La risa Por Paula Alfonso

mi-sonrisaEl truco estaba en no dejar de reír, el camino a casa era demasiado corto y tenía que aprovecharlo. Al principio sólo conseguía ligeras sonrisas, un estiramiento tímido en las comisuras de la boca y poco más, pero un día logré separar los labios, hacer que la curvatura fuera más amplia, y de ahí a las carcajadas fue solo cuestión de tiempo.  Otro escollo a superar eran los viandantes que se cruzaban conmigo. Yo entiendo que ver aproximarse a alguien envuelto en sonoras carcajadas, además de poco habitual, puede resultar hasta molesto, y es que será inevitable pensar, dado nuestro natural egocentrismo, que la razón de tanta hilaridad seamos nosotros mismos y eso a nadie gusta. Con idea de minimizar aquellos efectos iba muy pegado a la pared, con la vista fija en el suelo y tapándome la boca con la mano, pero, efectivamente, llegó un momento en que no solo dejaron de importarme sino que acabé mirándoles abiertamente a la cara, unos se mostraban sinceramente molestos, otros, más amigables, optaban por empatizar conmigo y terminaban riéndose también y finalmente los había que se cruzaban de acera temerosos de que al socaire de mis carcajadas sacara una faca de 30 cm y me pusiera a dar cuchilladas a diestro y siniestro.

Que de qué me reía, os estaréis preguntando. De nada, de nada en especial y a la vez de todo. Aquella risa era como una medicina que indefectiblemente me tenía que suministrar diariamente a esa misma hora, si no no hubiera podido mantener unida a mi familia, mirarme en los ojos limpios de mis hijos, darles el beso tierno cuando ya están en la cama, hacer el amor con mi mujer… como felizmente hacemos todas las noches.

Sí, se puede decir que es mi bálsamo tras permanecer de doce de la mañana a dos de la tarde entrenandoth a las nuevas generaciones, mostrándoles el lugar y la intensidad con la que deben aplicar los golpes dependiendo del avance o estancamiento del interrogatorio; pasar después a una aburridísima comida de trabajo en la que se darán las pautas a seguir, se discutirán los nuevos objetivos y, finalmente, concluir con tres horas más en el estricto y puro ejercicio de mi profesión, torturador. Entenderán ahora que al acabar mi jornada necesite de algo que cuando abra la puerta de mi casa me haga parecer normal, un padre y un marido normal, y lo encontré en la risa.

Colegas que conozco bien prefirieron apoyarse en la bebida, o en los bares de putas, por lo visto las dos opciones dan buen resultado, pero los hubo también que se amputaron la posibilidad de formar una familia, ser padres o esposos, con la crueldad que eso conlleva; afortunadamente ese no fue mi caso. Desde que conocí a Pilar supe que sería mi compañera y la madre de mis hijos. Es tierna, dulce, adorable, no hay otra igual, la amo con todo mi ser, me siento tan afortunado…. Disculpen, por favor, este arrebato sentimental, pero me suele ocurrir cuando hablo de ella.

sangreOtra posible vía hubiese sido cambiar de trabajo, dedicarme a algo, por así decirlo, menos cruento, pero ¿saben qué? me gusta, me gusta mucho lo que hago y soy muy bueno en ello. Siento un placer inmenso cuando veo el terror en la cara de mis víctimas, cuando en respuesta a la contundencia de mis golpes oigo sus quejidos unas veces agudos, estridentes y otras sordos, casi agónicos. No suelo leer sus historiales, no es relevante para mí saber por qué están allí ni de qué se les acusa, eso es trabajo de otros, mi cometido es bien distinto: sacarles información, ese nombre, ese lugar, la fecha que permita a los que están arriba desentrañar la madeja y con solo verles la cara soy capaz de adivinar la dosis que necesitan, la intensidad de dolor que les debo aplicar a partir del cual hablarán. Gozo de gran prestigio entre mis superiores y es porque muy pocas veces me equivoco, pero cuando ocurre y la víctima no responde a mis expectativas dejándose morir sin hablar, ese día sí, ese día siento una gran frustración, ese día, lo reconozco, me cuesta mucho más romper a reír, pero no importa, peleo y peleo hasta que lo consigo.

 

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