Un viaje, una emoción, unos objetos, unas costumbres (24)

Por Horacio Otheguy Riveira

Atrapado en la ciudad que me vio nacer, cada una de las cosas con las que me voy encontrando me parecen banales. Cada uno de los espacios y objetos que me rodean no despiertan ninguna emoción en mi interior. Quiero volver a sentirme como un niño para volver a oler, tocar y sentir cada una de las cosas que me encuentro, quiero volver a sentir que el viaje de la vida está en cada uno de los objetos que nos rodean.

Quiero conocer cada uno de aquellos objetos característicos de cada uno de los países que visito, quiero vivir con ellos, quiero ver qué emociones me despiertan…

Vosotros desde vuestras casas podréis viajar a un mundo en donde existen diferentes costumbres pero que en el fondo llora, sufre, se alegra,… por unos mismos hechos que están presentes en nuestro día a día.

Permitiros soñar desde casa, pues si vosotros queréis, cada uno de los días de vuestra vida puede ser muy especial.

 

Título

Bolivia: Cochabamba, nuevas páginas para un viejo libro

Objeto

Trigo (el granero de Bolivia)

Referencia del objeto con alguna sensación o sentimiento con el que me si sentí identificado en el momento de escribir la postal:

“Pues no siempre el trigo nos da pan; pues no siempre hay que buscar un CAMINO QUE NOS GUÍE”

Escrito

Permanecíamos allí arriba tumbados en aquellas calientes piedras que bajo la atenta mirada del Cristo de la Concordia de Cochabamba nos daban un reposo merecido tras esa larga noche en que habíamos abierto múltiples páginas de cada una de nuestras vidas.

Unas páginas que habían corrido con la misma velocidad con la que ahora la brisa azotaba cada uno de nuestros rostros humedecidos por las suaves gotas que caían de ese cielo que tan sólo se cuidaba de iluminar aquella tranquila Avenida de las Heroínas de un sábado tarde.

Durante el día habíamos visitado aquel gran centro de comercio al aire libre que cubría cada una de aquellas calles que aún olían a esas mesas quemadas producto de esa última ofrenda del primer viernes de cada mes a la Pachamama. Esas mesas que humeaban frente a casas cargadas de manzanas en búsqueda de amor, de uvas en búsqueda de suerte, de velas verdes, rojas y amarillas en búsqueda de dinero, pasión y prosperidad.

A la vuelta sabíamos que al menos nos quedaría algún silpancho esperando en alguna de esas esquinas acompañado de nuevos Judas y Tiquiñas allí, en esos bares de la calle España en donde mesas con velas para dos escribirían nuevas páginas a nuestras vidas, tras la banda sonora de viejos temas de los setenta que nos hacían recordar una vez más todo lo que habíamos recorrido.

Nos era fácil recordar ese pasado, pero cada una de las nuevas páginas que intentábamos escribir se volvían difusas, pues demasiados frentes se abrían frente a nosotros y tal vez la nueva vida que habíamos escogido vivir era todavía demasiado desconocida en nuestro pensar, como saber si era la que buscábamos.

Pero yo era feliz, pues la sensación de cambio se apoderaba de nuevo de mí y la sensación de claridad, fuese o no ficticia, junto a ese otoño con olor a primavera me invitaba a conseguir todo aquello que esas ofrendas esperaban ofrecer a cada una de aquellas almas.

Así que ahora ya no subiría al monte en búsqueda de cristos a la espera de nuevas deudas que cubrir, sino que frente a ellos me daría la vuelta para ver más allá de lo que la vida me intentaba ofrecer; pues muchas veces todo está mucho más cerca de lo que creemos, pues tal vez todo es mucho más fácil de lo que creemos, pues tal vez no es necesario tanto tal vez…