Aroma, sabor y sonrisa Por Horacio Otheguy Riveira

LAURA, Gene Tierney, 1944. TM and Copyright © 20th Century Fox Film Corp. All rights reserved. Courtesy: Everett Collection.

Llevaban varias semanas cambiándole los medicamentos, las dosis, la interpretación del fenómeno, una esquizofrenia resistente a todos los tratamientos, todos los análisis, todas las perspectivas. Una incompetencia que a los cuatro psiquiatras que dirigían la institución les traía de cabeza. No hay peor mal que no poder asistir a aquel que depende de tus conocimientos, además de tu buena voluntad.

Pero nada pudo hacerse con el delirio de persecución de José Ledesma, encerrado allí desde hacía dos años, en un estado de incomunicación absoluta, hasta que de pronto se probaron nuevos medicamentos, se incorporó a varias actividades, aprendió a pintar, a modelar arcilla y a reír sin venir a cuento. Otra persona. Una transformación que generó una gran ilusión entre el equipo profesional, pero que un mal día, sin previo aviso, se derrumbó: algo vio, algo escuchó, dentro o fuera de sí mismo, que le volvió desconfiado, asustadizo, y le hizo encerrarse en un mutismo doloroso que rompía de tanto en tanto para insistir a todos en general, y a nadie en particular, con la certeza de que temía ser capturado por seres muy peligrosos que sólo quieren su destrucción, el mal absoluto para él y para Laura.

Laura. Nadie había escuchado de su boca ese nombre. Las pocas visitas eran primos y un anciano tío, ninguna mujer. De su pasado poco se sabía, excepto lo elemental de cualquier ficha: cuadros de alcoholismo que le impiden trabajar, que provocan despidos y miseria, vida callejera, ruptura con la familia directa, agresiones a desconocidos… y encierro en institución pública bien preparada, no invasiva, no represiva, consciente del respeto hacia los que padecen trastornos mentales, eliminadas las palabras loco y manicomio por principio.

José Ledesma: recuperación y caída. Misterio de Laura que a todos provocó una oleada de emoción por la película del mismo nombre, cuya historia gira en torno de una bella amada muerta no más empezar. La muerte y la locura entrelazando realidad y ficción, porque quien la asesina es el menos esperado, el más rico, famoso y culto pero que la ama en vano y no puede soportarlo. Laura. José. Retumba la belleza de Gene Tierney, con toda la delicadeza y la sensualidad del Hollywood de los 40: un cine que José Ledesma nunca vio, alejado de esos entretenimientos, siempre abrumado por trabajos duros ligados a la hostelería, solitario, hijo y nieto de trabajadores del mismo gremio: mucho esfuerzo, pocas palabras, ningún abrazo, la vida por delante a trancas y barrancas, más allá del bien y del mal con uno que otro domingo en misa de 12.

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Pasó diversas etapas generalmente tranquilas hasta que de pronto tuvo la gran recaída para la que no se encontró remedio alguno. Nada servía. Nada le calmaba. Ni siquiera dormía. Su obsesión iba en aumento, lo aislaron, le hincharon a sedantes hasta enmudecerle mientras seguían estudiando su caso, pues no creían en la eficacia de estos métodos.

Ya sereno, salió del encierro con aires de normalidad. Dos días después hacía la vida de siempre, pintaba naturalezas muertas y tejía colchas de colores, sin hablar con nadie, sin comunicación alguna, hasta que desapareció.

A la hora de dormir todo parecía en orden. Nadie detectó su ausencia. Revisión de dormitorios, ninguna sorpresa. Sin embargo, por la mañana no está. Desesperan. Alarma. La cosa es grave. Despliegan el sistema habitual para caza y captura de fuguistas, pero en realidad es un sistema muy antiguo, no se recuerda en 20 años ningún intento de fuga. No está por ninguna parte. Rastrean a fondo el interior y el exterior más cercano antes de llamar a la policía. Sólo descubrieron bajo la ropa de un armario un cuidado álbum con artículos y fotos de la célebre película, ya muy viejo, con páginas a punto de romperse al menor contacto.

Cuando lo encuentran en la playa, a 7 kilómetros del psiquiátrico, no le reconocen. En fdfbaaa9205d165e9ae46c8d9b253a5frealidad es un soplo tardío, ya nada pueden hacer por él. Nada que no haya hecho él mismo, buscador de Laura, la preciosa criatura de la que nunca supo más que la repetición fascinadora de su nombre: con su falda corta de verano, sus muslos suaves abriéndose al paso de sus manos presurosas, de sus labios encantados, Laura Laura, un verano o dos, un paisaje marino del que salió desnuda para desaparecer como un sueño y no volver nunca más, excepto ahora que en cuanto él se sienta en la arena brota del mar como una diosa, y ya en el agua que se desliza por su piel desnuda surge la oferta de su amor incondicional para que José Ledesma serene al fin sus tremendas obsesiones y se deje embelesar por el aroma de ese cuerpo, el sabor de su exquisita piel, y la sonrisa absoluta del universo que se le entrega con enérgica decisión: Laura se queda entre nosotros. Tú, descuida. Tú, disfruta, Tú llénate de gloria y placidez para que nada ni nadie, visible ni invisible interrumpa la fiesta de dos que se colman de placer.

Los primos de José Ledesma ganaron el juicio al hospital, condenado por extrema negligencia en la omisión de socorro. La mujer policía que descubrió al paciente en la playa ha ingresado en la misma institución, aquejada de un llanto compulsivo, sólo controlable a base de fuertes inyecciones. El inspector que la acompañaba no ha podido dormir desde entonces: sólo en su cabeza el vaivén de un nombre mil veces repetido: Laura, lo único que le escucharon decir al “pobre loco ese” antes de morir sonriendo, portando en la boca un fabuloso placer consumado, el aroma y el sabor de una muchacha con la que nunca había estado.