El niño de la ventana Por María José Prats

Ventana al Mar_800El niño permanecía de pie, mirando el mar a través de la ventana. Un mar cuyas olas rompían suavemente sus blancas crestas contra la arena de la playa, una… después otra. Adoraba el mar y sobre todo la playa con su fina arena donde gustaba hundir sus pies; los juegos de pelota con sus amigos, y los corrillos que formaban al caer la tarde, mientras sacaban las canicas o se intercambiaban cromos.

Sus ojos están fijos contra el cristal, no parpadea, no dice nada… sólo mira. Lleva puesto el chándal que su madre le compró el día que cumplió 7 años, en tonos azul y amarillo, los colores de su equipo favorito. Hoy no hay partido pero… ¡Qué más da! Es su equipo.

 Una luz fría envuelve la habitación, todo está en silencio. Sólo el murmullo del mar que llega de lejos, y el olor penetrante a salitre, que inunda la habitación cpmo el más preciado aroma. Y el niño sigue quieto, muy quieto. Desde la cocina llega el ruido de vasos y platos, y los movimientos de su madre preparando la comida.

Todo el cuarto está muy ordenado. Hay un ligero olor a rancio. Los muñecos están colocados en las estanterías, y los peluches, con sus grandes ojos de cristal, inmóviles, parecen forzar una sonrisa. Un montón de cuentos y libros infantiles adornan una mesa junto a un vaso de pinturas de varios colores, y un taco de cromos de futbolistas. La cama está hecha, la colcha no tiene ni una arruga. Dentro del armario cuelgan pantalones, camisas de varios colores y alguna chaqueta de abrigo. En la mesita de noche duerme tranquila una lámpara de pantalla descolorida. Cerca de la puerta, en una esquina, hay un baúl donde se acumulan restos de juguetes, cajas y más libros.4091980_47_Mirando_al_mar

Las paredes acogen la exposición de dibujos del pequeño artista: un barco con sus velas al viento, unas casas, un paisaje, la familia, dinosaurios, escudos de equipos de fútbol garabateados con rotuladores… y encima de una repisa, una foto del pequeño con sus padres. Está tumbado en la cama, con un pañuelo que le cubre la cabeza, pero su inocente rostro muestra una amplia sonrisa, y al pie de la foto, una fecha: 28 de febrero de 1989.

Se escucha el sonido de pasos que se acercan por el pasillo, junto al compás del tintineo de una cucharilla en una taza de té caliente. Son las pisadas de la madre que se aproxima lentamente mientras sus manos se templan con el calor de la taza.

Se detiene, sorbe ligeramente el té y sigue caminando. Al llegar a la habitación de su hijo se vuelve a parar y escucha, todo está en silencio. Abre la puerta y entra. Al oírla, el niño vuelve la cabeza hacia su madre y sonríe. La taza de té se escurre entre las manos y estalla contra el suelo.

Su cuerpo experimenta un escalofrío. Nerviosa y asustada, retrocede, sale del cuarto a toda prisa: —No, no es posible—. Va en busca de su bolso, que está colgado del respaldo de la silla de la cocina, coge el móvil y a duras penas marca el número de su marido. Luego se dirige a la sala y se deja caer en el sofá, absorta y confundida. Se tapa la cara con las manos, quiere gritar pero no puede.

Unos minutos después llega su esposo a casa. La encuentra acurrucada y con la mirada pérdida, mientras entre lágrimas descontroladas le explica lo ocurrido. Él intenta calmarla y con paso decidido se dirige a la habitación del niño. Ella va tras él, pero se para en medio del pasillo y espera.

IMG_7388 Su marido abre, lentamente, la puerta de la habitación del hijo ausente, y una ráfaga de aire con olor a salitre sale del cuarto. Cierra de nuevo la puerta, cabizbajo, y aguantando el dolor y el llanto regresa junto a su esposa y la consuela entre sus abrazos: —No pasa nada, cariño, no hay nadie, sólo ha sido un recuerdo.

Luego, despacio, sin decir nada, ambos recogen los restos de la taza de té esparcidos por el suelo.

Mientras tanto el niño sigue frente a la ventana, sus ojos miran al cielo y sonríe agradecido.

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