“Tan poca vida”: una novela de mil páginas que se echa de menos

Por Horacio Otheguy Riveira

Una obra apasionante sobre hombres escrita por una mujer.

Una novela de mil páginas realista, descarnada, tierna y poética en la que confluyen temas muy importantes, nunca antes tratados con esta intensidad y claridad de objetivos.

Una novela que discurre ahondando en asuntos muy dolorosos en torno a la vida de un chaval brutalmente apaleado y explotado sexualmente, como tantos hoy en las mil y una peripecias emocionales, sexuales o económicas.

El niño crece y se domestica a sí mismo para ser un hombre íntegro, de una inteligencia académica excepcional, pero sus íntimas emociones permanecen en un gran estado de angustia. Semejantes situaciones están tratadas siempre con un respeto y una delicadeza enormes hacia el lector. Por eso la densidad que trasunta Tan poca vida  convierte la novela en una obra de una belleza singular, al final de la cual se la echa de menos, pues nos quedamos con la ansiedad del que aún quiere estar más tiempo con los seres que se han expuesto literariamente con un talento excepcional por una mujer que trata un mundo de hombres, enteramente masculino (muy poca participación femenina entre sus personajes), cuyas características las domina a la perfección: imposible no sentirse identificado con protagonistas y secundarios que padecen a monstruos, también masculinos, pero que constantemente luchan para sobreponerse a los mayores estragos.   

El dolor como expresión perenne de una experiencia infantil traumática hasta extremos insoportables. La inteligencia y belleza metafísica e incluso muscular de algunos amores incondicionales intentan  que Jude mejore su tormento, el sentimiento de culpa por haber sido un huérfano apaleado, violado y explotado, al que un “buen fraile” le entregaba a adultos a cambio de dinero, y le exigía más cuidado,

disfruta con tu trabajo; no puedes seguir así, los clientes se molestan al verte y sentirte con tan poca vida.

Finalista de grandes premios, Tan poca vida debió ganarlos todos, ya que es un modelo de narración con profunda panorámica social y exquisita recreación de lugares comunes: en sus manos, la desesperación del amor correspondido, pero sexualmente impotente, se convierte en una fantástica hermandad de puentes que se comunican aunque aparezcan destrozados. En el río infatigable de esa relación entre dos hombres, que no son exactamente homosexuales, sino seres que se buscan a sí mismos y hacen de la amistad una desnudez completa, dolorosa, a ratos sublime.

Con una escritura pudorosa, de pronto obscena, sobre todo en la descripción de determinadas violencias, Hanya Yanagihara sabe detenerse a tiempo. Nunca “sobreactúa” con niños de por medio, avanza con la información precisa, la escena apenas descrita, lo suficiente para golpear al lector que habrá de recrearse en su imaginación, soltar el libro, y recuperarlo horas más tarde, ya calmo, dispuesto a seguir en este mundo masculino creado por una mujer con precisión de cirujana, y dispuesto a encontrarse con otras violencias terribles, de adultos sobre adultos: pedofilia violenta, maltrato psicológico, prostitución infantil, generosas amistades, solidaridad profunda surgida de pérdidas y otras soledades…

Tres fotografías de Jan Versweyveld, correspondientes a la versión teatral holandesa de la novela, según dramaturgia de Bart Van den Eynde y puesta en escena de Ivo van Hove (2018-2019). Estreno en España: Barcelona, Grec 2019.

Lo atroz y lo espléndido, el amor, el placer sexual, el sadismo de gente rica, el sadismo de gente religiosa… Todo y mucho más, porque lo que subyace es también una novela apasionante, aportando una muy medida información de hechos y emociones.

Cuatro amigos y uno de ellos gran protagonista: el más fuerte, el más aguerrido, el más inteligente, que es a la vez el más roto física y emocionalmente. Con este material, Yanagihara aporta una novela insólita, una poderosa historia de hombres en manos de una mujer que domina a la perfección un mundo de dolor y lucha sobrehumana que ningún hombre se ha atrevido a contar con esta minuciosidad e impresionante ternura.

En su boca, el porqué de todo esto:

Los hombres tienen un lenguaje propio a la hora de relacionarse entre ellos. La diferencia es que las mujeres están autorizadas, se les educa e invita a hablar de todo tipo de emociones. Miedo, vergüenza, amor… Sin embargo, a los hombres se les desanima a hablar de sentimientos. No tienen acceso a las palabras. Como novelista, es un gran regalo trabajar con un grupo de personas al que se le ha limitado el lenguaje.

Y más adelante:

 Siento un poco de compasión por los hombres. Algo de piedad y algo de empatía. Debe de ser muy difícil vivir con ese sentido del límite, ser consciente de que hay una línea de lo permitido y que, si la traspasas, estás poniendo en duda tu masculinidad.

Pregunta: ¿Diría que, si su protagonista, Jude, hubiera sido mujer, lo hubiera tenido peor para sobrevivir?
Respuesta: Eso es interesante. Creo que si hubiera sido una mujer, le habría costado menos encontrar alguna especie de curación. El problema de Jude es que es incapaz de articular su pasado, de superar la vergüenza que siente, incluida la vergüenza que siente por no ser capaz de hablar. (Entrevista de Luis Alemany, Madrid, 2016, El Mundo).

Hanya Yanagihara, Los Ángeles, California, Estados Unidos, 1974. Padre hawaiano, madre coreana. Tan poca vida y La gente en los árboles son sus obras traducidas al castellano.

Tan poca vida es una novela muy audaz que se permite el desarrollo de dos protagonistas inclasificables, dos amigos cuyas emociones están marcadas por traumas anclados en tipos de violencia opuestos: la extrema sucesión de golpes físicos y sexuales por un lado, y por otro la extrema frialdad de campesinos rudimentarios en torno a la enfermedad y la muerte.

La otra audacia es la de un aporte sentimental que rompe moldes: la atracción, también sexual, de un hombre por otro:

No amo a los hombres, no deseo a los hombres, no prefiero a los hombres sobre las mujeres con las que me he acostado: sólo lo quiero a él.

Y por último, la escritora, que domina la narración objetiva, se arroja a la exageración sin miedo a caer en lo inverosímil (por ejemplo, sobrevivir a golpes en la nuca con un atizador de chimenea), y dejarnos caer en ese pozo desesperante… y salir ilesos para encadenar con otras situaciones, otros personajes…

En definitiva, Yanagihara sortea con éxito todos los peligros y, de sofoco en sofoco —también de abrazo en abrazo (cuando los hay son muy potentes)— acaba dejándonos con un final nada complaciente, con suficiente fuerza e imaginación como para desear seguir leyéndola.

 

 

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