Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (y 43)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Abandonando Santiago

Objeto

Completo

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues  a veces nos tenemos que parar a sentir y escuchar las lecciones que hemos aprendido, sólo luego podremos seguir adelante recibiendo más y así un día sentirnos completos”

Escrito

Finalmente llegó el momento de partir de Santiago. Atrás dejaba de nuevo a grandes amigos que no sólo me habían ayudado a tomar consciencia de aspectos tales como; la Dictadura de Pinochet, la política actual de Piñera, la realidad Mapuche… sino que a través de ellos había acariciado aquellos aspectos más humanos de los cuales muchas veces parece que nos acabamos olvidando. Aquellos aspectos que por suerte aún se mantienen alejados de cualquier fuente informativa ultrajada por la necesidad de dar de comer al capitalismo y que tan sólo florecen a través del propio sentimiento de cada uno de nosotros.

De Barrio Brasil a Providencia, de Plaza Yunkai a Barrio Bellavista, no importaba el sitio, cualquier rincón era bueno para conocer las inquietudes, los miedos, las victorias, las esperanzas de cada uno de nosotros. Cada uno de aquellos que me acompañaban parecían estar de vuelta de todo en cuanto a muchos de los aspectos de la vida que a día de hoy yo me pudiera cuestionar; muchos de ellos ya hacía tiempo que habían tomado su mochila como forma de vida y tan sólo bajo la tenue y humilde insignia de cualquier pueblo de donde fuesen originarios habían viajado con ojos abiertos con la única intención de aprender. Era por ello que ahora me dedicaba a escuchar más que hablar para poder conocer, para poder aprender de cada uno de aquellos mensajes que aparecían en forma de alertas y que podrían ir allanando cualquier impedimento existencial que me pudiera ir encontrando de ahora en adelante.

Las últimas palabras que recuerdo de ese bautizado como “kilómetro 0”, allí en donde sólo sabes cuando entras, pero no cuando sales… fueron que tenía que seguir mi camino en búsqueda de la luz, pero no una luz en sentido transcendental, sino que la luz tomaba forma en concepto de todo el conocimiento que podía ir adquiriendo, pues en este viaje cada vez tomaban más importancia, no los destinos sino las personas que me iba encontrando.

Así que me desprendía de mis anteojeras para agarrar un bus en búsqueda de un nuevo destino, mejor dicho en búsqueda de nuevas “personas”, al momento que mis oídos retomaban canciones de los Jaivas, del Fulano, de los Prisioneros, … las cuales me ayudarían a recuperar viejos mensajes que esos días se habían convertido en bellas lecciones.