“El salto de papá”: la búsqueda emocional de un padre suicida en una obra magistral

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Un niño que admiraba a su padre se enfrenta a su muerte por suicidio. Pasan muchos años en los que se convierte en excelente escritor y periodista y crea su propia familia. Años de elucubraciones, de muchas idas y vueltas en torno a la querida figura que un día dijo basta dejándole solo a los 15 años, después de haberle demostrado mucho cariño, de haber compartido con alegría muchos días con sus noches.

Investigar el mundo de su padre resulta tan complejo como doloroso pero insiste a lo largo de un tiempo deshilvanado, y es tanto lo que encuentra en el camino, tanta aflicción en la historia familiar que, entre lágrimas, serenidad y sonrisas indaga con el mismo rigor como lo ha hecho con otros personajes importantes de la historia reciente de Hispanoamérica (Evo Morales; Grupo Clarín: una historia; Clarín: la era Magnetto; El asesinato de Juan José Torres…), pero esta vez con la cercanía consanguínea y en su propio país, Argentina, y su padre cayendo desde lo alto como si nunca pudiera llegar al asfalto y terminar para siempre su desgraciado periplo.

La indagación de Martín Sivak es admirable. Logra un periodismo literario que jamás busca compartir la amargura ni el desasosiego, mucho menos las lágrimas compulsivas, cuando éstas llegan es porque consigue darnos el abrazo que él necesitó recibir en duros años de ausencia de un ser humano irreemplazable, ya entrañable para todos los que recorrimos estas páginas o volvemos a ellas para recuperar un poco de las zonas oscuras que el autor ilumina poco a poco, abordando una historia que escribe como si hablara consigo mismo una y otra vez, hablando también con todos los que conocieron a Jorge, los que le discutieron, simpatizaron, amaron. Los rincones de Buenos Aires salen a escena desprovistos de maquillaje, tal cual las instituciones, las cafeterías, las casas de familia donde se pergeñaron alianzas y traiciones. La representación, más que una reconstrucción, da como resultado un libro que no se parece a ningún otro en el diálogo de un hombre con su padre prematuramente desaparecido; en un encuentro mágico de la vida con la muerte. Originalísima es también la trayectoria que rememora de un padre inquieto e inquietante, un comunista de familia judeomarxista que, entre muchas aventuras insólitas, fundó un banco con gran vocación social…

Al comienzo quise saber por qué se había suicidado. Como quien resuelve una ecuación o las palabras cruzadas. Conseguí hipótesis prestadas. Mi mamá responsabilizaba a la familia Sivak por haberlo abandonado. Horacio, su hermano científico, sostenía que hubo mala praxis de los psiquiatras y psicoanalistas. Su amigo Daniel Viglietti, en una carta, escribió que el sistema capitalista se va comiendo a las buenas personas. Sumé otras hipótesis. Papá temía quedar detenido por la quiebra de su banco. Hubiese sido la peor deshonra: sentía cierto orgullo por haber sido preso político de gobiernos militares veinte años atrás y le resultaba intolerable la idea de la cárcel por un delito económico. Además, lo perseguía la culpa por el secuestro y el asesinato de su hermano mayor y la desaparición, apenas empezó la dictadura de 1976, de su mejor amigo y compañero de militancia. Me resigné, sin embargo, a no encontrar una respuesta definitiva.

Jorge Sivak con esposa e hijos, cuando aún sus sueños parecían factibles de hacerse realidad.

 

La pesquisa no puede ser más rica en acontecimientos pormenorizados porque la historia de papá es también la crónica de dos secuestros de su hermano Osvaldo, y de aspectos familiares tortuosos que el propio autor va descubriendo a medida que lo hace el lector, logrando desde la primera página una suerte de fluida camaradería. La cercanía de la prosa y la prolija caligrafía del investigador periodístico consiguen involucrarnos en la existencia apasionante de un abogado que también participa en la vida política de un país convulsionado.

Hay capítulos muy intensos en la trayectoria del Sivak que decidió arrojarse desde lo alto de un edificio. Se abarcan los peligros provocados por la última dictadura militar, algunos períodos transcurridos en diversas prisiones, la integración en la lucha política, y luego los coletazos de la flamante democracia… A menudo es necesario cerrar el libro, pensar, recordar, imaginar, y regresar con la misma paciencia con que lo hace el autor. Paso a paso, la sapiencia de Martín Sivak logra dejar para el último tramo peripecias especialmente interesantes como su encuentro con el psicoanalista de su padre…

En definitiva, se trata de un material tan bien compuesto que se sostiene con un distante dramatismo con ráfagas del humor irónico característico de la gran tradición literaria judía:

 

Los soviéticos nos visitaban con cierta frecuencia porque papá tenía un negocio en marcha: importar la tecnología de las intervenciones para corregir el astigmatismo e instalar en Buenos Aires una Clínica Fyodorov.

Svyatoslav Fyodorov era una eminencia mundial de la oftalmología. El primero que implantó un lente intraocular, el creador de la técnica quirúrgica para la miopía. (…) Papá no volvió más prosoviético de ese viaje. Creo que ocultaba cierta desilusión por lo que había visto, pero eludió el tema.

La importación del método Fyodorov nunca se produjo.

Tampoco se concretaron sus demás proyectos con la Unión Soviética y otros países del eurocomunismo.

La importación de tela denim para hacer jeans en la Argentina: no.

La explotación de una mina de carbón en Río Turbio, por un consorcio de empresas de Rumania y Alemania del Este: no.

La exportación de durmientes a Yugoslavia: no.

Un negocio con Cuba del que no llegué a conocer detalles: no.

La exportación de Pumper Nic a Polonia: tampoco.

El único negocio que resultó, la exportación de naranjas a Checoslovaquia, rindió ganancias mínimas. Uno de los socios en el proyecto le hizo descubrir una máquina que llamó “del futuro” y crucial para exportar naranjas: el fax. Papá se jactaba de haber sido uno de los primeros argentinos en comprar faxes y hornos microondas. No sabía cómo hacerlos funcionar.

 

Nada falta. Nada sobra. Un firme compañero de ruta de otros libros del autor, igualmente muy buenos, todos ellos producto de una investigación exhaustiva y un respeto enorme por la palabra escrita… y por los lectores anónimos que le reciben con asombro y profundo agradecimiento.

 

 

 

 

 

 

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