La institutriz (1997) Por Luigi De Angelis

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A partir de que mi madre vio a Minnie Driver en Un marido ideal, una de mis sagradas tareas, como hijo, consistía en encontrar los mejores títulos de esta actriz británica cada vez que visitaba la videotienda; así, llegué a conocer a una intérprete carismática y expresiva. De todos los hallazgos, el mejor fue el intimista y poco conocido drama de época La institutriz, de Sandra Goldbacher.

En su opera prima, Goldbacher exhibe una notable destreza para evocar la belleza de los lugares abiertos y la intimidad de los ambientes cerrados. La cineasta hace un inteligente uso del espacio para contar una historia costumbrista, al estilo de Jane Austen, con los matices oscuros de una novela de Charlotte Brönte. Pero más allá de las referencias literarias de rigor, la mayor fortaleza del film radica en la protagonista, me refiero tanto al personaje de ficción como a la actriz que la interpreta.

Rosina, una mujer judía y sin dinero, tiene pocas posibilidades de prosperar debido a su género, condición social y etnia. Adopta el nombre de Mary y la identidad de una “gentil” para poder trabajar como institutriz en un hogar de alcurnia. Su inteligencia la llevará a descubrir su talento, mientras su sensualidad a encontrar la pasión. Con transparencia y emoción, Minnie Driver se transforma en una mujer encantadora, nunca víctima de las circunstancias, siempre con recursos para enfrentar la dureza de la vida. Magnética y astuta, también inocente y romántica, Driver nos regala el retrato de una heroína victoriosa cuya arma más poderosa es el ímpetu de su propio espíritu.