Ni aun así Por Ana Riera

 

–Llevo algún tiempo dándole vueltas, ¿sabes?, así que voy a decírtelo: Me gustaría que tuviésemos un hijo, cariño. Sí, ya sé que tú no puedes tenerlos—añadió Juanjo al ver la cara de sorpresa de ella—, pero podríamos adoptar.

Rocío tardó unos segundos en recomponerse y contestar.

–Buff, esto es muy fuerte, madre mía. Tendrás que dejarme unos días para que tenga tiempo de procesarlo. No es algo que uno pueda plantearse a la ligera, ¿no te parece? Vaya, tú sí que sabes sorprender a una chica, ¿eh? Te propongo que pidamos otro vino para seguir disfrutando del momento. ¿Te apetece, mi amor?

Nadie que hubiese escuchado sus palabras y hubiera visto la amplia sonrisa que le dedicaba a su chico mientras entrelazaba sus dedos con los de él, habría podido imaginar la profunda amargura que le corroía las entrañas en ese preciso instante.

Tras un par de rupturas a causa del tema, Rocío había decidido cambiar de estrategia. Mejor llevarse el chasco al principio que más adelante. Por eso en su cuarta cita con Juanjo le soltó a bocajarro que era estéril y no podía tener hijos. Quería dejar las cosas bien claras. En lugar de dejarse atrapar por la desilusión, él la abrazó con todas sus fuerzas y la besó apasionadamente. Pensó que por fin había encontrado a su alma gemela, que esa vez la cosa iba a funcionar, que iba a ser distinto. Hasta ese instante.  Una vez más sus ilusiones se desvanecían en el aire como un castillo de naipes.

Se tomaron la segunda copa de vino sin prisas y al llegar a casa hicieron el amor. Él emocionado ante el nuevo proyecto en común; ella, con rabia pensando que era una despedida. El encuentro fue intenso, casi animal. El orgasmo de ambos memorable. Después, Juanjo se sumió en un profundo sueño. Su respiración acompasada era lo único que se oía en la estancia. Rocío fue incapaz de dormir. Lejos de sentirse relajada, en su cabeza bullían todo tipo de pensamientos e imágenes.

Juanjo le gustaba de verdad, pero no tenía escapatoria. Le había mentido. Y esa mentira se volvía ahora contra ella. No era cierto que fuera estéril. Simplemente no sentía ninguna necesidad de ser madre. Su reloj biológico estaba estropeado o parado. Además, le gustaba su cuerpo. No estaba dispuesta a ver cómo se le deformaba, ni a dejar de verse los pies. Ni tampoco a renunciar a los dulces, al queso y al jamón. Sus dos parejas anteriores no lo habían entendido. El primero la acusó de ser una egoísta enfermiza. El segundo, de ser una mujer desnaturalizada. No le apetecía que la juzgaran ni que la acribillaran a preguntas otra vez. De ahí la mentira. Pero tampoco eso había funcionado. Se sentía atrapada, como una araña que cayera en su propia red y quedara a merced de sus presas.

Ella creía que estaban bien. Los dos solos. No entendía la necesidad que tenía la gente de formar una familia. ¿Qué iba a aportarle un nuevo ser que no tuviera ya? ¿Para qué cambiar las cosas cuando todo está bien, cuando uno siente que es feliz y no necesita nada más? Tenía que disuadir a Juanjo, encontrar la forma de quitarle esa idea absurda de la cabeza. Pero no se le ocurría cómo. Tres días más tarde, se armó de valor y abordó el tema mientras cenaban.

–He estado pensando en eso que me dijiste.

–¿Eso?

–Bueno, en lo de adoptar un niño, ya sabes.

–Ajá.

–Te quiero mucho, así que creo que debo ser completamente sincera. El tema lo requiere.

–Vale.

–Verás, no me veo criando a un niño que no ha salido de nuestras entrañas, que no lleve tus genes y los míos. Sé que puede parecer una tontería, pero creo que no sería capaz de quererle de verdad, y no me parece justo para él o ella. Me haría sentir culpable y eso acabaría destrozándome. Sé que es un poco egoísta por mi parte, pero es un tema lo suficientemente serio como para ir con la verdad por delante. Lo siento.

–Bueno, está bien. Te agradezco tu sinceridad. En serio. En parte lo entiendo. No te preocupes.

Le sonrió. Pero ella notó que se le ensombrecía un poco la mirada. Esa noche no hicieron el amor.

Pasaron los días y Rocío pensó que su estrategia había funcionado. Juanjo parecía haber superado la decepción inicial y volvía a mostrarse cariñoso y apasionado. Respiró tranquila. La crisis había pasado y se alegraba de verdad. Decidió sorprender a su chico preparándole una cena especial.

–Vaya, ¿qué celebramos?

–Que estamos mejor incluso que el primer día.

–Estás preciosa, ¿sabes?

–Me alegro que pienses eso, porque el postre soy yo.

Tomaron el primer plato y una copa de vino sin dejar de mirarse. Estaban tan excitados que decidieron saltarse el segundo plato. Tras dejarse ir y mientras recuperaban el aliento, Juanjo se incorporó apoyándose sobre el antebrazo y la besó suavemente en la mejilla. Luego la observó unos segundos con los ojos brillantes.

–Hoy he estado en una clínica de fertilidad. El médico con el que he hablado me ha dicho que se ha avanzado mucho en esos temas, que existen técnicas nuevas y que está dispuesto a revisar tu caso. Dice que a lo mejor no está todo perdido.  ¿Te das cuenta de lo que eso significa? A lo mejor podemos ser padres, después de todo.

Rocío sintió una náusea que le puso el cuerpo del revés. Nunca antes había sentido nada igual. Fue tan intenso el malestar, y la cogió tan desprevenida, que hasta Juanjo se dio cuenta.

–¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien?

–Me habrá sentado algo mal. No sé. Creo que voy a vomitar.

Se refugió en el baño mucho rato. Se sentía mal, tanto física como síquicamente. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que insistir? No lo comprendía. Se sentía superada por la situación.

–¿Cariño, te encuentras bien?— le preguntó él desde el otro lado de la puerta.

–No mucho, la verdad. Ahora salgo.

Respiró hondo varias veces y abrió la puerta.

–Me encuentro fatal. ¿Te sabe mal si dejamos la conversación para mañana? No me veo con fuerzas.

–Sí, claro. Acuéstate, anda. Ya hablaremos mañana.

Curiosamente, esa noche no tardó en conciliar el sueño. De hecho, durmió como una marmota hasta que sonó el despertador. Y le costó salir de la cama. A pesar del sueño reparador, las náuseas seguían aferradas a su estómago. No tenía ni idea de cómo iba a salir de la encrucijada.

Llevaba días maquinando posibles fórmulas para salir del atolladero, respuestas ante los posibles avances o propuestas de Juanjo. Pero no había preparado nada para lo que finalmente ocurrió. Fue un jueves. Llegó tarde a casa. Había estado tomando algo con unos compañeros del trabajo. Venía contenta y relajada. Las palabras de Juanjo le cayeron como un jarro de agua fría:

–¿Puedo saber cuánto tiempo pensabas seguir engañándome?

Rocío hizo ademán de protestar, pero él la cortó con un gesto enérgico de la mano.

–Esta tarde he hablado con tu ginecólogo. Y mira por donde, me he enterado de que hace mucho que llevas un DIU.

A Rocío se le congeló la sonrisa en los labios dibujándole una extraña mueca. Pensó que todo se había ido a pique, que no había nada que pudiera hacer para salvar su relación. La cara de reproche de Juanjo no dejaba lugar a dudas. Pensó que le diría que no quería volver a verla nunca más, que no lo buscara, que no lo llamara, que ni siquiera osara pensar en él. No fue así.

–Has sido muy mala. Pero ya sabes que soy de naturaleza optimista y que me gusta quedarme solo con lo bueno. Y en todo esto hay algo bueno, algo muy bueno.

Rocío no se movió de donde estaba. Se quedó ahí, de pie, en el salón. No acababa de saber cómo debía reaccionar. Por un lado se sentía traicionada. ¿Quién era Juanjo para llamar a su ginecólogo? ¿Y quién se había creído que era el ginecólogo para darle información confidencial? Llevaba diez años siendo su paciente. ¿Cómo podía haberle dicho que llevaba un DIU? ¡Y por teléfono! Pero por otro lado tenía que reconocer que le reconfortaba que Juanjo no pareciera enfadado con ella. A lo mejor no todo estaba perdido. Le miró a los ojos. Su sonrisa parecía franca. Se decidió a hablar.

–¿Entonces no estás enfadado?

–No.

–Está bien. Mira, lo de que era estéril, bueno, lo dije porque no que…

–No hace falta que me des explicaciones. Ya no.

–Ya, pero es que quiero hacerlo. Quiero que entiendas que yo…

–Por suerte los elementos han decidido ponerse de nuestro lado. Así que todo está bien.

–No sé si te sigo. ¿Qué tienen que ver los elementos en todo esto? Ni siquiera sé a qué elementos te refieres.

–Bueno, supongo que ya sabes que no existe ningún método anticonceptivo cien por cien fiable. El DIU a veces se desplaza y pierde eficacia.

–¿Cómo dices?

–Que hemos tenido mucha suerte. No te preocupes. Yo te cuidaré y me ocuparé de todo. Tú solo tienes que cuidarte y ser buena.

–¿Cuidarme? ¿Ser buena?

–Sí, cariño. Estamos embarazados. Vas a ser la mamá más guapa del mundo. ¿Verdad que es maravilloso?

________________________________

Ilustraciones (por orden de aparición):

El beso, 1907, por Gustav Klimt (Austria, 1862-1918)

Retrato de Stephy Langui, 1961, por Rene Magritte (Bélgica, 1898-1967)

 _____________________________

 

 

Deja un comentario