Francisco González Ledesma: padre de la novela negra española

Por Horacio Otheguy Riveira

Francisco González Ledesma (1927-2015) fue un escritor censurado en el franquismo que creó a Méndez, un inspector de policía que encierra a los rojos y una vez que están entre rejas les lleva comida y su ocupa de su familia. Un poli que envejece lleno de nostalgia porque, palmo a palmo, ve la destrucción de su Barcelona republicana. Un aventurero valiente y sentimental que por encima de todo ama las calles miserables de la hermosa ciudad y a sus putas, a las que protege, como si fueran sus hijas, incluso cuando las mete en la cárcel.

FGL venía de familia republicana y cuando le censuraron se arremangó y publicó novelas del oeste en los kioscos con la firma de Silver Kane. A medida que el franquismo se fue apagando él fue resurgiendo. Ya había sido abogado y periodista de La Vanguardia, el diario estelar de Cataluña. Un montón de novelas. Padre de autores de novela negra como Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín, Alicia Giménez Bartlett y de otros muchos buenos escritores, así como también cojos herederos, y filibusteros de obras vacías de contenido bajo la pátina del crimen, el misterio… y el olor a podrido de los barrios altos inundando de renovada miseria los barrios bajos.

González Ledesma superó los 83 años en activo hasta que un infarto cerebral le pilló de noche, durmiendo, y le dejó medio paralizado, luchando consigo mismo para volver a hablar y moverse, añorando los buenos días perdidos: “Una de mis tres hijas me dijo que ahora le emociona que le coja la mano para ayudarme a caminar, porque ella no recuerda que se la cogiera ni para cruzar la calle, siempre ocupadísimo, todo el día trabajando sin ver a mi familia”.

Superando tan mal estado con ayuda de su familia —y de grandes profesionales de la sanidad pública— escribió Peores maneras de morir, la despedida del inspector Méndez de la literatura española. No volvió a escribir más y murió cuatro años después. No encuentro mejor homenaje que transcribir algunos de sus numerosos buenos momentos literarios:

(…)

— Me voy a desabrochar.

— ¿Para qué?

— Idiota de ti, muñeca. Hay que pensar, hay que pensar. Vamos, piensa un poco. Yo aquí sentado, con toda la maravilla fuera, y tú de rodillas delante de mí. ¿Vas entendiendo? Yo, mientras tanto tengo la pistola apuntando a la puerta, pero también a tu cabeza. De modo que nada de tonterías, que yo soy muy buen chico y no quiero ver tus sesos, sólo tu lengua.

Y, naturalmente, ella obedece. Valiente imbécil eres si crees que luego vas a vivir, muñeca. Pero la verdad es que lo crees, como todo el mundo. La gente obedece siempre, pero dale una esperanza. Hala, ven.

De rodillas.

— Así… —murmura el hombre con los ojos en blanco—. Así, así…

— Así —dice entonces una voz en la puerta. La voz de Méndez.

Óscar Ceballos había empezado siendo “negro”. Pero no “negro” de los que escriben libros para otros, sino de los que castigan a las chicas secuestradas que no quieren ejercer la prostitución. En la jerga se llama así al tío repulsivo que viola con todo sadismo a la chica que no quiere seguir las reglas, para que sea civilizada y aprenda de una vez. Las chicas no lo denuncian nunca, pero Méndez capturó una vez a un “negro”. Lo esposó bien, y por descuido —es que Méndez no se daba cuenta de nada— dejó entrar a dos de sus chicas en la celda.

(…)

Méndez es aquel tipo que lleva los bolsillos llenos de libros, aunque a veces se le olvida la pistola.

Méndez fue un policía bajo el franquismo que resultaba sospechoso para los franquistas porque cuidaba de los rojos en la cárcel, y luego fue sospechoso para los demócratas porque había sido policía franquista, sospechoso para sus jefes porque siempre actuaba por su cuenta, sospechoso para los jueces porque no creía en la ley, sospechoso para los macarras porque protegía a las putas, sospechoso para las putas porque éstas no acababan de creer lo de su impotencia y temían que un día se les presentase hecho un tigre.

(…) Méndez la oyó susurrar:

— Vosotras me mantenéis viva.

— ¿Por qué?

— Porque me dais esperanza. Ya sé que la esperanza no siempre tiene sentido, pero al menos siempre es útil. Lo leí anoche en un diálogo de una obra de Esquilo, ya sabes, un griego, el primer dramaturgo de la historia con Prometeo Encadenado: “¿Qué has hecho para librar a los hombres del horror a la muerte?”. Y Prometeo contesta: “Sembré en su corazón la ciega esperanza”.

Historia de Dios en una esquina

Yo no sé si usted ha oído hablar alguna vez de Palmira Rossell –le dijo Méndez al periodista Carlos Bey.

Carlos Bey le ayudó solícitamente a cruzar la calle, que estaba resbaladiza a causa de las primeras lluvias del otoño, y comprobó con admiración que Méndez estaba en forma, pues no había vacilado ante la amenaza de los coches, no había tropezado con ninguno de ellos y no había perdido un zapato al subir al bordillo velozmente. Cuando estuvieron a salvo, el periodista encendió un cigarrillo y murmuró.

— No, no he oído hablar de ella, pero le confesaré que en principio tampoco me interesa. Usted, Méndez, sólo tiene amistad con mujeres llenitas y pervertidas que usan combinaciones color malva, tienen discos de canto gregoriano para acompañar los pecados y, desde luego, tratan de corromper a un sobrino inocente y pobre. Si Palmira Rossell es de ésas, más vale que hablemos de otra cosa.

(…)

Méndez, que estaba con las manos sobre las rodillas, meditando en posición de abad, no llegó a oír ni siquiera el leve chasquido que producen los silenciadores. Y era natural, porque el disparo, aunque fuese de arma larga, se acababa de producir al otro lado de la calle. Pero se dio cuenta de que algo ocurría cuando, gracias a la luz que desde el salón se proyectaba sobre la terraza, vio que todo el cuerpo de Marquina daba un salto terrible y luego se desplomaba hacia atrás. Y cuando oyó, sobre todo, que la nena lanzaba un gritito sordo y entraba de nuevo en el salón, cayendo de rodillas y poniéndose así a moverse frenéticamente, igual que una gata.

Los pensamientos de Méndez, que como se sabe siempre han sido impuros, se detuvieron primero en la falda de la mujer, que al alzarse mostraba las piernas de su dueña precisamente por la parte posterior, que suele ser la más carnosa y la que más excita a los sodomitas, onanistas y otros hombres piadosos. Luego los pensamientos de Méndez se centraron en los movimientos frenéticos de la mujer, que queriendo huir de algo se acercaba a gatas a él, como si a aquella altura quisiese encontrar —desde luego inútilmente— algo que valiese la pena. Por fin la atención de Méndez se concentró en la cara de la ninfa. Era una cara que reflejaba el más absoluto horror. (…)

— Necesito su palabra de caballero.

— Mi palabra de caballero no se la puedo dar porque no lo he sido nunca.

Sí, le puedo dar mi palabra de hijo de puta, que en mis calles tiene bastante valor.

— Acepto.

(…) Se movía como un bulto pegado a la pared cuando escuchó el repiqueteo de unos pasos apresurados. El policía se giró, guiado por un instinto profesional. Un joven pasó cerca sin apenas mirarle. Aquel muchacho huía de algo. ¿No lo hacemos todos?, pensó Méndez intentando ser profundo.

La bala salió de una esquina… Sintió el impacto del proyectil contra su cuerpo, lo sintió desgarrar sus carnes, alojarse en un punto inconcreto. Un dolor agudo se extendió por todo el lado izquierdo de su cuerpo.

Tendido en el suelo, sintió el líquido viscoso y caliente extenderse por su camisa.

El último bar de la noche cerró y el silencio se dilató como una mancha pastosa.

Intentó ponerse en pie, continuar, como si no hubiera peores maneras de morir.

SERIE MÉNDEZ (Wikipedia)

  1. Expediente Barcelona, 1983
  2. Las calles de nuestros padres, 1984
  3. Crónica sentimental en rojo, 1984, Premio Planeta de Novela
  4. La Dama de Cachemira, 1986, Premio Mystère
  5. Historia de Dios en una esquina, 1991
  6. El pecado o algo parecido, 2002, Premio Hammett
  7. Cinco mujeres y media, 2005, Premio Mystère
  8. Méndez, 2006
  9. Una novela de barrio, 2007, Premio RBA de Novela Policiaca
  10. No hay que morir dos veces, 2009
  11. Peores maneras de morir, 2013

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