Cinco novelas de Ernesto Mallo que consagran a un comisario a contracorriente

Por Horacio Otheguy Riveira

En el campo de la novela policiaca, Argentina cuenta desde los años treinta con valores indiscutibles (Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt…, y en activo, Claudia Piñeiro, Sergio Olguín, Guillermo Saccomanno…) entre los cuales hace ya 20 años que destaca Ernesto Mallo (La Plata, 1948), quien atraviesa el dramático devenir social y político del país —a partir de los años 70 del siglo XX— esgrimiendo la fuerza de un género que desde su origen une la intriga criminal con la crueldad de una clase dirigente apátrida y avariciosa a la que se adhieren personajes de la peor ralea.

Un estilo narrativo que a menudo se codea con los clásicos del género, brindándoles conmovedor homenaje con pinceladas de momentos genuinos y lenguaje ajustado a recuerdos  extraordinarios, algo propio de quien se ha forjado con numerosas lecturas. Navegan por algunas de sus páginas sombras estelares de Raymond Chandler, James Hadley Chase, Jim Thompson, Francisco González Ledesma o Georges Simenon, dentro de narraciones que nunca dejan de tener un estilo propio que trasciende los asuntos locales para hacerse universal, tal cual sucede con las obras de sus maestros: todos denunciadores de la pertinaz criminalidad de alto vuelo amparada en negocios de estados democráticos, lo mismo en New York, Texas, Barcelona o París.

Lúmpenes, miseria extrema, burgueses voraces, empresarios perversos, políticos y policías corruptos, explotación sexual de menores, mujeres machistas, pero también manos justicieras entre mujeres luchadoras o damas de gran capacidad de seducción, fascinantes… y entre todo ello un comisario de pasado muy desdichado que avanza a ciegas en busca de sosiego: El Perro Lascano, así bautizado por sus colegas, temerosos de que a su paso se rompan los canales de corrupción por los que navegan libremente y todos, sin excepción, pierdan su holgado modo de vida.

La justicia del Perro es dulce susurro para las víctimas, mano de hierro para los malvados, y para el lector mucha acción en busca de verdades que a veces resultan inapresables.

Cinco novelas que conviene leer en el orden aquí expuesto. Todas editadas individualmente, con las tres primeras también en edición especial conjunta, bajo el título de El comisario Lascano (2015). [Las citas se han tomado de esta edición conjunta].

  1. Crimen en el Barrio del Once. El primer caso del comisario Lascano (2006)

La dictadura de la Junta Militar (1976-1983) tiene en 1979 muy bien organizados todos sus pasos: secuestra, roba y mata con total impunidad sin que la policía pueda intervenir adecuadamente. En medio de la barbarie, también se mata “por si acaso” y se despachan criminales de todos los colores, así como meros observadores, acompañantes o gente que pasaba por ahí. En esos años no hay guerra entre sectores ideológicos ni lucha política, sólo terrorismo de Estado. En medio, el comisario Lascano, El Perro Lascano, es un rara avis obsesionado con el fantasma de su hermosa esposa fallecida en un oscuro accidente (del que se sabrá más en otra novela). Su única amistad es con un médico forense que le ayudó a superar una depresión. Pero ahora no ve ni escucha las matanzas reinantes, cumple funciones reglamentarias con disciplina, y está muy pendiente de la noche en que “su” Marisa incorpórea regresa mágicamente y se diluye entre las sábanas. Hasta que tanta fantasía se trastoca y plasma una realidad sentimental inesperada, ya que por azar una muchacha que huye de la represión le cambia el color de las cosas. Las vivencias adquieren una emoción renovada que le permite dejar atrás el pasado y afrontar El Crimen del Barrio del Once donde un vividor de la alta sociedad se enfrenta a un prestamista judío. Personajes típicos del costumbrismo porteño adquieren vigor atemporal e internacional con una prosa ágil, de novela negra compacta, muy viva, donde la panorámica social es un mar de fondo de situaciones complejas por donde el asesinato adquiere una dimensión escalofriante, narrada con economía de brillantes recursos.

(…) Los reflejos de Lascano llevan su mano a la cartuchera. Se acerca, corre la silla y ve que allí está escondida una mujer joven con la vuelta hacia el piso. Al sentirse descubierta, Eva levanta la vista hasta encontrarse con la del comisario. Al Perro se le paraliza el corazón. Allí está Marisa, su esposa muerta. La cara, el cabello, los hombros, las manos, el color. Ese aire entre desafiante y melancólico, pero, por encima de todo, los ojos, es Marisa… (…) Cuando ella intenta hablar, sólo atina a ponerse el índice sobre los labios. La toma de la mano para ayudarla a salir, la envuelve en su gabán y dejan la casa, sin cambiar una palabra. Afuera, brama la estupidez de los hombres y se mata por dinero. (Página 46).

2. La conspiración de los mediocres (precuela), 2015

Aunque escrita con posterioridad, resulta ideal empezar todo el ciclo por este título, donde Lascano todavía no es conocido en el ambiente policial como el Perro, aún personaje incipiente, y todo el libro se desarrolla en la Argentina anterior al golpe.

Es la más floja en cuanto a la trama sentimental, demasiado convencional, muy vista, poco interesante. Sin embargo, crece en interés por los datos bien documentados de aquella época. Hay, incluso, una escena formidable entre el popular director de cine Armando Bó y el comisario Villar, figura prominente de la represión a mansalva de la AAA (Alianza Anticomunista Argentina), un pregolpe desde el Estado democrático en tiempos de la presidenta Isabel Perón, por fallecimiento de su marido, el general Perón; la AAA fue un feroz ensayo de la dictadura que estalla en el 76, haciendo caer al gobierno y esgrimiendo sus mismos métodos, dispuestos a mejorarlos “y que no quede un solo comunista o peronista vivo, ni simpatizante alguno”.

Entre estas páginas aparece el tal Villar como un hombre riquísimo, en su chalet con piscina. El director de cine Armando Bó (muy popular por dirigir a su esposa, un mito erótico de enorme éxito en todo el mundo hispano, Isabel Sarli) le va a pedir protección por un grupo de directores acusados de comunistas (en absoluto cierto), a quienes se les daba 72 horas para salir del país o ser ejecutados allí donde se les encontrara. [Villar fue “ajusticiado” como una de las personalidades más siniestras en el ejercicio de persecución, tortura y muerte de cualquier sospechoso “de ir contra la patria”; un verdugo quitado del medio por un sector de la propia Policía o del seno de la AAA]:

En noviembre de 1974, a Villar lo mató una carga de tres a cinco kilogramos de gelinita. El explosivo había sido colocado en el interior del crucero Marina, propiedad del policía, anclado en un sector del arroyo Rosquete, en el Tigre. Sólo estaban a bordo el superpolicía y su esposa. La custodia personal se quedó en puerto, a salvo, mirando cómo volaba todo.

https://www.laizquierdadiario.com/Comisario-Alberto-Villar-el-prototipo-del-verdugo

3. (Segundo caso del comisario Lascano) El policía descalzo de la Plaza San Martín, 2007

Con un argumento más complejo, situaciones y personajes abundantes de un bando y de otro se refleja el caos represivo a partir del regreso a la democracia en 1983, después del calvario iniciado en 1976, cuando las Fuerzas Armadas decidieron dar el golpe de Estado largamente preparado mientras la Triple A intentaba destrozar a “los zurdos”, entendiendo por tales a cualquier manifestación política o cultural que cuestionara un régimen católico ultrapatriótico, y como esto era una abstracción que sólo conllevaba un alto grado de corrupción apátrida, todo valía a la hora de moverse en las turbulentas aguas del terrorismo de estado, del abuso de poder distribuido entre sectores de la policía, del ejército de tierra, mar y aire, casi nunca bien comunicados. Todos ellos creían que iban a durar eternamente, pero fueron tantas las torpezas, barbaridades y robos a ultranza que caen y son juzgados. Esta novela abunda en detalles sobre lo que se cocinaba en aquellos primeros 80, y en una sola frase sintetiza un asunto profundo que alcanza a todas las democracias del mundo, mucho peor –claro está– cuanto menos desarrollado esté cada país.

En la página 197:

(…) Una frenética compulsión a la compra es estimulada con la certeza inconsciente de lo volátil de esta prosperidad. Sin embargo, por las rajaduras de este decorado complaciente, ya están asomando a la fiesta los rostros del hambre y de la miseria que nadie parece querer contemplar. Los capitanes de las empresas financieras, mientras acumulan intereses, roen sin descanso las patas del sillón presidencial donde, montado en su imagen de campeón de la democracia, duerme Alfonsín (presidente electo en 1983 que logra el juicio, condena y prisión a los máximos responsables de la barbarie militar, pero al que una gran crisis político-financiera obliga a adelantar las elecciones que gana Carlos Menem, quien de inmediato deja en libertad a todos los detenidos en nombres de “una conciliación nacional”).

4. (Tercer caso) Los hombres te han hecho mal, 2012

Bajo un título que rememora un melodrama tanguero, se desarrolla un violento reguero de pólvora con el tortuoso mar de fondo de niñas en peligro, vendidas por su propia familia en la ruina, explotadas sexualmente con una vileza compartida por hombres y mujeres sin compasión. En sus primeras páginas queda establecido el tono general de una de las novelas más redondas de la saga:

(…)

¡Quieto Marciano!

El tipo dispara al tiempo que el Perro se agazapa, lo señala con el cañón de su pistola y gatilla. El impacto, encima del ojo derecho, lo voltea como si fuera un pelele de parque de diversiones y lo pone a desangrarse en el sueño. Lascano da un grito de rabia.

¡Quieto te dije, la puta que te parió!

Se vuelve.

¡A ver, la ambulancia!

Odia la situación. Para Lascano, tirar a matar, sin pasión y aun para defender la propia vida, es un trance que lo llena de amargura. Mira a su alrededor. Se aproxima a una habitación cerrada, sus hombres lo cubren con las escopetas alzadas. Abre con cautela, está a oscuras. Se asoma fugazmente. No pasa nada. Adentro de escuchan sollozos. Un sargento le alcanza una linterna. En el recorte circular del foco, sobre un camastro, contra la pared, tres menores se abrazan y lloran. Lascano enfunda la pistola.

Tranquilas, pibas, está todo bien.

Amanece. (Págs. 301-302)

Así arranca una vertiginosa aventura donde una potente atracción novelística se expande como si se tratase del parque de atracciones del clásico de Graham Greene, El tercer hombre: en esas tinieblas se concentran lo peor y lo mejor de los seres humanos en medio de barbaries sin redención posible. Eso sí, narrado siempre con muy buenos diálogos y excelente ritmo para que no decaiga el interés en ningún momento.

5. (Cuarto caso) El hilo de sangre, 2017

La más ambiciosa de la serie, y tal vez la más lograda.

Con una estructura de historias paralelas, la jubilación del comisario permite conocer los detalles de su luctuoso pasado familiar, al tiempo que conocemos la trayectoria de un delincuente convertido en monstruo en un correccional en plena adolescencia. El Perro Lascano, policía justo, eficiente y hombre inevitablemente triste con cinco muertes familiares a su espalda, y Carlos, El Muerto, tienen mucho en común pero sólo lo sabremos al final. No hay ventaja para el lector que les sigue los pasos con interés creciente, de sorpresa en sorpresa bien acompañado por muy atractivos personajes secundarios. Como es habitual en muchas obras de este género, el criminal resulta un tipo mucho más interesante, por muy feroz que resulte, frente a la bonhomía del gran policía. Sin embargo, el autor se ocupa muy bien de dejarlos en tablas,  especialmente cuando el veterano poli entra en una fase inesperada:

“Desde la muerte de sus padres, hace más de cincuenta años, vivió al borde de la cornisa y no se cayó. Ahora todo se ha detenido, todo es previsible. Mira por la ventana. La ciudad arde y late mientras Lascano se estanca y oxida. Allí afuera hay mil historias y él no forma parte de ninguna. El mundo funciona igual sin él, pero él no funciona igual sin el mundo. Extraña a sus enemigos, el peligro, la adrenalina, la alerta. Se niega a vivir de recuerdos, pero parece que es lo único que tiene”.

Mas de pronto, el recuerdo de un clásico del cine sobrevuela las páginas y marca la diferencia para que empiece el torbellino de una nueva etapa (secuencia de Apocalypse Now, de Coppola, 1979):

“La voz en off del actor pronuncia una frase que se quedará rebotando contra las paredes de su cabeza como el punto luminoso del primer juego de computadora. Todo el mundo obtiene lo que quiere. Yo quería una misión, por mis pecados me la dieron. Cuando terminó, ya no volvería a querer otra”.

Si todas tienen mucho de guión cinematográfico, las cuatro primeras cuentan con documentación histórica que en la última apenas se asoma. Hay, por el contrario, un homenaje tal vez inconsciente al cine negro del francés Jean Pierre Melville, el europeo que mejor desarrolló esa mirada amarga y sabia característica de los criminales en tiempos de paz o de guerra (El samurái; Círculo rojo, y sobre todo su obra maestra El ejército de las sombras).

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