Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (8)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

 

Título

Perú: Dos días navegando por el Marañón, sintiendo su presencia

Objeto

Machete

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Porque las historias escritas con el filo de un machete se vuelvan de COLOR VERDE; porque el doble filo OLVIDE LA MALEZA del que lo engendra por seguridad frente a la NATURALEZA”

Escrito

De repente aquella tela azul se empezó a levantar lentamente; yo tumbado en mi hamaca miraba a mi alrededor esperando el cierre de luces, tal vez por vergüenza a mostrarme frente a ella, tal vez por miedo a que alguna lágrima pudiera delatar mi fragilidad o mejor dicho mi humilde humanidad de la cual pensaba que aún era partícipe.

En cambio, ella, sin miedo a nada acostumbrada a mostrarse como era; se presentaba tranquila y relajada. Se mostraba cargada de dulce fruta por arriba y salada por allí en donde el agua nos separaba. Pero así que el tiempo iba pasando, estúpidamente, la paz que me producía todo aquello me imposibilitaba al mismo momento el poder aguantar su mirada.

Así que una sensación de angustia se apoderaba de mí, la cual sólo parecía ser ahuyentada mediante la búsqueda de conversaciones con cada uno de aquellos que me acompañaban en ese espectáculo nacido de lo que nunca uno vio nacer; unas conversaciones que, sin faltar al respeto, saltaban a escondidas al guiño del movimiento de mi cabeza hacia atrás.

En otros momentos el alejamiento se veía traducido al golpe de aquella sirena que avisaba el momento en el que el puchero de madera alejaba el ruido del estómago, un ruido que parecía venir más de los propios nervios que de la propia hambre inventada.

Así que de nuevo, y sin sentirme orgulloso por ello, mi tranquilidad parecía ser más llevadera a partir del propio bullicio necesario para sentir ese no sé qué, que aún no he conseguido darle nombre.

Ella, en cambio, permanecía inmóvil sin hacer ruido alguno, hasta que finalmente se fue alejando en la oscuridad; mis luces, por el contrario, permanecieron abiertas y tal vez un nuevo espectáculo de farsa y comedia aparecería frente a ella. Un espectáculo con palabras de un diccionario que sí vimos nacer.

Así que sentí la necesidad de observar todo aquello como espectador, para conocer realmente cómo era vivir dentro de ella, tal vez así podría aprender nuevas formas de ver la vida; tal vez Pacaya tenía muchas cosas nuevas que mostrarme…