Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (32)

Por Abel Farré

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Potosí, ese estruendo

Objeto

Moneda de plata

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Porque cuando la PLATA se convierte en MONEDA DE PAGO, el silencio de la VIOLACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS acaba comprándose”

Escrito

Llegué allí donde años atrás las damas brillaban de pedrería, diamantes, rubíes y perlas, y los caballeros ostentaban finísimos paños bordados de Holanda. Ahora según palabras ajenas, aquella sociedad potosina de ostentación y despilfarro, sólo había dejado a Bolivia las ruinas de sus iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios.

Así que con cierta vergüenza ajena, producto de la nacionalidad que marcaba mi pasaporte, me adentré en esa ciudad con la cabeza baja.

Posiblemente estaba en la ciudad que había dado más al mundo y que menos tenía. Estaba en la ciudad en que los pintores indígenas no podían firmar sus cuadros por no ser cristianos. Estaba en la ciudad  donde se habían acuñado más monedas de plata con el sudor y la sangre de los indígenas; sí, gracias a esa huaca sagrada que los indígenas conocían desde muy antiguo y que no se podía tocar, pero que tras el soplo de Diego Huallpa los españoles se encargaron de dejarlo como un queso de gruyere.

Pero la gente de aquellas frías tierras siguió siempre para delante y, sin recelo alguno, sigue luchando para restaurar esas más de treinta iglesias y casonas coloniales que se encontraban repartidas por sus calles de piedras. Incluso me dieron la oportunidad de entrar en la Casa de la moneda donde aún olía al látigo de cuero que el español emprendía con la misma fuerza tanto a las mulas como a los nativos; la cuestión era dejar constancia de esas dos columnas de Hércules con su “Plus Ultra” por excelencia en cualquier trozo de metal. Sí, esas columnas de Hércules que tras el ondeo de esos lazos se convirtieron en el símbolo del Dólar.

Finalmente, tras dejar atrás la imagen de ese Mascarón que coronaba la entrada de la casa y que posiblemente simulaba una burla a la codicia española, me adentré en aquellas calles de Quijarro y Sucre, cada una de las cuales me llevaba a bellas iglesias cargadas de un barroquismo arduo, pero en el fondo, en lo alto de las mismas, unas tristes luces iluminaban algo cargado de singularidad, era el llamado Sumaj Orcko o Cerro Rico.

Quería ponerme un casco y con luz de frente adentrarme en ese nuevo mundo subterráneo…