Linda Por María José Prats

 

El claxon sonó en la noche y me desperté sobresaltada. Pensé que nuevamente me había quedado dormida frente al televisor, como me suele ocurrir. A ella le gusta ver películas de guerra, y las pone una y otra vez, no entiendo cómo no se cansa de ver siempre lo mismo, yo las odio. Me asustan los ruidos que hacen las explosiones, y… el sonido de las sirenas. Me duelen los oídos por mucho que esconda la cabeza, no puedo evitar quejarme, aunque lo hago flojito para no molestarla.

Cuando la veo sentarse en el sillón de flores, con un vasito de agua de color rojo, que saca de una botella que guarda en el armario con llave junto a la caja de esas galletas tan ricas que le trae su hija, y se pone a mirar el álbum de fotos, yo corro a tumbarme lo más lejos posible del televisor. Pero… ella me llama, quiere que me siente a sus pies, intento negarme pero el olor tentador de las galletas que me ofrece, hace que me olvide de los ruidos de las batallas.

Ella también come, una tras otra, aunque las tiene prohibidas, mientras apura el vasito del líquido rojo. Luego suspira y me dice:

—¿Ves, Linda, qué guapos están los hombres de uniforme?

Y me enseña las fotos amarillentas por las que pasa sus arrugados y temblorosos dedos.

max_400_beagle—Mira, este es mi Ramón. Esta foto me la mandó cuando estaba haciendo el servicio militar en África. ¡Qué envidia tenían mis amigas! Decían que no entendían cómo un hombre tan apuesto se había casado conmigo, siendo yo, tan poca cosa. ¡Y cómo bailaba! Fueron unos años muy felices aquellos, Linda. Tú no le conociste porque murió antes de que vinieras a vivir conmigo. Te hubiera gustado, pequeña. Aunque no creas que todo eran amores, también tuvimos nuestras peleas y desavenencias. Pero al final todo se arreglaba, nos queríamos mucho. ¿A ti te parece guapo? Vale, no me mires con esos ojos, ya sé que soy una vieja chocha, y tú lo que quieres es que te dé otra galleta, ¿verdad? Por cierto, esta mañana te he visto coquetear en el parque con un Foxterrier negro, no dejaba de mover la cola cada vez que te acercabas.

—¿Foxterrier negro? Ni hablar, me había dicho Susi, la pequinesa del 4º B: —Ni se te ocurra, Linda, ese es un embaucador, hace muchas promesas pero luego… se va con la primera que encuentra. Y tiene razón, a mí quien me gusta es el dálmata. Es tan elegante, siempre está sentado, tan serio… El otro día le observé un buen rato, pero en ningún momento me miró, y eso que todas las amigas de mi ama dicen que soy una perrita preciosa, y la verdad es que en el parque no me faltan pretendientes. Parece ser que durante años, ganó todas las medallas en los concursos caninos a las que mi ama me presentaba. Ahora ha llegado un perro nuevo al barrio, que dicen que desciende de la nobleza, y le ha quitado el título. No sabe asumir la derrota y no quiere saber nada con nadie. Su ama lo trae al parque a ver si se anima, pero he oído que ya no saben qué hacer con él. Me hubiera gustado acercarme y decirle que a mí me tiene enamorada, pero Susi me dice que puede ser muy peligroso. Parece ser que últimamente se ha vuelto agresivo y ha mordido a más de un amigo suyo.

Cuando deja el álbum, apaga las luces y se reclina en el asiento a ver la película. Yo muevo el rabo para que sepa que la quiero, y estoy con ella para que no se sienta sola y triste, aunque no me gusten los ruidos.

Me levanto de un salto, cuando veo que se queda dormida. Entonces ella apaga el televisor y se va a acostar.

Lo primero que hago cuando me despierto, es beber un poco de agua y acercarme hasta su cuarto. Me subo a la cama y le doy unos lametazos para que sepa que es la hora de levantarse. Ella sonríe y me dice: —Ya voy, Linda, ya voy— Entonces prepara el desayuno y después de asearse, me lava y me peina a mí. Luego se pone los zapatos, coge la correa de color rosa que me regaló por Navidad, y salimos al parque, porque el médico le ha dicho que tiene que andar.

Un día me llevé un buen susto. Cuando la fui a despertar, como cada mañana, vi que no estaba en el beagle_04_lgcuarto. Me puse como loca, y empecé a buscarla. La encontré en el suelo del baño, respiraba muy lentamente, y tenía el rostro blanco. No sabía qué hacer, si ladrar, correr por la casa, esconderme… pero al final me dije que tenía que ser valiente. Me puse a su lado ladrándole y lamiéndole la cara, hasta que por fin se despertó. No sabía qué le había pasado, llamó por teléfono y enseguida vino su hija. Ésta en cuanto me vio, me dio una patada para que me fuera a la cocina, es que a ella no le gusto nada, siempre está regañándome, pero mi ama le dijo:

—Agradecida deberías estar, si no es por ella, me muero sola y nadie se entera. Suerte que la tengo, es mi compañera, mi guardiana.

—¡Ven, Linda! ¿Quién es la perrita más guapa del mundo?

Luego me aprieta contra su pecho con ternura y ambas sabemos que nos necesitamos. Su hija nos mira, parece envidiosa, no entiende ese vínculo que nos une.

Pero yo la noto un poco más apagada, está más lenta, y los paseos son más cortos.

Desde entonces la vigilo noche y día, y procuro portarme bien. No tiro con fuerza de la correa, ni me pongo a saltar cuando veo a mis amigas. Me quedo quieta junto a ella, aunque me muera de ganas de ir a jugar. El otro día Susi me dijo:

—¡Chica, no te entiendo, te comportas como una vieja! ¿Vamos a dar una vuelta por esos arbustos? Seguro que encontramos alguna golosina. ¡Venga, vamos! Ayer vi a un pastor alemán que estaba para comérselo.

—No, Susi, no puedo, tengo que acompañar a mi ama.

—Tu ama, tu ama. Cuando te hagas vieja, se deshará de ti, como hicieron con la pobre Lía, ¿te acuerdas? Le dijeron que la llevaban al médico, y nunca más la hemos vuelto a ver. Sí, sí, los humanos son crueles, yo fui el regalo de Reyes de un niño y al principio todo muy bien, luego ya ni se acordaron de mí y un día me dejaron abandonada en el camino.

—No, ella no es como tú dices, no me dejaría nunca. ¡Vete, Susi, no quiero volver a hablar contigo! Estás amargada y no eres feliz, aunque ahora tengas un hogar en el que te quieren y deberías estar agradecida.

Aquella noche no pude dormir, no dejaba de pensar en las palabras de Susi. Salté por encima del sofá y no paré hasta que mis patas se cansaron. Quería ver que estaba en forma. Tenía un pelo brillante y una bonita cola, larga y sedosa. Y aunque ya no era muy jovencita, aún me quedaban muchos huesos que roer.

El tiempo pasa, y a mi alrededor todo se vuelve oscuro, parece que va a ver tormenta, se acerca el otoño, y siento un poco de miedo por lo que me mantengo alerta. Oigo un ladrido en la lejanía y no puedo evitar pensar qué habrá sucedido. Mis amigas del parque me dicen que parezco una vagabunda, que estoy muy sucia, que necesito un buen baño. Estoy muy desainada y debería hacer algo con mis uñas…

Recuerdo aquella mañana, ella no estaba en su cama. Al principio no me extrañó, pues algunas veces se levanta durante la noche. He recorrido la casa buscándola, tengo un mal presagio. Está sentada en el sofá, tiene los ojos abiertos y una lágrima baja por su rostro. La oigo gemir suavemente y veo que tiene el teléfono en la mano. Me subo en su regazo y la lamo con fuerza para que no se duerma. Ella me sonríe y cierra los ojos. La miro, ladro angustiada porque sé que esta vez no voy a conseguir despertarla. Me echo a sus pies para calentarlos, pero están fríos, muy fríos.

Cuando llegó la ambulancia, ya se había ido. Lo sé, porque cuando su mano buscó mi cabeza sentí el frío de la muerte erizando mi pelo. Gruñí y levanté la cola, las garras de mis patas las tenía afiladas y estaba dispuesta a hincar los dientes en sus ropas, para que no se la llevaran, pero no lo pude evitar.

La casa se quedó en penumbra. Permanecí sola durante algún tiempo, no sé cuánto. Mi llanto parecía conmover a las paredes. Nadie vino, sólo silencio. Entonces oí el sonido de una voz que me sacó de mi engaño. Nos miramos y vi en sus ojos algo más que tristeza.

Me subió a un coche; dijo que me estuviera quieta. Me dio unas galletas y el coche se puso en marcha. Atravesamos la ciudad y debí de quedarme dormida cuando el olor a tierra mojada me hizo volver al presente. El coche estaba parado en una carretera, abrió la puerta y me hizo salir. La miré agradecida, pensé que por fin nos habíamos hecho amigas y me llevaba de paseo. Corrí por el campo lleno de amapolas, pero cuando volví la cabeza el coche se alejaba, y yo me quedaba sola en medio de la nada.

beagleNo supe qué hacer. Regresé hasta donde estaba el coche y seguí las huellas. Enseguida me di cuenta de que era muy peligroso, en más de una ocasión estuvieron a punto de atropellarme, así que me alejé y me metí en el bosque. Allí las sombras de los árboles parecían perros salvajes dispuestos a devorarme. Busqué agua, estaba hambrienta, pero fui incapaz de cazar ni una lagartija.

Seguí caminando, estaba muy cansada y decidí acostarme un rato, enseguida me dormí. Debí de soñar con mi ama, porque sentí que me acariciaban las orejas como lo solía hacer ella, y oía cómo me llamaban: — Linda, Linda, tranquila, pequeña, no tengas miedo, soy yo.

El claxon me despertó. Me levanté desorientada. Los faros del coche me miraban y quedé hipnotizada ante su belleza. Apenas si sentí el golpe. Entonces vi a mi ama, sonreía, se agachó, me puso la correa rosa y me dijo:

— ¡Levántate, Linda, esta vez vamos juntas a dar un largo paseo!