Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (36)

Por Abel Farré

 

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

Título

La Araucaria – Pucón; Espíritu de superación

Objeto

Kultrun Mapuche

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“A veces pensamos que nuestro centro es fijo e inmutable; a veces nos damos cuenta de las edades por las que debe pasar el ser humano, para convertirse en un completo ser humano física y espiritualmente”

Escrito

De nuevo me embarqué en la búsqueda de nuevos mensajes que me guiaran por este largo camino, nuevos mensajes con los que aprender nuevas cosas, nuevos mensajes que dieran respuesta a la inquietud que a veces sobrevolaba tímidamente en mi pensamiento, pero que a veces golpeaba con fuerza y me preguntaba: ¿Qué andaba buscando con la aventura que esta semana había iniciado?

Para ello me dirigí a los cerros de la Araucaria. En esos momentos quería sentir las montañas de cerca, más bien como diría mi amigo Vegas, sentía la necesidad de “encontrarme cerca del cielo”, ese cielo tan real como el abismo. Sí, ese abismo que supone entregarse a “esa guerra tan cruel de uno contra uno mismo”, esa lucha por conseguir llegar a eso que tanto idealizamos o más  bien a eso que buscamos sin saber muy bien qué nombre darle.

Así que con ansia idealizadora y mochila a la espalda me subí al primer bus nocturno que pasó por la estación de San Fernando, el cual tomaría la forma de hostel y me ayudaría a ahorrarme unos pocos pesos chilenos.

Fue una buena mañana, cuando esa idealización tomó el nombre de Cerro de San Sebastián; un cerro que ahora divisaba desde el llamado Parque Nacional de Huerquehue, el cual se encontraba acompañado por el lago de Caburgua. Fue allí donde emprendí mi camino, con mirada fija al alto horizonte; eso sí, una vez más sin saber exactamente contra qué enemigo estaba intentando luchar o sin saber si tal vez tan sólo se trataba de una mera necesidad ególatra de sentir que culminaba una proeza, una proeza que en esos momentos retaba mi pensar.

Os tengo que decir que no sé si encontré respuestas a mi inquietud, pero me sentí orgulloso de llegar a su cima y con ello me confirmé a mí mismo que no estaba la vida para perder héroes, ni grandes ni pequeños… y al menos con ello podía seguir pensando que en esta vida podía ser lo que realmente me propusiera ser.