Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (33)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

Título

De dentro a fuera – Cerro Rico

Objeto

Tío

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Cuando la ESPERANZA es el único camino que conoce la vida, el TÍO se acaba convirtiendo con el único CONFIDENTE DE TUS SUEÑOS”

Escrito

Con trapo en boca y luz vertical arriba me adentré en ese laberinto oscuro donde lo que brilla se convierte en plato en mesa para aquellas manos negras que buscan a golpe de martillo el futuro de aquellos que sueñan con jugar en el Real Potosí.

Lleno mi boca de hojas de coca y deambulo tras el ruido de esas carretillas que corren por el impulso del último boliviano de aquellas vetas de plata que se vuelven estrechas allí en donde las estalactitas no parecen sobrevivir.

Tierras húmedas llenas de sulfatos se apoderan de mis pulmones a los que le falta oxigeno que tomar, sobre todo tras el paso de aquellas tres escalinatas que me conducen al Tío, el cual se mantiene fiel a aquellos que le ofrendan con cigarrillos y alcohol, pues el mismo se tiene que mantener fuerte y la escasez podría suponer un mal presagio para el futuro de esas luces que se muestran intermitentes tras la búsqueda del último agujero que dinamitar.

Frente al Tío cerramos las luces y pedimos nuestros sueños hacer realidad, al momento que derramamos alcohol por los suelos como ofrenda a esa Pachamama; tras el silencio nos miramos nuestras caras con cierta vergüenza, por el miedo a haber dado transparencia a nuestros pensamientos.

Así que nos levantamos con mirada perdida y tras intercambiar unas palabras con cada uno de aquellos que siguen soñando con la fortuna inmediata, tras la sombra cruel de la silicosis que convierte el verde de la coca en el rojo de la muerte, salimos al exterior cegados por la luz de la realidad.

Allí fuera los más pequeños empiezan a empujar torpemente esos carros de esperanza fría entre sonrisas y amables invitaciones a compartir del juego que ahora les permite soñar con quien quieran; mientras las mamitas preparan nutridos manjares con que alimentar aquellas doblas pesadas de trabajo duro, al momento que buscan por los alrededores cualquier astilla de material precioso con el que dar imagen a ese postre ansiado.

Obsequiamos a cada una de aquellas familias con bolsas de hojas de coca, refrescos y alguna que otra botella de alcohol puro; los 96º de aquella dinamita en forma de plástico, parece ser la opción más eficaz y económica para poder burlar las bajas temperaturas. Ellos recogen nuestros presentes y con ganas de seguir compartiendo, nos invitan a la mañana siguiente para acudir a la llamada Wilancha; el sacrificio de aquellas llamas pares se avecina y el mismo nos ayudará a derramar la sangre para poder saciar a la Pachamama.

Me duermo por los alrededores esperando la salida de ese sol agridulce que verá cómo la muerte se vuelve en esperanza para aquellos que aman a la tierra.