Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (15)

Por Abel Farré 

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

 

 

Título

Perú: De Olllantaytambo a Moray, aprendiendo de todo el mundo

Objeto

Palitroque

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Como palitroques nos seguiremos levantando de los golpes que nos da la VIDA, pues cada estigma será el recuerdo de un NUEVO APRENDIZAJE, pues cada estigma nos recordará que ESTAMOS VIVOS”

Escrito

Pues la historia se repetía, no sé si fueron los aromas de ese café en Ollantaytambo o tal vez el hecho de no querer abandonar tierras peruanas; pues de nuevo cargué mi mochila y me dirigí a Ollantaytambo para así poder descubrir más de cerca aquel pequeño pueblo que escondía algo especial.

Allí conocí a la pequeña Julieta, una niña de poco más de cinco años, que sin madre alguna vivía en un pequeño pueblo agregado a Ollanta, que se llamaba Bandolista. Con su evidente curiosidad me preguntó qué hacía por aquellas tierras y yo le contesté que debido a como estaba la situación en mi país y teniendo en cuenta que tenía ganas de conocer mundo, había emprendido una aventura que consistía en viajar y trabajar hasta que algo me dijera que tenía que volver a mi tierra. A ello su respuesta fue: “Ah, muy bien, usted es como el día y la noche… yo creo que debe ser bonito viajar, pero tengo que quedarme aquí cuidando mis animales, pues son los que me dan de comer y encima el otro día se me murieron seis gallinas…”.

A tal respuesta me quedé boquiabierto, es uno de esos momentos en que te das cuenta de que el crecimiento personal depende de lo que la propia vida te depara y aquella linda niña era consciente de muchas más cosas que yo mismo a veces ni le doy importancia, incluso el paralelismo con el día y la noche lo encontré realmente increíble; sinceramente sólo por esa conversación el día se había convertido en algo especial.

Después de cenar me dirigí a un bar local y acabé tomando tragos con dos mujeres de unos 60 años que trabajaban en el mercado de Ollanta, las mismas al ver un gringo en su bar, entre español y quechua me estuvieron explicando sus vidas, las cuales se mezclaban entre fuertes tragos y lágrimas de desesperación en torno a la situación en la que vivían. Según parece el alcohol les servía como bálsamo para liberar todo aquello que llevaban dentro; curiosamente, al día siguiente me fui al mercado a su reencuentro y las mismas, con cierta vergüenza, parecían no querer mostrar mucho más que una tímida sonrisa frente a su realidad.

Me daba cuenta que en pocas horas había conocido dos generaciones de mujeres que, aparte de la edad, no les separaba muchas cosas más, pues afines a sus tradiciones, y a pesar de la dureza de la situación, eran fieles a todo aquello que la Pachamama (1) les ofrecía.

Abandoné ese lugar cuestionándome muchas cosas y me dirigí a Maras para visitar Moray, un laboratorio de climatización creado por los incas, allí en donde las viejas colcas (2) eran ocupadas por alimentos que se conservaban en un microclima creado con forma de anfiteatro. Un anfiteatro que tomaba la forma de la montaña en la cual había estado construido; el respeto de la Pachamama de nuevo venía dándose de generación en generación.

Así pues el círculo se cerraba en cuanto a mis cuestionamientos; el amor, el dolor, el sentir, el todo de cada una de aquellas mujeres giraba en torno a lo que la tierra les ofrecía… Julieta había perdido a su madre en la tierra, la misma tierra que le daba de comer a sus animales, la misma tierra que se cultivaba para que aquellas viejas mujeres con lágrimas en los ojos pudieran acudir cada día a las cinco de la mañana al mercado, aquella misma tierra que veía pasar el día y la noche, aquella misma tierra que era ofrecida al viajante para andar o trabajar.

Una tierra que te lo ofrecía todo, pero que también te lo quitaba a su antojo.

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(1) Pachamama (Madre Tierra): diosa totémica de los incas.

(2) Colcas: buena construcción de almacenes en Machu Picchu, pero presentes en todos los pueblos incas; se caracterizan por tener un buen sistema de ventilación, además de un sistema de drenaje óptimo.

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