Dejándome llevar Por Paula Alfonso

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Este cuadro de Remedios Varo (Anglés, Gerona, España, 1908-Ciudad de México, 1963) inspiró el presente relato.

 

También la autora se sintió transportada a otra dimensión con la banda sonora de una película:

 

Me llevas y no sé con quién voy.

Desconozco si te he visto antes, si nuestros ojos, aunque distraídos, se cruzaron en algún momento de nuestras vidas, si incluso nuestros labios llegaron a besarse. ¿Acaso he sido yo la que te he buscado?, dime, ¿es que te deseo?

Aprietas mi mano con fuerza luchando contra el viento y que no sea él quien me arrastre, es una cruel pelea en la que yo nada puedo hacer, sabes que soy como una hoja de otoño, indecisa, liviana, casi muerta, si me sueltas volaré y jamás nos encontraremos, entonces me quedaré con la duda ¿Quién eres? ¿Cómo has llegado hasta mí?

Podría decirte que soy feliz a tu lado, que soñé muchas veces con este momento, que al fin te encontré, que mi vida anterior desaparece como el humo para quedar sólo el presente contigo, pero te mentiría porque me llevas y no sé con quién voy.

Me he sentido otras veces como ahora, conducida, guiada, pero en todas fui yo la que elegí el timón al que asirme, creía haber encontrado lo que buscaba, estaba convencida de que esa vez sería la definitiva, pero me equivoqué, erré todas las veces. De mi mano cuelga mi equipaje, son los restos de aquellas tempestades, de aquellos naufragios que me empeñé en retener para no olvidar, para tener presente que las ilusiones son solo entelequias, que las promesas no se cumplen y los amores son falsos.

Me había propuesto no buscar más, caminaría sola hasta mi orilla, confiando únicamente en mí, en mi fuerza, en mi destino y evitarme sufrimientos dolorosos, lágrimas inútiles y cuando creía haberlo conseguido llegas tú: cruel, despiadado, tomas mi mano y me arrastras contigo sin que yo sepa con quien voy.

Avanzamos sobre un mar convulso que ruge violento y lucha, lucha por separarnos, nos rodea con sus olas amenazantes del color del fuego, que primero se encrespan ante nosotros para hacer exhibición de su fuerza y después, después nos golpean con furia. Me zarandeo, casi caigo, pero sujetas mi mano con tal firmeza que ni siquiera siento su humedad.

Frente a nosotros se levanta un frente de rocas negras, afiladas, punzantes que como fieros soldados se preparan para recibirnos. El mar se muestra por momentos más embravecido, su bramido es ensordecedor, las olas son ahora una espuma que como bilis rabiosa se agita y convulsiona anticipándose al momento de engullirnos.

Cada vez estamos más cerca de ese arrecife afilado, nos aguarda, lo noto impaciente. El viento ha cambiado y ahora nos empuja a los dos en la misma dirección, ya no lucha por rescatarme, no me protege de ti, se desentiende, ha unido mi destino al tuyo y nos empuja, nos arrastra hacia esa escollera de dientes punzantes. Puedo imaginar cómo quedará mi piel rasgada por las aristas y de qué modo mi sangre tornará roja esta espuma amarilla que nos rodea, el crujir de mis huesos ante la contundencia del golpe y mi pelo enredándose entre la maleza. No hay tiempo para más, aprietas mi mano con mayor fuerza y las rocas negras se abalanzan para recibirnos.

El cielo está limpio, tranquilo, de vez en cuando un grupo de gaviotas lo surca con su alegre vuelo dejan detrás caprichosas estelas. Estoy echada en la arena y mi cuerpo desnudo agradece el calor de los rayos de sol que recibo desde el horizonte. Al incorporarme me saluda un mar sereno que se extiende hasta el infinito, oigo el suave roce de las olas al bañar las piedras de la orilla y luego abandonarlas. Es tan hermoso este paraje que me gustaría permanecer aquí toda la eternidad, vivir solo con las percepciones de mis sentidos, ver, oír, oler, tocar y nada más, como si dentro, debajo de mi piel no tuviera nada. Comienzo a caminar por la orilla y dejó que el agua juegue con mis pies.

De pronto un dolor muy intenso atenaza una de mis manos, trato de moverla, pero está paralizada y semiabierta como si hubiera perdido algo que sujetaba con fuerza. Entonces recibo el recuerdo del tacto de otra mano, la fuerza de otros dedos, la proximidad de alguien que quería retenerme y ya no está, y me doy cuenta de que lo necesito, no puedo continuar sin él. Desesperada corro hacia un lado y hacia otro buscando aquel cielo negro tenebroso amenazante que nos cubría, el mar agitado donde lo encontré, pero este paraje con su armonía y su extraña paz me tiene atrapada y no me permite salir. El dolor me sube ya hasta el hombro, es como si algo tirara con fuerza, una fuerza que viene de las profundidades de este mar aparentemente tan sereno, algo que está debajo de él me reclama, y no dudo en acudir. Espérame porque ya sé quién eres y hacia dónde me llevas.

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