelta a sus deseos y vivir la aventura romántica que anhelan juntos. Winslet junto a Christopher Eccleston forman la pareja central perfecta para este drama que nos invita a reflexionar sobre el rechazo social como precio de la libertad de amar sin complejos. 

 

Finalmente una policía embarazada aparece. Habla con marcado acento de Minnesota. Es intuitiva, competente, extremadamente cordial y bienintencionada. Es la sheriff Marge Gunderson (Frances McDormand), un personaje que redefine todos los presupuestos sobre “el héroe” cinematográfico. McDormand es, desde luego, un espectáculo en el papel principal. La cinta es una sofisticada y original entrada en la filmografía de los hermanos Ethan y Joel Coen, con un guion repleto de giros, situaciones absurdas y un amplio registro de humor que va desde imaginativos diálogos hasta escenas marcadas por lo grotesco (mira cómo termina el personaje de Steve Buscemi). La fotografía de Roger Deakins confiere elegancia y belleza a esta visión del Midwest estadounidense efectivamente plasmada en un hilarante cuento de crimen y enredo. La cinta es Fargo, una fascinante historia en la que todo lo malo que imaginas que podría suceder termina sucediendo. 

Así mis recuerdos del año 1996 se van desvaneciendo poco a poco, pero dejando entrever que reaparecerán… así son las memorias cinéfilas. Janeane Garofalo anda en patines y descubre la verdad acerca de los gatos y los perros; Tom Cruise se embarca en misiones imposibles; Ewan McGregor desaparece en la profundidad de un retrete; hay algo de Jane Austen y un poco de Lars von Trier. Una sonrisa se dibuja en mi rostro porque los recuerdos son felices. Ha sido un viaje en el tiempo que ha valido la pena.